Figuritas de barro, árboles de ramas entrelazadas o nacimientos con decenas de piezas se superponen en el suelo esperando que algún rezagado se los lleve a casa, quizá a un precio más bajo por comprar a última hora.
Este segundo año consecutivo con el Covid-19 acechando la celebración navideña, la crisis también se deja sentir entre los artesanos y, si antes de la pandemia el coste medio de un pesebre grande era de 1.500.000 guaraníes (unos 220 dólares), ahora se encuentra por 950.000 (unos 139 dólares).
LA TRADICIÓN
En un país como Paraguay, tan marcado por su cultura indígena, llama la atención la tradicional instalación de pesebres en Navidad, algo, como explica a EFE Javier Armando Mendoza, uno de esos vendedores muy vinculado a los “abuelos”.
“Parece que se está tomando conciencia y la gente sigue con la tradición, porque algunos que otros están perdiendo la tradición, a base de otro entretenimiento. Es darle el seguimiento de lo que abuela y abuelo, los antepasados, nos dejaron a nosotros para que podamos dejar a nuestros hijos también”, señala.
Esa tradición católica, según los historiadores, se instaló en el país suramericano a raíz de la llegada de las misiones jesuíticas en la época de la colonia, que dejaron este poso religioso nada vinculado a la cultura guaraní.
Sin embargo, esa costumbre cristiana se fue modificando en Paraguay y, a los tradicionales pesebres, se le agregaron rasgos locales que fueron distinguiendo esos pesebres de los que pueden verse, por ejemplo, en cualquier mercadillo navideño europeo.
Entre las piezas que exhibe Mendoza, resalta un árbol de Navidad, cuya copa está hecha a base de ramas entrelazadas y trenzadas hacia el cielo. “Esa enredadera” que compone la pieza es de ysypo, una planta nativa de Paraguay, detalla.
El trabajo del artesano comienza yendo “al monte” para buscar la materia prima, que selecciona y trabaja posteriormente para, comenta, “darle forma o el dibujo” que se reproducirá después.
No obstante, Mendoza argumenta que “el paraguayo es de casita de paja nomás” y que, a veces, introducir otros materiales en las creaciones, dificulta su venta, pese a que es un producto que “se puede mojar sin problema” si queda a la intemperie o puede almacenarse en un depósito “sin bolsa ni nada”.
ÚLTIMOS RETOQUES
Tanto él como otros artesanos que muestran sus piezas en el céntrico y populoso mercado siguen trabajando hasta última hora, aunque la mayor parte de sus creaciones estén concluidas y únicamente reste algún detalle.
Ilsa Duarte dice a EFE que, en general, ella traslada a la venta “todo bien terminado”, pero agrega a última hora “los detalles”.
“Pintar los ojitos, los labios (de un niño Jesús) es lo que más se tarda, unos dos o tres minutos. Un pesebre, con toda la familia, puede ser media hora”, señala la vendedora, quien, no obstante, insiste en que es solo “algún detallito” lo que se hace en el mercado.
Además de madera y capiz (un tipo de caña), un elemento que no falta entre las creaciones de estos artesanos es el barro.
Mendoza, que procede de Areguá, una ciudad cercana a Asunción conocida precisamente por sus artesanías en cerámica, explica que empieza a elaborar sus figuras de barro desde febrero para vender en diciembre.
“Empezamos a fabricar y almacenar porque lleva tiempo, no es que se hace rápido. Un juego tiene 17 piezas; entonces cuesta hacer todo. Imagine 10 juegos son 170 piezas y si hablamos de 100 ya son 1.700. Entonces, cuesta hacer... y vamos empezando a juntar. Después, un día se vuelve a pintar todo”, afirma.
Pese a que detalla que “hay días en que se vende más y otros menos”, dice que ha visto a muchos de sus compañeros en el mercado irse a casa “y eso es que vendió todo, así que está bien”. Por ello, confía en que en las últimas horas “seguramente se va a acabar todo” y siga viva esa tradición que, para él, es un vínculo con los abuelos.
FUENTE: EFE