Los tumores faciales del diablo de Tasmania (Sarcophilus harrisii), una de las pocas especies de animales propensas a padecer de cáncer transmisible, se contagian a través de las mordeduras durante las peleas, alimentación y apareamiento.
Una vez contraído, el tumor se expande, generando así el riesgo de una metástasis, necrosis o infecciones secundarias, además de la rotura de los huesos o de las poderosas mandíbulas de este escurridizo marsupial nocturno, según explicó a medios extranjeros, entre ellos EFE, Elise Ringwaldt, investigadora de la Universidad de Tasmania, en la remota localidad de Surrey Hills.
Defensa ecológica y genética
Los tumores faciales que arrasaron rápidamente con los diablos de Tasmania desde finales de la década de 1990 hicieron que la especie fuera catalogada en peligro en la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza 2008.
Pero con los años algo sorprendente sucedió: los investigadores notaron que el diablo de Tasmania —popularizado como TAZ en las series animadas de Looney Tunes— había desarrollado estrategias ecológicas e inmunológicas contra los dos tipos de cáncer facial (DFTD y DFT2) para escabullirse de la muerte.
Una de estas estrategias es que muchas hembras —que normalmente alcanzan la madurez sexual a los dos años— puedan reproducirse meses antes para asegurar la continuación de la especie, explicó a EFE Rodrigo Hamede, uno de los referentes mundiales en el estudio del cáncer de los diablos de Tasmania.
Las otras estrategias tienen que ver con la capacidad genética para atacar las células cancerígenas, ya que los investigadores observaron que “estos genes son más estables y se han ido seleccionando a través del proceso de selección natural de generación en generación”.
Si esto fuera poco, una pequeña parte de la población de diablos desarrolla el tumor y en “cierto momento durante la progresión del cáncer estos tumores remiten y terminan desapareciendo”, agregó.
“Esta adaptación genética” le ha permitido a este marsupial “ser un poco más tolerante” a este cáncer, ya que los procesos de selección natural permitieron que las cepas de los tumores “sean menos virulentas y menos invasivas”, precisó Hamede, quien investiga desde hace casi dos décadas los tumores faciales de los demonios de Tasmania tanto en parques estatales y nacionales como terrenos privados.
Una de esas localidades es una reserva en Surrey Hills en donde la empresa Forico, que cuenta con la certificación de la gestión forestal sostenible del Consejo de Administración Forestal (FSC, siglas en inglés), realiza talas selectivas en forma de mosaico.
Esta práctica crea pequeños micro-hábitats para los diablos de Tasmania, lo que permite estudiar los hábitos de este animal y formular estrategias para conservar la vida salvaje.
Una luz para la humanidad
Las observaciones científicas realizadas por Hamede y otros investigadores han permitido establecer una línea comparativa para aprender acerca de los mecanismos y procesos del cáncer en distintas especies en sus ambientes naturales -muy distinto a los experimentos que se hacen en los laboratorios.
“El cáncer va a ocurrir siempre. Le sucede a todos los organismos multicelulares desde las moscas hasta los seres humanos. Lo que tenemos que tratar de entender es cómo podemos conllevar esta enfermedad, tolerarla, convivir con ella porque desgraciadamente es imposible de erradicar”, precisó Hamede.
Así, las lecciones que da el proceso evolutivo del diablo de Tasmania, que se parece a un oso de miniatura de pelaje negro y está considerado como el marsupial carnívoro más grande del mundo, “son bastante interesantes y aplicables a la oncología humana”.
Otro dato clave: el descubrimiento de dos tipos de cáncer facial en un período de veinte años en el diablo de Tasmania hace sospechar a los investigadores que “quizás ha habido bastantes más en la historia evolutiva de esta especie y que a lo mejor ha logrado circunnavegar todas las enfermedades que tiene una enfermedad transmisible como el cáncer”, matizó.
Fuente: EFE