Muchos dirán que no se puede comparar un periodo dictatorial con lo contemporáneo y tienen razón, pero hay aspectos de aquella triste época que aún no se borraron. Cuestiones culturales que siguen marcando el día a día. Solo de esta forma podemos justificar que el pueblo sea tan espectador ante los constantes atropellos de aquellos que dicen llamarse representantes del pueblo.
La expulsión de la senadora Kattya González, por un simple capricho del cartismo, no es más que una demostración de fuerza y de poder. Es un claro mensaje para quienes se atrevan a contradecir a quienes se escudan en el autoritarismo de Horacio Cartes.
Kattya era la piedra en el zapato, como lo es también la liberal Celeste Amarilla y lo son algunos otros. La forma cruda y tajante en que estas representantes les cantan a sus colegas sus verdades evidentemente les molesta y les picha.
Cuando todos se dan cuenta de que se están haciendo mal las cosas y se está atropellando la voluntad popular, es cuando muchos esperamos a que el pueblo se levante. Pero ese malestar popular solo se limita a repudio en las redes sociales. En estos momentos, también se extraña aquellos líderes de la Iglesia que se hacían presente con intervenciones oportunas en defensa de la democracia.
La herencia que nos dejó la dictadura nos hace tener miedo a reclamar, pero también genera temor la forma en que la clase política amenaza. Muchos vivimos pensando en que si nos quejamos ante incumplimientos laborales podemos ser echados, que si exigimos nuestros derechos seremos vistos como problemáticos y que si salimos a las calles para exigir el fin del nepotismo podemos volvernos inelegibles para algún cargo público.
Es una triste realidad donde las movilizaciones, si no se impulsan desde organizaciones políticas de la oposición, son un fracaso. Funcionarios públicos temen que si son vistos en alguna manifestación sean destituidos, pues el mensaje es claro: a quien molesta se lo expulsa.
El Paraguay está secuestrado y no se anima a hacer la denuncia. No se anima, así como muchos ciudadanos no lo hacen cuando son víctimas de la inseguridad. Quedó muy instalado el pensamiento derrotista de que nada va a cambiar, de que los delincuentes seguirán en las calles o en el Congreso, mientras los ciudadanos debemos arreglárnosla como sea.
La impunidad con la que actúan quienes están en el poder se da gracias al copamiento de las instituciones. Es muy fácil apoyar un desafuero de un colorado, sabiendo que quienes lo van a investigar o juzgar deben favores y no van a avanzar en el camino de hacer justicia.
El rojo, que representa al Partido Colorado, duele, hace daño y desangra al país. Obviamente que existen liberales y autoridades de otros partidos que también son sinvergüenzas y vendidos, pero finalmente responden a la cabeza de la ANR.
No en vano, la senadora expulsada Kattya González, en sucesivas alocuciones, hizo referencia a la pésima foja de sus colegas colorados. Estos solo son un grupo de chupasangre broquelados en el poder en busca de exprimir todo lo que pueden del Estado. Unos quieren hacerse millonarios y otros, que ya son millonarios, buscan blanquear sus sucias artimañas que les permitieron durante décadas llevar una vida llena de lujos.
Duele que el país se tiña de rojo, duele saber que ellos perdurarán en el poder, pero más duele saber que como ciudadanos somos tan apáticos a la hora de exigir nuestros derechos y que estas son las autoridades que merecemos.