Por Andrés Colmán Gutiérrez
@andrescolman
-¡Parece que es cierto que Rodríguez está preparando el golpe! ¡Todos dicen que ocurrirá esta noche...!
La voz del coronel Gustavo Stroessner sonaba preocupada al otro lado del teléfono.
-¡Vamos a dejar de lado esos disparates...! -le respondió su padre, el general Alfredo Stroessner, y cortó la llamada.
Eran cerca de las 17.00 del jueves 2 de febrero de 1989. El general Stroessner, quien gobernaba el Paraguay desde casi 35 años, al frente de una las dictaduras más longevas de América Latina, estaba en casa del coronel Feliciano Manito Duarte, presidente de la telefónica estatal Antelco, disfrutando de un juego de naipes, cuando le pasaron la llamada de Gustavo.
Stroessner anunció que iba a quedarse un rato más y luego iría a visitar a María Estela Ñata Legal, su amante desde que ella era adolescente y madre de dos de sus hijas.
Alguien del entorno del dictador –cuya identidad no ha sido revelada– llamó por teléfono al general Andrés Rodríguez, comandante del Primer Cuerpo de Ejército, y le pasó el dato en clave: “El pato va a ir a su dormidero”.
SECUESTRO. Era la oportunidad que tanto esperaban. Rodríguez, quien tenía todo dispuesto para ejecutar la llamada operación 33, –-un golpe de estado contra Stroessner, a las 3.00 de la madrugada del 3 de febrero– estaba seguro de que se podía evitar un baño de sangre si lograban secuestrar primero a Stroessner y le hacían firmar su renuncia.
Pidió al coronel Eduardo Allende, comandante del Servicio Agropecuario, y al coronel Mauricio Díaz Delmás, que se encarguen de capturar a Stroessner en casa de Ñata, sobre la avenida Aviadores del Chaco (frente al actual Shopping del Sol).
Ambos oficiales fueron en un auto particular a reconocer el terreno. Eran las 19.45 y se esperaba que Stroessner llegue al lugar poco después de las 20.00. Dejaron al teniente coronel Vargas a cargo de la vigilancia y regresaron a informar a Rodríguez, quien les dijo que no pierdan tiempo en el operativo, ya que el éxito del golpe dependía de la captura de Stroessner.
-No puede fracasar. Usted hace una operación comando y en diez minutos ya sale con ese señor- dijo Rodríguez.
-¿La orden es traerlo vivo o muerto?- preguntó Díaz Delmás.
-No, vamos a respetar la vida de ese señor- contestó Rodríguez.
ERRORES. Alrededor de las 20.50, el teniente coronel Vargas llegó a avisar que Stroessner había llegado hacía rato a casa de Ñata. Había intentado avisar a través de una radio, pero nadie respondió.
“Embarcamos en dos camiones del Servicio Agropecuario, un camión transganado y otro granelero”, relata Díaz Delmás.
La idea era no llamar mucho la atención, Pero los choferes de los camiones pasaron de largo la calle. “Me adelanté y pregunté a los conductores, ¿a dónde van? Me contestaron que no sabían bien la dirección”, recuerda el militar.
Tras algunas vueltas, uno de los camiones atropelló y derribó el portón de la casa, iniciándose un fuerte intercambio de disparos con los soldados que estaban en el interior, y eran parte de la guardia habitual de Ñata.
El combate duró unos 25 minutos, cuando Díaz Delmás ordenó la retirada, en busca de refuerzos. “Hice el recuento de personal y me faltaban seis tenientes, a los que di por muertos. También conté cuatro heridos, el teniente Melgarejo y dos tenientes más”, narra.
Lo que no sabía era que Stroessner se había retirado antes de que se inicie el ataque. Según la dueña de casa, había finalizado la visita. Según asegura el general Víctor Segovia Ríos, en un libro, “no faltó un traidor (en el bando de Rodríguez) que delató la conjura, avisándole a la mujer del presidente del plan de asalto a su casa”, lo cual posibilitó la huida del dictador.
La versión de Ñata. En su libro Mi vida con el presidente Alfredo Stroessner, María Estela Ñata Legal cuenta una versión diferente.
Asegura que ese viernes, el dictador llegó a su casa aproximadamente a las 18.00, a bordo de un auto Chevrolet negro, seguido por un Jeep Toyota y un camión con unos 20 soldados del Batallón Escolta Presidencial.
Ella estaba con sus hijas, María Estela y Teresita, y con su yerno, el norteamericano Franklin Reyd. Merendaron café con chipas y el propio Stroessner comentó: “Corren rumores de que se estaría gestando un golpe de Estado y que la organización está a cargo del general Andrés Rodríguez. Yo no creo que eso sea posible, confío en su lealtad, lo conozco desde hace mucho”.
La reflexión sobre la lealtad de Rodríguez fue larga, según Ñata, y luego Stroessner se despidió, alrededor de las 20.30. Hasta entonces, no hubo ningún aviso de que la casa sería atacada, según la mujer.
Tras marcharse el dictador, se sentaron a la mesa para cenar. En ese momento, “los vitrales del comedor saltaron hecho añicos, una y otra vez, con el impacto de las descargas de los fusiles, que nos obligó a refugiarnos presurosos y desesperados en el interior de la vivienda”, según recuerda Ñata.
“El tableteo de las ametralladoras se hizo continuo y se percibía el impacto de las balas sobre las distintas partes de la casa. La vivienda fue baleada por todos lados”, relata.
Ella asegura que llamó por teléfono a Stroessner y le contó sobre el ataque. El dictador, quien aún estaba yendo en el auto, a la altura de Mariscal López y San Martín, pidió que se oculten debajo de una cama, y prometió que apenas llegue a la sede del Comando en Jefe enviaría al coronel Lesme, oficial del Batallón Escolta, con un pelotón a rescatarlos.