Por Andrés Colmán Gutiérrez | @andrescolman
-¡Señores...! ¡Hemos decidido derribar la estatua del dictador Stroessner que se encuentra en lo alto del cerro Lambaré, por disposición municipal! ¿Qué necesitamos para cumplir el operativo...?
Estas fueron las palabras con las que el entonces intendente municipal de Asunción, Carlos Filizzola, comunicó una polémica decisión a un grupo de colaboradores, en la mañana del lunes 7 de octubre de 1991, a quienes había convocado temprano en su despacho, en el edificio comunal sobre la avenida Mariscal López.
Hacía poco más de dos años que el general Alfredo Stroessner había sido derrocado, tras 35 años de gobierno dictatorial, con un golpe de Estado liderado por su consuegro, el general Andrés Rodríguez, quien luego fue electo presidente de la República.
En mayo de 1991 se realizaron las primeras elecciones municipales democráticas en la historia del país. Contra los pronósticos que anunciaban la victoria del candidato del Partido Colorado, Juan Manuel Morales, la ciudadanía eligió como intendente al candidato del Movimiento Ciudadano Asunción para Todos, el médico y sindicalista Carlos Filizzola.
A cuatro meses de haber asumido el cargo, Filizzola realizó su gesto simbólico más audaz, tomando como base una minuta presentada ante la Junta Municipal por la concejala liberal Edda de los Ríos, quien recordó que la Ley 27190/90 prohibía levantar monumentos públicos a personas vivas (en ese momento, Stroessner seguía con vida, exiliado en Brasilia).
“El intendente Filizzola nos citó temprano en su despacho ese lunes 7 de octubre, a todos los directores y a quienes integrábamos su equipo, y nos comunicó la decisión”, recuerda Juan Fernando Pali Kurz, quien ocupaba el cargo de director administrativo de la Municipalidad.
Fue él quien se encargó de conseguir los vehículos, equipos de trabajadores y recursos materiales necesarios para realizar la operación esa misma mañana.
“Cuando nos enteramos del objetivo, quienes además éramos parte del equipo político experimentamos una enorme sensación de alegría, por el papel que la historia nos estaba permitiendo jugar. No dimensionábamos que echar la estatua iba a ser el símbolo de echar al mismo Stroessner y que la repercusión sería nacional y mundial”, relata Pali Kurz.
Una estatua dura de roer
El operativo para derribar la estatua se dispuso con mucha celeridad, aunque con algunos inconvenientes.
Hubo cierto recelo al armar las cuadrillas de trabajo entre los obreros de la Comuna, ya que la mayoría era de afiliación colorada y había temor de que se nieguen a ejecutar la tarea que iba a perjudicar un símbolo de su viejo líder, destaca Pali Kurz.
Obreros municipales trabajan por cortar los pies de la estatua.
“Libre y voluntariamente, más de dos docenas de trabajadores se ofrecieron y empezaron a cargar las camionetas con escaleras, serruchos eléctricos, mazos, piolas, cabos de acero, machetes, destornilladores, llaves de tuercas, enganches para unir los cabos y los infaltables equipos de tereré. En dos camionetas nos sumamos a la caravana de vehículos hacia el cerro, encabezada por el propio intendente”, recuerda.
La camioneta con la grúa municipal de la Dirección de Tránsito, la que habitualmente se utiliza para remolcar a los autos mal estacionados o en infracción, también se sumó al operativo. Participaron obreros de varias dependencias de la Municipalidad, como la Dirección de Obras, Planta Asfáltica y Aseo Urbano.
“Ya estábamos subiendo el cerro cuando, al pasar por la caseta de control del destacamento militar que había en el lugar, apareció un soldadito con un fusil que nos cerró el paso y dijo: ‘Ndaikatui pehasa ko’ape (no pueden pasar por aquí)’. Entonces Carlos Filizzola se bajó del auto y le dijo: ‘Soy el intendente municipal de Asunción y vamos a pasar’, tras lo cual subió de nuevo al auto y ordenó al chofer que siga camino hasta la cumbre del cerro”, rememora Pali.
El soldadito no pudo impedir que la caravana llegue hasta lo alto ni que los obreros municipales empiecen la tarea de desplegar los equipos para tratar de bajar la estatua del ex dictador.
“Empezamos un trabajo que resultó infernal. La estatua era enorme, pesada, sólida y súper atornillada al piso, tal como el representado por la misma creyó que estuvo en su largo gobierno. Rompimos varias sierras, compramos más; rompimos mazos, compramos más; corta hierros, martillos, piedras, maldiciones, empujones, patadas, escupitajos... todo servía. ¡Pero la estatua no caía!”, relata Pali Kurz.
Cerca del mediodía, el operativo para derribar la efigie ya se había convertido en la principal noticia del día. Los canales de televisión y las emisoras de radio transmitían en vivo desde la cumbre del cerro, donde se había aglomerado una gran multitud de curiosos, muchos líderes sociales y políticos, históricos luchadores antistronistas que pronunciaban emocionados discursos, mientras los obreros municipales seguían sin poder corroer el duro metal de la pesada figura.
