Sábado|28|MARZO|2009
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Asunción era una fiesta. Nunca antes hubo tanta gente feliz y esperanzada frente al Parlamento y el Palacio de Gobierno, como aquella noche.
Miro las fotos del 28 de marzo de 1999. No hay huecos vacíos entre esa multitud compacta, que en su momento se estimó en unas 80 a 100 mil personas. Banderas de todos los colores, pero principalmente paraguayas. Caravanas interminables, rostros luminosos, miradas de futuro. La gesta del Marzo Paraguayo, con su capítulo de sangre y heroísmo, llegaba a su fin. Un nuevo tiempo se dibujaba en el horizonte.
Diez años después... ¿qué se hizo de tanta esperanza colectiva, de tanto fervor ciudadano?
La plaza está casi vacía a la hora de las celebraciones. Los tantos miles que entonces estuvieron allí, hoy prefieren olvidarlo. Frustración, desencanto. Lo que siguió fue tan terrible que a todos nos da vergüenza. El gobierno que asumió resultó ser uno de los más ineptos y corruptos en la historia del Paraguay. Pero, ¿fue culpa de la gente?
En marzo de 1999 hubo una hora ciudadana. El pueblo paraguayo demostró una vez más ser capaz de cambiar la historia. La gente -especialmente la juventud- puso el pecho a las balas, construyó murallas de coraje ante la amenaza de la barbarie, y en la noche del 28 de marzo, tras cumplir su rol histórico, entregó el destino del país a la clase política.
Como pocas veces en los dos siglos de vida republicana, los partidos políticos tuvieron la increíble ocasión de ensayar un Gobierno de unidad nacional, con el apoyo de los movimientos sociales y un gran respaldo popular.
Pero la Historia les quedó grande. Los líderes no supieron estar a la altura del desafío, y se desbarrancaron en mezquinas rencillas, en peleas por cargos, en disputas por una parte del botín.
El error del 28 de marzo fue que la ciudadanía arrió prontamente sus banderas de lucha tras la gesta inolvidable, en lugar de mantenerse alerta, vigilante, participativa, reclamando y ayudando a que los mandatarios cumplan con lo que se habían comprometido sobre la sangre de los mártires.
El 20 de abril de 2008, nuevamente el pueblo paraguayo sorprendió al mundo. Con una jornada cívica ejemplar, puso fin a un largo reinado de corrupción e injusticia, y entregó el destino de la Nación a una nueva élite política.
Ahora, a casi un año de ese hecho histórico, nuevamente empiezan a soplar los vientos del desencanto. ¿Permitiremos que se repita el error del 28 de marzo?