Aquellos que votaron por la ANR olvidaron –¿o no?– la falta de camas de terapia intensiva y respiradores, oxígeno y medicamentos, la debilidad del sistema público de salud, después de 70 años de gobierno del partido único, el Partido Colorado, igualito que en Corea del Norte.
Pese a todo, pese a los 16.000 muertos en la pandemia, sin mencionar otros datos socioeconómicos del país tras la desgraciada dictadura de Alfredo Stroessner, gran líder de los colorados, en las octavas elecciones generales de la era democrática en el Paraguay, la dupla Santiago Peña-Pedro Alliana obtuvo el 42,74% de los votos (1.292.079 votos). Una mayoría que alcanzó una histórica diferencia de votos, solamente superada por el general Andrés Rodríguez en 1989.
Esa misma noche, el principal adversario, Efraín Alegre, había reconocido su derrota y felicitó a Santiago Peña, todo muy democrático. Pero lo democrático no iba a durar mucho.
El adjetivo aplastante, que se aplicó a la victoria, tendría que habernos advertido de lo que se nos venía. Porque los colorados lograron también mayorías propias en ambas cámaras del Congreso, y 15 de 17 gobernaciones en todo el país. El país en sus manos, aquel 30 de abril recibieron un cheque en blanco.
324 días después del aciago 30 de abril de 2023, los colo’o han colmado las expectativas.
Santiago Peña cumplió al menos una de las amenazas proferidas durante la campaña electoral. Ante una multitud de funcionarios de Itaipú, había dicho en un discurso memorable sobre los cargos dentro de la función pública, y afirmó que estos se obtienen gracias al Partido Colorado y no por tener títulos o ser guapitos. ¡Justo a nosotros nos tocó un político que cumple a rajatabla la peor de sus promesas de campaña!
En apenas diez meses, hemos vivido de todo. El Parlamento fue muy generoso para proveer escándalos de todas las medidas y colores. De ahí surgieron el caso de Hernán Rivas y su presunto título de abogado falso; la violencia política ejercida por diputados en contra de diputadas de la oposición, y cómo no mencionar el caso del colorado cartista y próximamente presidente del Congreso Nacional, Basilio Núñez, promotor de ocupaciones vips en Remansito, Chaco, tierras que están en manos de ganaderos, abogados, empresarios y hasta jueces. El famoso caso de la finca 916 que sabemos bien acabará con un oparei.
Los paraguayos y las paraguayas somos demasiado generosos y generosas. Mantenemos a una caterva de analfabetos e ineptos hijitos e hijitas de papá y mamá –diputados, diputadas, senadores–, sin estudios, sin concursar por esos puestos, pero ganando millones por no hacer nada. Nosotros sudamos la gota gorda por conservar nuestros puestos de trabajo, pero los odiosos nepotavyrones están asegurados a sus sillas.
Algo, sin embargo, no podemos negar que ha cambiado, no sé bien en qué dirección, pero sí es un cambio. En Paraguay, históricamente, el vice era quien se ocupaba de ejercer de florero, ya saben ustedes, una figura decorativa de quien no se esperaba nada, salvo serruchar las patas del sillón de López. Ahora, el número uno es quien hace de florero, y yo creo que injustamente en las redes sociales, le andan diciendo diversos apelativos, hubo uno que hasta le llamó Firuláis...
Pero nada de esto importa realmente, porque el presidente que arrasó en las elecciones se la pasa viajando a todas partes, visita de vez en cuando un hospital en Paraguay, y en plena crisis de apagones, en medio de una infernal ola de calor, va a bailotear con la primera dama. No importa ya su marcante, porque es la prueba de que el infortunio sigue obsesionado con el Paraguay.