Fue entonces cuando una dotación de militares y policías llegaron hasta el lugar y le comunicaron al propio intendente Carlos Filizzola que tenían instrucciones precisas de impedir el derribo de la estatua “por orden directa del comandante en jefe (el presidente Andrés Rodríguez)”.
La situación produjo dispares reacciones en la opinión pública. Mientras los opositores y críticos al stronismo condenaban “el regreso de la famosa ‘orden superior’”, los partidarios del defenestrado dictador aplaudían la interrupción ordenada por Rodríguez, alegando que Filizzola estaba “intentando destruir un patrimonio nacional”.
El intendente asunceno decidió acatar la interrupción cuando, en horas de la tarde, recibió una llamada telefónica, en la que el presidente Andrés Rodríguez lo invitaba a visitarlo al día siguiente, martes 8 de octubre, en su despacho del Palacio de Gobierno, “para mantener un diálogo y buscar una solución”.
El monumento, una larga historia...
Hasta entonces, la gran estatua de Stroessner, de casi 5 metros de altura y más de mil kilos de peso, llevaba ya 9 años reinando sobre la cumbre del cerro Lambaré, junto a otros 4 héroes nacionales y un cacique más legendario que históricamente real.
Un manifestante baila sobre la estatua de Stroessner, tras ser derribada en el cerro Lambaré.
Todo había comenzado cuando un controvertido personaje argentino-uruguayo, que luego se reveló como un hábil delincuente disfrazado de empresario, Gustavo Gramont Berres, planeó un gran negociado inmobiliario en los terrenos del histórico cerro Lambaré, al que revistió de un patriótico homenaje al dictador.
Gramont Berres, cuyo verdadero nombre es Benjamín Levy Avzarradel, logró granjearse la estima del tirano y disponer de carta blanca para sus negociados. Fue nombrado cónsul honorario del Paraguay en Suiza.
La zona del cerro Lambaré, declarada como reserva nacional por decreto 25.764 de 1948, por el presidente Higinio Morínigo, fue luego apropiada por María Elena Uthrralt de Jaegli en 1959, quien en 1979 transfirió la presunta propiedad a la firma Rossi S.A., de Gustavo Gramont Berres.
El oscuro empresario había convencido al dictador Stroessner de construir en la cima del cerro el Monumento a la Paz Victoriosa, en donde su estatua iba a brillar entre las de otros héroes nacionales, como el doctor José Gaspar Rodríguez de Francia, el presidente Carlos Antonio López, el mariscal Francisco Sólano López y el fundador del Partido Colorado, Bernardino Caballero.
Llamativamente, en este grupo no se incluyó a otro gran héroe militar, el mariscal José Félix Estigarribia, por haber pertenecido al partido liberal, de histórica oposición a los colorados. En cambio, se incluyó a un apolíneo cacique, que algunos consideran es el famoso cacique Lambaré (que los historiadores aseguran nunca existió) y otros dicen es el aún menos real indio José, el de la leyenda de la Virgen de Caacupé (de hecho, el cacique tiene en la mano una imagen pequeña de la Virgen).
Para poder llevar a cabo el proyecto, Stroessner expropió por decreto 11 hectáreas de la zona del cerro Lambaré, para transferirlas a la Municipalidad de Asunción.
El verdadero negocio consistía en que Gramont Berres iba a explotar las tierras aledañas, junto a la costa del río, con barrios residenciales, clubes exclusivos e instalaciones portuarias.
(Pero en realidad el negocio más grande de Gramont fue invocar la representación del Estado paraguayo para contraer dos préstamos internacionales del banco Overland Trust de Lugano, Suiza, en 1986, por los cuales el Paraguay soporta una demanda internacional de una aseguradora italiana que exige el cobro de USD 85 millones).
La construcción del Monumento a la Paz Victoriosa fue encargada al renombrado escultor español Juan de Ávalos y García Taborda, el mismo que erigió el Monumento del Valle de los Caídos para el dictador español Francisco Franco, en las afueras de Madrid. Se había convertido en el escultor favorito de los dictadores.
El gran monumento –en el que algunos advierten elementos arquitectónicos de la cultura masónica– fue inaugurado con gran pompa por el propio general Alfredo Stroessner, el 28 de abril de 1982. Era su faraónico legado para la posteridad. El fálico obelisco que lo iba a perpetuar en el más alto punto geográfico de la capital del país.
La gloria de compartir la galería con los máximos héroes de la nación (menos Estigarribia, por supuesto) le duró al dictador poco más de 9 años. Hasta que una primaveral mañana de octubre de 1991, a un irreverente jefe comunal se le ocurrió llegar con sierras, mazos y corta hierros...
Las disculpas del general Rodríguez
En la mañana del martes 8 de octubre de 1991, la atención de todos los medios periodísticos estaba puesta en la reunión a puertas cerradas que el intendente de Asunción, Carlos Filizzola, mantenía con el presidente de la República, el general Andrés Rodrígez, mientras a pocos kilómetros, la estatua del ex dictador Alfredo Stroessner seguía esperando, con los pies a medio cortar.
