No es político y respondió a una pregunta sobre un tema terriblemente controversial como médico y administrador de espantosas realidades en un hospital público y no como cualquier político, tocando la música que querría escuchar la mayoría. En política, decir exactamente lo que se piensa casi siempre es un error. Y como González no es político, ese error le costó el cargo.
No creo que Santiago Peña haya tomado la decisión de revertir su designación por la presunta falta de humanidad en la respuesta de González, creo que ese “error político” fue la excusa para ceder ante la presión machacona de los correligionarios que protestaban a gritos porque el futuro ministro no era un afiliado del partido. Cruzo los dedos porque quien ocupe finalmente la cartera sea alguien con igual o mejor perfil que González, independientemente de que tenga o no una filiación partidaria.
Pero vayamos al tema que provocó o sirvió de excusa para su destitución. Le preguntaron cómo encararía el aluvión de órdenes judiciales que obligan a Salud a comprar medicamentos para aquellas enfermedades calificadas como catastróficas. El tema saltó al tapete luego de que el director del Hospital Nacional del Cáncer advirtiera que, debido a la cantidad de amparos presentados contra su institución, se había quedado casi sin presupuesto.
El problema es complejo; lo es en países ricos y con más razón en uno como el nuestro. La cuestión es que la medicina avanza a pasos agigantados, desarrollando medicamentos de última generación para paliar, detener e incluso en ocasiones curar enfermedades como el cáncer. El drama es que esa medicación tiene costos elevadísimos. Un tratamiento básico con medicamentos monoclonales cuesta más de cien mil dólares.
Desde el punto de vista del paciente y de sus familiares no hay discusión posible. La vida no tiene precio. Si el médico dice que tal producto ofrece una chance mínima de ganar tiempo o incluso alguna posibilidad de cura, hará lo que sea necesario con tal de jugarse esa última carta. Nada más lógico y humano.
El administrador de los recursos, sin embargo, enfrenta un escenario infinitamente más complicado. Si solo tiene cien mil dólares y debe decidir entre comprar un mamógrafo, que puede detectar en un año que tres o cuatro mil mujeres padecen un cáncer en etapa inicial, garantizando su cura en un 98%, o adquirir un medicamento biológico que le otorgará una chance del 30% a una sola persona, la lógica nos dice cuál debería ser su elección.
Por supuesto, lo ideal es que en el Estado nunca tuvieran que tomar este tipo de decisiones, que hubiera suficiente para cubrir todos los tratamientos y de todos, independientemente de su complejidad y costo. Pero, eso no es así; y hasta tanto no lo sea, hasta que no tengamos un sistema de salud distinto y con financiamiento garantizado los médicos deberán seguir administrando estas horrorosas realidades, y los ministros obligados a generar políticas públicas de salud que apunten a la prevención antes que al tratamiento de la enfermedad.
Por ahí iba lo de González. Recordó que hoy en Paraguay solo dos de cada cien mujeres se hacen mamografías, y uno de cada cien hombres un control de próstata. Es brutalmente más barato y efectivo diagnosticar y curar casos de cáncer iniciales que pagar los tratamientos en estados avanzados. Es mucho más barato y efectivo tener plazas públicas seguras donde camine la gente media hora por día que construir nuevos hospitales para tratar a una legión cada vez mayor de diabéticos, cardiacos y enfermos renales.
Siempre podemos tener un político que nos diga solo lo que queremos escuchar, pero mantenga el modelo prebendario de salud que solo garantiza cobertura a unos pocos correligionarios y con suerte a quienes puedan pagar una acción judicial, o un sanitarista que nos cuente de la realidad con crudeza, pero como requisito indispensable para empezar a cambiarla.