Cuesta tanto confiar en la gente en una sociedad donde no salimos del todo de una decepción y ya se nos viene otra. Al menos en cuanto a figuras públicas se refiere, y con las honradas excepciones, claro. Antes, por ejemplo, el fútbol salvaba bastante la fiesta en común, es como que nos dábamos más permiso para amar a ciertos jugadores virtuosos que nos representaban con su comportamiento y amor a la camiseta albirroja, y a más gente le dábamos esa posibilidad de unir corazones desde su persona representativa, pero desde que el fútbol se comercializó, hasta eso se diluyó bastante.
Desde el 8 de diciembre, que sí es una fiesta que une a mucha gente en el gesto espiritual más importante del año, ya solo queda Navidad como celebración común, pero últimamente también hay como un refilón de ese espíritu de la llamada cultura de la cancelación que parece encontrarle solo defectos a todo lo que hemos heredado, sin gran perspectiva de cómo cambiar esa realidad que critica, pero creando un efecto acomplejizante, digamos así, al menos si nos dejamos llevar, tampoco faltan problemas reales que obnubilan la mirada, quizás por efecto de la nostalgia o del materialismo que mide con varas inadecuadas este evento, no sé... lo genial es que en el camino y de sorpresaite nos cayó una alegría que nos movió.
Es verdad, la vida nos ha dado una sencilla y linda sorpresa con la participación de la bella Nadia Ferreira en Miss Universo. No nos lo esperábamos, pero creo que la reacción espontánea de la gente, que más que nunca siguió un concurso de belleza que se venía a menos ya, fue una expresión de un íntimo deseo que conservamos como comunidad, y es que de verdad queremos que haya cosas que nos unan y nos congreguen sin dobles intenciones o manipulaciones, además, de yapa, que sean del porte virtuoso, positivo, honroso.
Más allá del concurso en sí, es como que el deseo de bien común escapa de las rejas del pesimismo que la desconfianza le impone y se pasea entre nosotros de buena gana. Da cierta emoción, cierto sentido de júbilo y se contagia ese estar juntos y compartir. Claro, no faltan los que quieren meter mano a nuestra algarabía para echar al pozo del chismerío o de la rigidez inútil nuestra pequeña felicidad colectiva. Nambréna.
No sé a ustedes, pero a mí me encanta encontrarme en estos tiempos posmodernos lentos con una paraguaya hermosa, instruida, que canta en guaraní, que habla de cultivar la belleza interior y luchar por superar las dificultades de la vida, una joven que “no niega su nación” y hace hablar bien de nuestro país a tantas personas en el mundo. Encima es reagradecida con su mamá y con todos, que es una forma muy paraguaya de encarar las cosas. ¡Súper!
No faltarán defectos o límites en su persona, pero yo no parto de eso, ¿para qué?, ¿para qué buscarle defectos a la vida, si ya sabemos que tiene luces y sombras? ¿Por qué no disfrutar todos juntos de esta alegría luminosa así como se nos vino de sorpresa? De alguna manera este guiño simpático de la realidad nos mostró que sí hay todavía un “nosotros”, una identidad que vale la pena custodiar y potenciar, y que no hemos perdido del todo ese deseo de hacer brillar nuestro rostro paraguayo en el mundo, ya moreno, ya blanco de ojos claros, pero con sentido de unidad y no de eterna conflictividad.
Lo de Nadia se sumó a la liberación de Peter Reimer y esperemos que se sigan agregando otras buenas noticias en el camino a nuestra Navidad de Jesús, pesebre, familia, vecinos y amigos reunidos con fe. Pensemos na bien un rato todos juntos y que a nadie le falte la compañía y el consuelo de saberse valioso y querido más allá de sus circunstancias. Esa ko es la raíz de las que se nutren flores tan bonitas como la de Nadia y hacen brillar nuestro árbol en medio de un mundo bastante maltratado y confundido anga. ¡Ánimo y muchas felicidades!