Los países en guerra, con sus respectivos países aliados cooperantes, directamente implicados en la guerra con servicios de armas y otras estrategias, suman una gran parte de la población mundial. En este momento la mayor parte de la humanidad tiene tan poca esperanza de paz, que fácilmente corren rumores de estar entrando en tiempos apocalípticos. Tan poca es la esperanza.
la tensión se agudiza si pensamos en la hipótesis verosímil de la tercera guerra mundial con alta probabilidad de uso de armas nucleares, porque en ese caso todos seremos dramática y definitivamente perdedores, incluido nuestro planeta.
¿Hay camino para la esperanza?
Hay camino para la esperanza. Solamente un camino: el amor, que vence a los egoísmos y a los odios. La propuesta no es ingenua ni utópica. La propuesta es de Jesucristo, cuyo nacimiento celebramos estos días.
Jesús no es ingenuo ni utópico. Es tan inteligente y realista que todavía su pensamiento y sus propuestas dan sentido a la vida de más de 2.400 millones de cristianos de todas las razas y culturas (tenemos la religión más grande del mundo).
La relación entre amor y esperanza es directa y recíproca. No hay amor sin esperanza. Esperanza es el estado de ánimo que surge cuando se considera alcanzable lo que se desea.
Y el amor fundamenta y acrecienta las esperanzas, porque une, pone en común unión voluntades, sentimientos, deseos, visiones, potencialidades y proyectos, suma realidades y esperanzas.
El concepto de amor está asediado. Hay muchos modos diferentes de entenderlo.
La filosofía, mejor dicho, la seudofilosofía de la posmodernidad lo ha prostituido y la ideología de género lo remata cínicamente.
Para los cristianos, el amor es esencialmente trascendente y fuente generadora de las esperanzas que mueven y conducen al bien. Y esto es el gran, el enorme y maravilloso desafío, al que estamos todos convocados, a promover e instalar en todas las naciones las políticas del Bien Común, las políticas de la justicia y del amor, que nada tienen que ver con las políticas corruptas del poder para dominar y enriquecerse a costa de los demás.
Lo que esperamos los ciudadanos del mundo y de Paraguay no es sólo que no haya guerras ni tercera guerra mundial, esperamos que los gobernantes del mundo y también los paraguayos tomen el camino que lleva a la justicia, a los derechos de todos, a la solidaridad entre todos y a la paz integral.
El camino de esperanza más seguro y mejor orientado lo hizo y nos lo reveló Jesucristo: instalar en el mundo el Reino de Dios, que es el Reino del amor y consecuentemente el Reino de la libertad, la justicia y la paz.
La esperanza definitiva se logra al vivir en el amor y actuar con amor, desde el amor, por amor y para el amor.
En Jesucristo encontramos el modelo y el paradigma perfecto del amor y la esperanza, porque a pesar de que Jesús nació en un establo y tuvo por cuna un pesebre, a pesar de ser de niño un pobre emigrante, a pesar de que vivió la mayor parte de su vida en un pueblo marginal y despreciado, y siendo mayor no tuvo ni donde reclinar su cabeza y se rodeó en su primer círculo de trabajadores modestos y sirvió preferentemente a los pobres y “a las ovejas sin pastor” y murió como malhechor crucificado entre dos ladrones..., a pesar de todo eso, su amor en dimensión divina, en su vida, en su muerte y su resurrección, lo ha constituido el mayor y más trascendente acontecimiento humano.
Y por eso Jesús es el camino y la meta de nuestra esperanza.