Erik Saúl Mujica Candia tiene 12 años y quiere ser abogado. Erik es ciego de nacimiento y asiste a una escuela regular. Saydi Nazareth Talavera tiene 8 años, y a causa de una repentina enfermedad ha perdido la visión. Ella estudia en una escuela privada y quiere ser enfermera. Tanto Erik como Saidy saben que el camino para alcanzar sus sueños está plagado de múltiples obstáculos. Decenas de niños paraguayos con discapacidad visual se enfrentan a similares barreras. Pero también como ellos, sueñan, no se rinden ni cejan en sus empeños.
“Es un camino bien difícil, te lo dice una mujer ciega de nacimiento. Sí, es cierto que en mi vida me han ayudado muchas personas; pero también otras me han discriminado y dado la espalda”. Lizzis Candia, madre de Erik, sabe por experiencia lo arduo que resulta transitar por un sendero con más sombras que luces.
“Es verdad que los tiempos han cambiado bastante desde que yo era niña. Hoy los no videntes tienen más posibilidades para integrarse a la sociedad, incluso, hasta se han creado muchas leyes a favor de las personas con algún tipo de discapacidad. Aunque con las leyes no es suficiente: aún es necesario abrir muchas mentes. Por ejemplo, por citar un caso: en el tema de la inclusión en las escuelas regulares, todavía falta mucho”, expresa.
Beatriz Melgarejo, directora del Centro de Recursos para la Inclusión Educativa de Niños/as y Jóvenes con Discapacidad Visual Santa Lucía, apunta: “Para lograr una real y efectiva inclusión de los alumnos con algún tipo de discapacidad visual en las escuelas regulares, deben interrelacionarse múltiples factores: la familia, la escuela, la sociedad, los organismos del Estado”.
LA FAMILA, UN PILAR IMPRESCINDIBLE
“En mayo del 2021, Saydi perdió la vista. Fue un golpe duro que nos cambió la vida. Había sufrido atrofia del nervio óptico. Agotamos todas las posibilidades, pero no hubo solución”.
La voz de Elizabeth Mongay, su madre, se entrecorta. Se crea un embarazoso silencio. “El papá tuvo que dejar su trabajo en una empresa para poder acompañarnos a tantas y tantas consultas. Ahora él nos lleva y nos trae de la escuela”, señala.
En la habitación contigua, se escucha la voz de Saydi entonando una canción. “Le gusta componer canciones. Es una niña muy activa. ¡Si la vieras bailar!”. “Mamá, que me da vergüenza”, responde desde su habitación. “Ahora estoy aprendiendo el sistema braille para ayudarla con las tareas. Como te dije, es duro, pero hay que sacar pecho, y hacer todo lo que esté a nuestro alcance para que sea una niña feliz”, agrega la madre.
“Según mi opinión, ninguna familia está preparada para enfrentarse a la discapacidad de un hijo, ya sea de nacimiento o adquirida en el transcurso de la vida. Y en ese proceso de luto y aceptación, se pierde un tiempo precioso, comenta la licenciada Melgarejo. “Desde Santa Lucía, intentamos hacerles comprender a los padres la necesidad de que contribuyan a la independencia de sus hijos. La sobreprotección no les hace bien. Los niños ciegos o de baja visión deben aprender a valerse por sí mismos”, sostiene.
Cynthia Egert, madre de Tobías Rojas, coincide con esa opinión. “Mi hijo tiene baja visión debido al albinismo. Le cuesta ver después de dos metros y tiene que usar lupas o binoculares para leer; pero eso no quita que tenga que cumplir con sus deberes: ayudar en las tareas de la casa, arreglar su cama. Por supuesto que cuenta con todo mi apoyo y el de sus hermanos, pero soy consciente de que nosotros no vamos a estar siempre, por lo que debe aprender para que se haga un hombre independiente. Estoy muy orgullosa de él. Mi hijo es muy guapo. Con un gran esfuerzo está saliendo adelante”, señala.