A la salida de la audiencia, Filizzola habló con los periodistas: “El señor presidente me comunicó que ha dispuesto, esta mañana, a las siete, el retiro del destacamento militar que se encontraba como custodio del cerro Lambaré y su monumento. Por otro lado, me pidió disculpas por lo acontecido ayer. Se disculpó en nombre de las Fuerzas Armadas. Ahora nada nos impide proseguir con la labor de derribar la estatua de Stroessner, porque está claro que es competencia municipal hacerlo”.
En seguida, la atención se trasladó nuevamente a la cumbre del cerro, donde los trabajadores municipales proseguían con la misión de derribar la estatua.
La tarea no era nada fácil. Las efigies estaban hechas de una aleación de metales que no se podían derretir y resultaban muy duras de cortar.
Juan Fernando Pali Kurz recuerda que hubo un antiguo capataz de cuadrillas municipales, cuyo nombre no logra recordar, que fue el hombre clave para lograr cortar los pies de la estatua.
“El capataz nos dijo: ‘Vamos a poner todo nuestro esfuerzo de un lado, hasta mellar y hacer un agujero de un lado. Luego le estiramos del otro con el cabo de la grúa municipal’. Así se hizo, ida y vuelta, como cuando querés cortar un alambre, hasta que se enganchó a la estatua una grúa mayor, con cadenas que le rodeaban por el cuello, creo que era la grúa que levanta los pesados contenedores de basura, del Departamento de Aseo Urbano”, relata Kurz.
El ingeniero Alcides Moreno, quien entonces era director de Obras Municipales, agrega más detalles: “Esa estatua la tiró abajo Nelson Figueredo Kamm, a cargo de la Planta Afáltica, incluso con ayuda de su esposa, Shyrley Fernández. Haciendo gala de una audacia que yo ni me imaginaba que tenía, subió solo hasta la cúspide de la torre para hacer pasar el cabo que pudiera sostener el mamotreto desde el cuello, dado que los obreros, que siempre trabajaron a nivel de la calle, sufrían de vértigo apenas llegando al primer anillo del monumento. Así se bajó lentamente la estatua, sin riesgo de una caída sobre una multitud descontrolada de personas que ansiaba ya verla en el piso de la explanada. Una grúa iba desenrollando el cabo con cuidado, donde el operador seguía las instrucciones que la esposa de Nelson recibía por el walkie”.
Fue recién a la tarde de ese martes cuando la estatua finalmente se desprendió de su lugar y quedó inclinada sobre el vacío, como ahorcada del cuello por las cadenas, mientras los gritos de júbilo saludaban la maniobra. Finalmente la grúa la depositó en el piso, cabeza abajo. En seguida, varias personas subieron sobre ella y empezaron a bailar y a zapatear...
“Stroessner cae por segunda vez”, tituló en portada el diario Última Hora en su edición de la tarde de ese martes 8.
Un detalle que apunta el ingeniero Moreno: los pies cortados de la estatua del ex dictador aún siguen en el lugar donde estaba.
Atrapado entre dos moles de cemento...
Tras la euforia generalizada, la enorme estatua del ex dictador fue cargada en la carrocería de un camión y trasladada a los talleres de la Municipalidad, donde permaneció guardada por 4 años.
“Era el lugar donde nos pareció más seguro tenerlo, pero ahora pienso que arrojarlo entre los hierros viejos y desechos era como ponerlo en ese lugar que alguna vez mencionó Trosky: en el basurero de la historia”, sostiene Pali Kurz.
Durante ese periodo, varios seguidores stronistas intentaron recuperarla, realizando millonarias ofertas a la Municipalidad para adquirirla.
Restos de la estatua, en el monumento realizado por Carlos Colombino, en la plaza De los Desaparecidos.
El más insistente fue el empresario José Icho Planás, quien realizó varias ofertas públicas, expresando su deseo de adquirir la estatua y colocarla en “un sitio donde realmente se merece”.
Ese fue el mismo argumento que utilizó el gran artista plástico y escritor Carlos Colombino cuando propuso reciclar la estatua en otro monumento, pero esta vez dedicado a sus víctimas.
Con paciencia de orfebre, procedió a cortar la estatua en fragmentos, dejando partes bien reconocibles, y las enterró entre dos grandes moles de cemento.
El monumento fue inaugurado en 1995, en la plaza De los Desaparecidos, al costado del Palacio de Gobierno.
La ex estatua del ex dictador Alfredo Stroessner ahora está allí, emergiendo entre el bloque de cemento. En un fragmento se le ven los ojos muertos, como mirando a la nada. En otro el bigote militar y la boca inconfundible, con el labio inferior más gordo, rasgo que alguna vez le granjeó el célebre apodo de “tembelo”. Y en otro fragmento se ven las manos cortadas, con los dedos apuntando con un gesto acusador...
Encima hay otro bloque de cemento, como aplastándolo para que no se escape...