Federica Saini Fasanotti, investigadora del Centro de Seguridad, Estrategia y Tecnología, cree que el mandato de Donald Trump se ha caracterizado en esta zona por el desinterés, limitado a la cooperación en el marco de la lucha antiterrorista. Como ejemplo cita su escasa implicación en la guerra en Libia, más allá de su intervención en la derrota en 2016 del grupo Estado Islámico (EI), y la reducción de las operaciones del mando general para África (Africom). “Washington podría mantener la política de desenganche de Libia, pero concedería demasiado terreno a Turquía, Rusia, Egipto y Emiratos Árabes Unidos (EAU) en este país de importancia geoestratégica”, afirma. Por ello, considera más probable que pueda optar por ampliar su papel, ya sea como mediador confiable entre las partes o como guardián, a través de una fuerza multinacional auspiciada por la ONU, para frenar la influencia de rusos y turcos, y “amortiguar tanto las tensiones intraeuropeas (en el Mediterráneo) como el pulso entre Catar y el cuarteto árabe”.
Jalel Harchaoui, investigador de la Iniciativa mundial contra la delincuencia organizada transnacional, advierte, sin embargo, que la política exterior de Trump tuvo dos fases distintas que son necesarias recordar para entender las decisiones que podría adoptar su sucesor. Una hasta la salida de los secretarios de Estado Rex Tillerson, y Defensa, James Mattis, “liberales republicanos favorables a las tesis tradicionales de la política exterior, como la oposición a Rusia”.
Y otra liderada por halcones como el consejero de Seguridad Nacional John Bolton, alineada con los intereses regionales de Israel y EAU, que propició la ofensiva del mariscal Jalifa Hafter contra Trípoli en el 2019 y facilitó el reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el Sahara Occidental, las dos trampas con las que tendrá que lidiar Biden. “Estos dos asuntos destacan en el núcleo (de la política) en el norte de África, han sucedido durante la Administración Trump y causarán ramificaciones en los próximos meses”, estima Harchaoui, quien insiste en que el demócrata tiene escaso espacio de maniobra para revertirlas.
El principal punto de interés parece Libia, país sumido en el caos y la guerra civil desde que en 2011 la OTAN contribuyera militarmente a la victoria de los heterogéneos grupos rebeldes sobre la dictadura de Muamar al Gadafi. En los últimos tres años, gracias a la desidia de EEUU y la división de la UE, Rusia y Turquía han multiplicado su influencia política, económica y militar hasta convertirse, junto a EAU y Catar, en los actores principales de un conflicto ahora multinacional. Han desplazado miles de mercenarios extranjeros y levantado bases militares sólidas: los turcos en la frontera con Túnez y en la ciudad-estado de Misrata, y los rusos en Al Gardabiya, Al Jufra y los alrededores de Bengasi.