La situación vivida por Lizzis Candia fue diferente: “Fui una niña y una joven muy sobreprotegida. Sé que lo hacían para cuidarme, pero me hicieron daño. Mi papá no me dejaba cocinar por temor a que me quemara, por ejemplo. ¿Y salir sola? ¡Ni pensarlo! A pesar de que en la escuela Santa Lucía había aprendido orientación y movilidad, y ya sabía viajar en un colectivo, en mi casa no me lo permitían. Pienso que todos los padres sienten algún temor cuando los hijos comienzan a salir por primera vez de la casa, sean o no invidentes. Y si son niñas, el temor es doble”.
Sin embargo, ya Erick anda solo por la calle.
“Desde los 9 años se lo permití. Claro que tengo temores, pero debe aprender. Es la única manera de que se convierta en un hombre independiente. Su hermano suele acompañarlo a algunos sitios. Pero Sergio no va a estar siempre a su disposición”, agrega.
Alison Mendoza es profesora de Orientación en Movilidad: “Aquí en Santa Lucía les enseñamos a andar por las calles. El desplazamiento autónomo es una de las piedras angulares de la independencia; pero existe mucha inconciencia o ignorancia por parte de las personas videntes. En cualquier vereda, resulta común encontrarse con autos, motos, carteles, materiales de construcción. La persona ciega, aunque tenga mucha preparación, siempre está expuesta a múltiples peligros”.
“Díganmelo a mí. Las veces que me he reventado la frente con tensores o vigas metálicas que sobresalen en las veredas”, agrega Lizzis. “El bastón nos ayuda a reconocer el piso, pero no las alturas”, advierte.
EDUCACIÓN INCLUSIVA: A MEDIO CAMINO
La Ley 5136 fue promulgada para facilitar una inclusión efectiva de alumnos con necesidades específicas a las escuelas regulares; sin embargo, por aquello de que las leyes no cambian las sociedades, aún la total efectividad de su cumplimiento está lejos de alcanzarse.
“Las escuelas regulares no están preparadas para incorporar a alumnos ciegos o con baja visón. En ellas se diluye a los niños con discapacidad”, responde categórico Éver Solís, presidente de la Unión Nacional de Personas con Discapacidad Visual.
En la actualidad, no existe en el mundo educativo una respuesta única sobre este tema. En los distintos países se suelen aplicar diferentes programas o, incluso, la combinación de varios métodos al mismo tiempo: escuelas especiales, escuelas regulares con salones de recursos, maestros itinerantes. En Paraguay, desde hace varios años, se ha optado por la matrícula en escuelas regulares con el asesoramiento de maestros itinerantes, procedentes de centros de apoyo.
Licenciada Beatriz Melgarejo: “En mi opinión, no hay un método ideal, cada uno tiene sus ventajas y desventajas. Respeto lo que dice la Psicología al respecto, pero desde mi experiencia como maestra, el niño ciego, antes de incorporarse a las escuelas regulares, debe saber leer y escribir en braille y trabajar con la regleta y el punzón”.
Lizzis Candia: “Yo estuve en una escuela especial y en una escuela regular, así que puedo hablar desde mi experiencia. Estar en una escuela especial, me permitía relacionarme con compañeros con deficiencias visuales. Los ciegos manejamos códigos comunes. Nos entendemos mejor entre nosotros, lo que, sin duda, crea un ambiente de aprendizaje más cómodo. Además, contábamos con profesores especializados y con muchos recursos de aprendizaje. En las escuelas regulares no se dan esas condiciones. Los maestros itinerantes apoyan, pero no es suficiente”.
—Y el permanecer demasiado tiempo en escuelas especiales, ¿no podría contribuir a crear un sentido falso del mundo en general?
—Lizzis Candia: Cierto. Cuando comencé en una escuela regular, sufrí bullying por ser ciega. Eso era parte del mundo real. No obstante, pienso, y lo digo por Erick, que incorporar a un niño ciego desde el jardín o preescolar en una escuela regular, no es adecuado. Es como decirle a un ciego: ‘Entrá a un bosque y caminá'. ¿Cómo va a hacerlo si no sabe lo que es el bosque? Es como lanzarlo al vacío sin una cuerda.
