Cómo evitar una reunión personal con el presidente Alfredo Stroessner y eludir cualquier acción de parte suya que desactive la programada conspiración militar para derrocarlo, ante los rumores que comenzaban a correr de boca en boca?
Era el dilema que enfrentaba el entonces comandante del Primer Cuerpo de Ejército, general Andrés Rodríguez, cuando recibió una citación del dictador para presentarse a una reunión en el Comando en Jefe, el jueves 26 de enero de 1989, una semana antes del golpe programado.
En esa época, las órdenes del Supremo no se desobedecían, pero el riesgo de asistir era grande. Corría la versión de que Stroessner pensaba pasar a retiro a Rodríguez y relevarlo del mando.
Los asesores del general rebelde le aconsejaron que simule haber sufrido un accidente. “Me caí de la escalera y me quebré la pierna, por lo que no podré ir a la reunión. Por favor, hágale llegar mis disculpas al señor comandante en jefe”, le dijo Rodríguez por teléfono al jefe de Estado Mayor, Alejandro Fretes Dávalos.
Desconfiado, Fretes Dávalos envió espías al cuartel de la Caballería, en Campo Grande, aprovechando que había un ejercicio de cimeforistas, en la mañana del 2 de febrero. Efectivamente, los emisarios pudieron ver que Rodríguez estaba inmovilizado en un sillón por un enorme yeso en una de las piernas, que un médico militar amigo le había colocado con mucha paciencia.
Era el mismo médico que, horas después, le tuvo que cortar y volver a sacar el yeso, para que el general de Caballería recuperara pleno movimiento y se pusiera al frente de la sublevación en marcha.
EL AVISO
Cerca de las 17.00 del jueves 2 de febrero el general Alfredo Stroessner estaba en casa del coronel Feliciano Manito Duarte, presidente de Antelco, disfrutando de un juego de naipes, cuando le avisaron que su hijo Gustavo le llamaba por teléfono. Molesto por ser interrumpido, el dictador escuchó la voz alarmada de su hijo al otro lado del tubo:
–¡Parece que es cierto que Rodríguez está preparando el golpe…! ¡Todos dicen que ocurrirá esta noche…!
El anciano gobernante miró a sus amigos, sentados a la mesa con las cartas de barajas en la mano, que escuchaban expectantes, y les hizo un gesto de que no era nada importante.
–¡Vamos a dejar de lado esos disparates…! ¡Yo ya hablé con Rodríguez y todo está bien…! –exclamó Stroessner, cortó la llamada y volvió a sentarse a la mesa, dispuesto a seguir jugando.
Luis Miguel y Sergio Denis
El 2 de febrero, la ciudad de Itá celebraba su fiesta patronal con dos conciertos de sus principales clubes sociales y deportivos, que rivalizaban con la actuación de grandes artistas internacionales. En el Olimpia de Itá actuaba el cantante mexicano Luis Miguel, mientras que en el Sportivo Iteño lo hacía el argentino Sergio Denis.
En entrevista con ÚH, Denis contó que se enteró del golpe en Asunción, antes de salir hacia Itá, cuando escuchó los primeros disparos, cerca de las 22.00, desde el Hotel Guaraní, donde estaba alojado.
Aun así, decidió ir a actuar. “Tanto el club que me había traído como el que trajo a Luis Miguel habían metido cerca de diez mil personas cada uno. El empresario que me contrató dijo: ‘La gente te está esperando desde las nueve de la noche, no saben nada de lo que sucede, tenés que ir a cantar’”, recuerda.
En contra de la leyenda que asegura que ambos tuvieron que quedarse a pernoctar en Itá, Sergio asegura que pudieron regresar a Asunción esa madrugada. “Salimos en un colectivo, pasamos al otro Club (Sportivo Iteño) a buscar al que traía a Luis Miguel y avanzamos por la ruta, escoltados por dos motociclistas militares, que eran del grupo leal a Stroessner. Como a dos kilómetros encontramos una barrera militar, donde hubo averiguaciones y los dos motociclistas que nos escoltaban quedaron detenidos. Eran los militares del ejército revolucionario, quienes, para que sigamos camino, nos pusieron a otros dos motociclistas, pero ya del bando ganador”, relató el cantante.
EN VIVO Y EN DIRECTO
La emisora católica Radio Cáritas fue la única que pudo sacar a sus reporteros a la calle y transmitir en vivo momentos del combate, con el sonido de disparos y explosiones.
El periodista Celso Velázquez fue el primero en informar sobre el avance de los tanques desde la zona de la Caballería, en Campo Grande, y en relatar en directo algunas escaramuzas en el microcentro. Juan Pastoriza salió después con un móvil, al que ataron una bandera blanca, hacia el Batallón Escolta, donde se buscaba la rendición de Stroessner.
“Pudimos sortear los tanques e, increíblemente, los soldados apostados detrás de los mismos, o tirados en el suelo disparando, no nos dieron importancia y pasamos. Subiendo la calle 25 de Mayo y pasando General Santos, no había una sola luz. La oscuridad era espantosa”, relató Pastoriza. Con un walkie pudo relatar que veía a soldados saliendo corriendo desnudos desde el Escolta, o que un edificio cercano acababa de volar a pedazos. “Al levantar la cabeza, vimos pasar prácticamente encima de nosotros un avión Xavante, con las luces de guerra prendidas, como un siniestro pájaro. Instintivamente, nos tiramos al suelo, porque presentíamos las ráfagas mortales”, narró el periodista.
Se escuchó una fuerte explosión y luego se hizo un prolongado silencio.
–¿Hola, hola…? ¿Me escuchan…? –pregunto la voz desde estudios centrales.
Sí, aquí estamos…” –respondió Pastoriza.
–¿El equipo de transmisión está dañado, o está bien? –averiguó la voz.
–Sí, el equipo está en buenas condiciones –respondió Pastoriza, y luego se dijo para sus adentros: “Nosotros también, gracias”.
–¡Ah, que bien! Entonces, podemos continuar la transmisión –dijo, con alivio, la voz desde estudios.