Parapetado tras un blindado Urutú, frente al cuartel del Batallón Escolta Presidencial, donde estaba refugiado Alfredo Stroessner en la madrugada del 3 de febrero de 1989, el fusilero Victor Colmán tuvo plena conciencia de que podía perder la vida, al igual que sus camaradas, por una causa de la que se había enterado apenas horas antes, cuando recibió la orden de acudir al combate.
“Las balas pasaban zumbando sobre nuestras cabezas, mientras nosotros respondíamos al fuego de los soldados del Escolta. En un momento dado, un vehículo entró en el sector donde nosotros nos encontrábamos y una persona que iba adentro me disparó varios tiros. Me arrojé rápidamente al piso y por fortuna me salvé de morir acribillado”, recuerda el integrante del Regimiento de Caballería RC2 Coronel Felipe Toledo.
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Víctor es actualmente presidente de la Asociación de Excombatientes del Golpe Militar del 2 y 3 de Febrero de 1989, que aglutina por igual a los soldados que peleaban por derrocar al dictador Stroessner, como a los que se encontraban en las fuerzas que lo defendían en esa noche.
“A los soldados no se nos permitió elegir bandos, simplemente se nos ordenó atacar o defender. Esa noche hubo bajas en los dos sectores, pero más en el bando de los atacados. A casi 30 años, todos nos reconocemos igual como excombatientes y desde hace años venimos luchando para que el Estado nos dé una justa indemnización a todos por igual”, explica.
La noche de la libertad
“¡Hemos salido de nuestros cuarteles, en defensa de la dignidad y del honor...!”, decía la proclama del general Andrés Rodríguez, entonces comandante de la Caballería. El dirigió, contra su consuegro Alfredo Stroessner, el golpe militar que se inició en la noche del 2 de febrero, con esporádicos combates que se libraron en algunos puntos de la capital entre las tropas alzadas en armas y las pocas que intentaron defender al dictador, especialmente en el Cuartel Central de Policía y en el Batallón Escolta Presidencial, donde finalmente Stroessner se rindió y firmó su renuncia al cargo.
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Raúl Fernández llevaba casi un año como fusilero de la Armada Nacional cuando también lo enviaron al combate esa misma noche. Él había venido desde Villarrica y se enroló en la marina a los 15 años.
“No nos dijeron a dónde íbamos hasta el último momento, solo cuando ya subíamos para atacar y tomar el Cuartel de Policía y el Palacio nos contaron que íbamos a pelear para derrocar la dictadura y traer la democracia al Paraguay”, recuerda.
Raúl es ahora el secretario de la asociación de excombatientes de aquella gesta armada y recuerda que tuvo que enfrentarse a tiros con miembros de la Motorizada de la Policía, en la Plaza Independencia, en cercanías del Cine Victoria.
“Fue una batalla muy encarnizada la que tuvimos en ese lugar, hubo algunas bajas en el grupo de los policías que defendían al gobierno. Después fuimos a reforzar a los que atacaban al Cuartel Central de Policía, hasta que todos se rindieron. Otro grupo de nuestros camaradas tomaron el Palacio de Gobierno, también a balazos”, cuenta Raúl.
En la toma del Palacio cayeron dos de los marinos, Gregorio Bazán y Virgilio Enciso. “Se habla de 41 militares muertos en esa noche, de ambos bandos, pero creemos que hubo muchos más, porque no todas las víctimas se registraron. Una de las tareas de nuestra asociación es recuperar muchos datos que se han perdido o se han ocultado tras el golpe”, destaca Víctor Colmán.
En la alborada del 3 de febrero, mientras las tropas militares dirigidas por Rodríguez empezaban a retirar sus tanques de guerra y a proceder a la limpieza de los lugares de combate, sin permitir el acceso de periodistas y fotógrafos a los lugares donde estaban las víctimas fatales, un reportero de Última Hora pudo obtener varias imágenes en las inmediaciones del Batallón Escolta, en donde se puede ver a un grupo de ciudadanos desvelados aproximarse, entre temerosos y curiosos, a observar los aprestos de militares de la Caballería en un vehículo blindado de combate.
La foto se publicó en la portada de la edición especial de ÚH del 3 de febrero, con el título “Un golpe militar derrocó a Stroessner”, junto con una copia de la renuncia firmada por el dictador.
La democracia inacabada
En la tarde del domingo 5 de febrero de 1989, mientras gran parte de la población aún celebraba el derrocamiento de la dictadura, había una actividad inusitada en el Aeropuerto Internacional, que hasta entonces todavía se llamaba también “Presidente Stroessner”.
La información ya había sido confirmada. El gobierno brasileño había aceptado acoger como asilado político al dictador depuesto, y Stroessner sería trasladado en un vuelo especial de Línea Aéreas Paraguayas (LAP), junto con miembros de su familia, hasta la ciudad de Itumbiaria, donde iba a residir provisoriamente en una fortificada residencia de la compañía brasileña de electricidad.
Unas 1.000 personas se habían juntado en el aeropuerto para despedir al ex gobernante. Desde la terraza del edificio, gritaban consignas en contra de la dictadura. Los militares a cargo del operativo habían dispuesto un férreo cordón de seguridad, y no permitieron que los fotógrafos y periodistas permanecieran cerca.
Apostado con un potente teleobjetivo, el reportero gráfico Rubén Alfonso, de Última Hora, logró captar el momento en que Stroessner subía la escalerilla del avión. Debido a la gran distancia, la figura del derrocado dictadoor aparece algo desenfocada, pero plenamente reconocible.
Era las 15.50 de la tarde. El general que había gobernado el país a sangre y fuego durante casi 35 años de poder absoluto, partía rumbo al exilio y nunca más iba a poder regresar.
Casi 30 años después, Víctor Colmán y Raúl Fernández recorren la Plaza de los Desaparecidos, al costado del Palacio de Gobierno, uno de los escenarios del combate que permitió la caída del dictador.
“Desde el centro de la Bahía, los barcos cañoneros de la Armada disparaban al Palacio y al Cuartel de Policía, para presionar la rendición de los camaradas del bando stronista y así evitar que se produzca un mayor derramamiento de sangre. Todos queríamos que el combate se terminara rápido y que la dictadura llegue a su fin”, recuerda Raúl.
Ambos excombatientes creen que el sacrificio de esa noche fue bueno para el país. “Vivimos todavía una democracia imperfecta, pero este tiempo de libertad es mucho mejor que el que teníamos durante la dictadura. Solo buscamos que se reconozca también el esfuerzo de quienes salimos a pelear esa noche, no importa en qué bando hayamos estado, todos pusimos nuestra cuota para que hoy podamos disfrutar de este tiempo de libertad”, dice Víctor Colmán, mientras observa una de las placas dedicadas en la plaza a la víctimas de la dictadura.
El golpe de Estado de 1989 sin dudas es un hecho histórico para el país. Última Hora recuerda el acontecimiento en su revista especial publicada el 8 de octubre por su aniversario 45.