—Erick Candia: Al principio no estuve bien en varias materias. Apenas sabía leer. Después comencé a ir a Santa Lucía y aprendí el braille. Y algo muy importante: me adiestré en la orientación, la movilidad y en la adquisición de habilidades y destrezas para manejarme en la casa y en la calle. Ahora me siento mucho más preparado. Los profesores de la escuela Acosta Ñu, en general, son buenos; al igual que los compañeros de mi nuevo grupo. Aunque en el anterior, debo decir que no eran muy cooperativos. Y no faltaron los que se burlaban de mí y hasta llegaron a pegarme”.
MAESTROS Y RECURSOS: EL TALÓN DE AQUILES
“En cierta ocasión escuché a una maestra cuestionar por qué tendrían que aceptar a niños con determinadas discapacidades en su escuela. Ella no sabía que mi hija, Leticia Martínez, era débil visual. Ese día lloré mucho, muchísimo”.
Sonia Giménez también recuerda que en medio del llanto alguien le dijo: “Nunca permitas que a tu hija no la admitan en una escuela regular. Ella tiene el mismo derecho que cualquier otro niño”.
“Leticia cursa el tercer grado en la Escuela Pública San José en Luque. Por suerte, ha tenido muy buenas maestras. Le prestan una atención especial. Pero sé que no siempre ocurre lo mismo. Y como cualquier niña de su edad, tiene iguales inquietudes”.
“Ahora estoy aprendiendo a tocar violín. Me gusta bailar y cantar. ¿Mis artistas preferidos? Camilo y Tini. Me gustaría ser como ella. ¿Mis compañeros de clase? En general, son buenos; aunque hay algunos malos. Uno escribió groserías en mi mesa. Lo leí con la lupa. Y a veces hacen mucho ruido”, cuenta Leticia.
Amibys Villamayor, profesora de Español de la escuela Acosta Ñu de San Antonio, reflexiona: “Cuando se tiene en el aula un alumno con necesidades educativas especiales, se precisa tener una muy buena disposición para acometer la tarea. En mi caso, trato de poner lo mejor de mí, pero siento que me falta preparación. Si bien recibimos algún apoyo de la maestra itinerante de Santa Lucía, no es suficiente”.
Myrian Ocampo, directora de la escuela: “Un niño con discapacidad visual necesita una atención individualizada. Ello requiere de tiempo y materiales didácticos específicos. Sé lo difícil que resulta para un maestro que no tiene la adecuada preparación, además con un aula abarrotada de alumnos, prestar esa atención es difícil. También hay carencia de materiales didácticos y escolares; por ejemplo, en el caso de Erick, el tema del papel para escribir en braille. Pienso que el MEC debe garantizar los materiales necesarios. En no pocas ocasiones, las propias maestras hemos tenido que comprarle las hojas para escribir”.
Beatriz Melgarejo: “En Santa Lucía contamos con un grupo de maestras itinerantes que tienen como tarea visitar a los alumnos en sus escuelas y brindar apoyo a los profesores que les imparten clases. De igual manera, a esos niños se les ofrecen clases de refuerzo y aprendizaje en el Centro. Pero en ambos casos, no son suficientes. No todos los padres pueden traer a sus hijos con la regularidad que se requiere ni se puede llegar a todos los docentes con la profundidad que se necesita. Ni tampoco las escuelas cuentan con materiales didácticos especializados. Los niños se van atrasando en el aprendizaje en relación con sus compañeros videntes”.
Carlos Martínez, director del Centro de Formación Integral para Personas Ciegas de Santa Rosa del Aguaray: “La mayoría de los docentes de escuelas regulares no cuentan con preparación alguna. No es de extrañar, entonces, que exista una predisposición negativa. Y no todos aceptan de buena gana las orientaciones. Y algo que no es un tema menor: los docentes que tienen alumnos con discapacidad en sus aulas no reciben ni incremento salarial ni algún otro beneficio que compense el tiempo extra y la dedicación que esta labor demanda. Considero que es un aspecto que deberá tenerse en cuenta por parte del Ministerio de Educación”.
