La crónica publicada en ÚH (23/11/23) explica que la pareja estuvo trabajando por varios años en España, donde incluso llegaron a realizar tratamientos y reiteradas consultas para lograr tener un bebé, pero los médicos no les daban esperanzas. Tras retornar a Paraguay el hombre decidió encomendarse a la Virgencita de Caacupé. Y aquello aconteció y hoy él cumple su promesa.
Testimonios como este se repiten por montones entre los peregrinos. Para algunos “coincidencias”, para otros, “eventos inexplicables”. ¿Qué impulsa a tanta gente a salir de su comodidad y realizar un esfuerzo físico con un espíritu de gratitud?
Al escuchar las entrevistas o leer las crónicas sobre estos devotos se percibe que camina así quien tiene una certeza y una esperanza; lo primero por lo vivido, y lo segundo porque sabe que puede volver a acontecer. Camina agradecido y por ello con un ánimo distinto.
Lo cierto es que peregrina agradecido quien en los ojos y la memoria conserva aquel “regalo” que nunca termina de agradecer. Quizás único e inolvidable, tal vez cotidiano. No lo sabemos. Una cosa es evidente, que quien dice marchar hacia la casa de un ser querido, lo hace decidido y deseoso. Algo de esto se percibe en estos días en la Villa Serrana.

El fenómeno Caacupé, como se lo denomina, quizá también sea motivo de burla o desprecio. Sin embargo, desde una perspectiva desapegada de prejuicios el evento genera preguntas y hasta asombro. No pasa por tener fe sino por reconocer un hecho. Un sitio que une en un mismo camino y similar deseo a hombres y mujeres de todas las edades y estratos sociales, no es un dato menor. Que miles de personas provenientes de sitios diversos, historias y ámbitos variados se pongan en camino para agradecer es un fenómeno, por lo menos, interesante. Está a la vista un gesto cargado de humanidad; expresión sencilla de un pueblo que emprende viaje para agradecer, pedir y esperar un bien.
Nadie camina mejor que un peregrino, pues este avanza con convicción y esperanza, aunque tenga un dolor de por medio; supera sacrificios y los entrega como ofrenda amorosa. Una provocación en un mundo soberbio, en donde el hombre cree hacerse a sí mismo y piensa ser libre cuanto menos depende de otro o menos vínculos establece.
El peregrino camina seguro porque sabe a dónde va; no deambula ni pierde tiempo, quiere llegar. Consciente o inconscientemente, su mirada está puesta en ese lugar en el que se percibe aceptado, querido y hasta perdonado. Es interesante la experiencia del peregrino. Además, él saca a la luz lo bello de nuestra identidad como pueblo.
Pero cada paraguayo y paraguaya que peregrina tiene hoy un gran desafío; uno que debe tomárselo en serio. Y es que aquello que vive en el camino como promesero, esa mirada de esperanza y deseo de bien que impulsan sus pasos hacia la Tupãsy, puedan perdurar en el cotidiano y transformarse en conciencia y trabajo en cada ámbito. No se trata de una moral sino del deseo de corresponder a un abrazo maternal. Como el joven enamorado que busca complacer a la amada. Reconocerse hijos de una misma madre tiene sus implicancias, compromisos y beneficios. Sería vivir en “modo peregrino” en todos los ámbitos. Un desafío importante para quien camina física o espiritualmente hasta el Santuario de Caacupé. Una posibilidad de construir en una sociedad cada vez más empujada hacia la deshumanización.