En momentos, la fila de personas que aguardaban ingresar para darle un apretón de manos o abrazo y “salir en la foto” con el titular del Partido Colorado se extendía a lo largo de la vereda frontal de la sede política. Algo esperado que invita a la reflexión.
A muchos hizo recordar el famoso saludo protocolar que recibía Alfredo Stroessner cada 3 de noviembre en su onomástico. Todo gesto valía la pena con tal de quedar bien frente al mandamás de turno.
Amigos, correligionarios, funcionarios públicos, parlamentarios, aspirantes a políticos, empleados, admiradores, entre otros, habrán conformado esa fila a pleno sol.
Pero más allá de las intenciones reales o íntimas de quienes fueron a saludar al ex mandatario, el “cuadro” sirve como reflejo de una práctica tan común y hasta considerada necesaria en nuestro ámbito: la conocida política de los chupamedias.
No se trata –en absoluto– de juzgar a quienes tuvieron la sana intención de saludar al cumpleañero. Pero tampoco podemos negar que muchos de nuestros profesionales de la política han dedicado su vida a perfeccionar el método de la “succión de calcetines” y así han escalado en el partido o en la función pública. Sin formación, sin amor a la patria, sin vocación de servicio.
Es triste decirlo, pero se trata de un mecanismo casi automático en el mundo de la política, sin importar el color o partido. Sea de izquierda o derecha, ser chupamedia o adulón es, tristemente, toda una “institución” generalizada y hasta muy aceptada.
Todos siguen el juego como si nadie supiera que gran parte de la escena, con las risas y buenos deseos, son mero cumplimiento, en el mejor de los casos. Pero es la lógica del poder. Son las reglas de juego, dirían los que están en el campo político.
Y aquí el punto no es juzgar a quienes “saludan”, pues ninguno tiene la bola de cristal para conocer las intenciones de la otra persona. Pero lo que sí está claro es que una política nunca será sana y constructiva si sus actores y protagonistas principales y secundarios no tienen más mérito que el de ser chupamedias.
La meritocracia no es condición solo para el ámbito privado, también debe serlo en la política.
En ella también se deben cultivar el sacrificio y el trabajo como vías de progreso; la cualificación y la práctica de valores éticos y morales como banderas para avanzar y liderar.
Es complicado en un mundo que exalta la apariencia y se deja embaucar por ella; es más, la promueve, a sabiendas que es una gran falsedad; un castillo que se desmoronará en segundos. ¿Cuánta tristeza oculta podría existir detrás de una imagen sonriente del candidato?
“La política es sucia”, se escucha con frecuencia. Y es que en ella la hipocresía y la mentira se han normalizado; ya ni siquiera se piensa como tema de discusión o debate.
Se ha vuelto una herramienta de uso frecuente y acrítico en las relaciones con los electores, en la captación de votos y resolución de conflictos en los partidos y fuera de ellos. Y en realidad, es una lógica no solo de la política sino de la misma sociedad. La cuestión es que la mentira no dura el tiempo que se presume; decae y desploma. No construye ni deja legado.
Por otro lado, al final de cuentas el que tiene el poder sabe que aquello es temporal y que solo algunos estarán con él en el ocaso de la historia. La mayoría abandonará el barco cuando el viaje llegue a su final.
Aquí no se trata de satanizar los saludos a las autoridades ni nada por el estilo. Sino el de tener claro qué tipo de política queremos hacer crecer y promover en partidos, asociaciones y sindicatos. Cuál es la que nos conviene fomentar si queremos finalmente instituciones serias y, a futuro, un país fortalecido que sea un bien para todos.