MEC: LA INCLUSIÓN COMO ESTILO DE VIDA
Después de tener una panorámica general sobre la inclusión de niños con discapacidad visual en las escuelas regulares, converso con el licenciado en Psicología César Martínez, director general de Educación Inclusiva del Ministerio de Educación y Ciencias:
“En la actualidad, tenemos 2182 alumnos con discapacidad visual matriculados en escuelas regulares. No se tiene un dato preciso de cuántos niños con problemas visuales están fuera del sistema educativo. Los datos recolectados a partir del censo del 2012 resultan insuficientes para tener esa estadística. Esperamos que, con el nuevo censo, se obtengan cifras más precisas en ese sentido”.
—¿Qué preparación específica reciben los profesores que tienen alumnos con algún tipo de discapacidad en sus aulas?
—La normativa establece que cuando el docente identifica a un niño con discapacidad visual en su aula, debe recurrir a la supervisión departamental, recibir ayuda de los Centros de Apoyo, adquirir materiales y apropiarse de metodologías afines. Queremos creer que recurren a esas instancias.
—Teniendo en cuenta las horas extras que deben consagrar a su preparación o el esfuerzo que conlleva la dedicación a estos niños, en ocasiones, en medio de precariedades y con altas matrículas, ¿reciben estos docentes alguna bonificación salarial u otro beneficio compensatorio?
—No, no reciben.
—En el programa Una Computadora por Niño, ¿se contemplaron los niños con discapacidad visual de manera particular?
—En el programa no se desagregó por tipo de discapacidad, posiblemente haya recibido alguno dentro del programa general; pero no se tuvo en cuenta la premisa de la discapacidad visual de manera particular.
—¿Cuáles son los principales desafíos que enfrenta la educación inclusiva en el país?
—La formación docente es fundamental. Considero que el tema de la discapacidad dentro de la malla curricular no debe ser solamente una materia optativa. En la actualidad, muchos de los maestros de las escuelas regulares no están preparados para tener un alumno discapacitado, porque no se formaron bajo ese paradigma. Hoy los institutos de formación docente deben tener incorporado el Diseño Universal de Aprendizaje, ya que los futuros docentes tendrán una alta probabilidad de tener alumnos con algún tipo de discapacidad en sus aulas.
Otro aspecto no menos importante es la responsabilidad social de la academia. Considero que las universidades e institutos deben desarrollar proyectos de extensión relacionados con los grupos más vulnerables de la sociedad; por ejemplo, las personas con discapacidad. Proyectos que contribuyan a conocer y evaluar las características físicas y psicológicas de estos grupos, o a la elaboración de materiales didácticos.
—Si tuviera que calificar en una escala del 1 al 10, ¿en dónde ubicaría la educación inclusiva en Paraguay?
—En cinco. Aún estamos a mitad de camino. En materia de normativas y legislación se ha avanzado bastante. Hasta nos felicitan por ese aspecto. La problemática se da a la hora de la implementación. Debe cambiarse el paradigma. La inclusión no es solo para algunos, debe constituirse en un estilo de vida. No podrá haber una sociedad inclusiva si no se concreta una real y efectiva educación inclusiva de las personas con discapacidad en todos los ámbitos de la vida. Existen todavía muchas barreras no solo materiales, sino también actitudinales.
Suelo recalcar que en los docentes deben primar altas dosis de pasión y empeño. Es cierto que en muchas ocasiones no ha habido una formación previa, pero una es la realidad: el niño discapacitado no puede esperar a que el docente se forme ni que se den las óptimas condiciones. Esos alumnos están ahí, a las puertas de la escuela, a la espera de que nosotros les abramos las puertas.
INCLUSIÓN ABSTRACTA, EXCLUSIÓN CONCRETA
Los hábiles dedos de Erick recorren la cartulina con relieves en braille: “Un león solitario entra al territorio de la manada, los cachorros tienen curiosidad por saber quién se aproxima”. La maestra Corina Leiva le corrige la ortografía. Erick sonríe mientras los cachorros, tímidamente, comienzan a acariciar la melena del león.
Erick, Saydi, Tobías y Leticia han tenido la suerte de contar con el apoyo de su familia y de no pocos docentes. Decenas de otros niños, con iguales dificultades, no han tenido ese privilegio. Sus sueños todavía duermen a la espera de que se sigan abriendo puertas, mentes y corazones.
Por Francisco Cruz