El descaro político es pretender que esas obviedades solo pueden ser admitidas tras una condena firme y ejecutoriada, corolario jurídico que en un país como este ocurre casi nunca. El caso más reciente es el del senador Hernán Rivas, designado como representante de la cámara y luego como presidente del tribunal que juzga y destituye o absuelve a jueces y fiscales. De entrada, Rivas confesó que jamás ejercicio el Derecho. Luego, se puso en duda su título, otorgado por una universidad privada de Pedro Juan Caballero que hoy ya no existe. Se ha buscado sin suerte a quienes fueron sus compañeros de promoción, sus profesores o cualquier documento que pruebe que el caballero siquiera llegó a rendir algún examen de Derecho.
Paralelamente, se supo que Rivas modificó su declaración de bienes porque había incluido como parte de su patrimonio préstamos por cobrar a su pareja, una funcionaria de Contraloría, su padre, el intendente de Tomas Romero Pereira acusado de corrupción y su suegro, por más de 12.000 millones de guaraníes. Este mes corrigió el número y le sacó tres ceros. Ahora resulta que solo le deben 12 millones.
La prensa informó además que su pareja, que ganaba en Contraloría poco más de dos salarios mínimos, se construyó un soberbio caserón y que el senador, siempre con problemas de memoria, olvidó declarar una flota de camionetas entre sus bienes. Como si no fuera suficiente, Rivas tienen serias dificultades para leer en voz alta de manera inteligible y todavía más para hilar oraciones completas en español.
Es tan abrumadoramente obvio que el senador no reúne los más mínimos requisitos para representar a la cámara en ningún espacio donde se requiera idoneidad, probada honestidad y la posibilidad de comunicarse oralmente con sus pares, que hasta los gremios de abogados más conservadores terminaron por pedir su cabeza.
Por lógica, un grupo de senadores pidió tratar la destitución de su vergonzoso representante. Y ahí estalló nuevamente el circo de la simulación. Los colorados se abroquelaron en torno a su impresentable correligionario cuyo único mérito conocido es besar públicamente el anillo del líder, financista y accionista mayoritario del Partido Colorado, Horacio Cartes, declarándole su adoración.
En aras de justificar los furcios discursivos de Rivas, no faltó quien dijera que el legislador no era sino una víctima más del sistema educativo. Varios republicanos se colgaron del mismo argumento. Lo curioso es que ninguno de ellos recordó que quienes establecieron ese sistema educativo son los sucesivos gobiernos del último cuarto de siglo que, salvo un lustro de paréntesis, correspondieron exclusivamente a miembros de su partido.
La hipocresía alcanzó su mayor pico cuando legisladores votados como candidatos de la oposición intentaron justificar sus votos en la misma línea republicana. Y aquí es cuando se hace necesario reiterar un axioma: no son parlamentarios de la oposición, son funcionales a los intereses de Horacio Cartes. Son rentados, mercenarios, sicarios de la política, tan repugnantes como sus voceros en los órganos de propaganda del tabacalero.
Pero cerremos con la obviedad más importante: ¿Por qué quieren a alguien como Rivas en el tribunal de jueces y fiscales? No hay ninguna duda. Para extorsionar a unos y otros, para convertir una vez más a la Justicia en garantía de impunidad para amigos y cortesanos, y en garrote para amedrentar a quienes no besen el anillo.