19 feb. 2025

El gobierno de la ciudad

Puede afirmarse enfáticamente que los problemas de las ciudades comienzan muy lejos de sus fronteras. Fenómeno que se registra desde las primeras aglomeraciones urbanas; por lo que el hecho, no reviste ninguna novedad.

El mismo fenómeno observado a través de los siglos se verifica también en Asunción y en las ciudades del interior; aunque sin las adecuadas respuestas –todavía– en las disposiciones legales que ordenan el territorio de las ciudades y sus adyacencias. Solo tenemos manotazos reformistas que no han resuelto los varios inconvenientes que se siguen generando.

Para comenzar y en el caso de Asunción, “la capital originaria y secular de la región”, la anomalía tuvo un detalle de origen completamente distinto y fue cuando la provincia fue despojada de la costa marítima convirtiéndose en mediterránea desde 1616.

Nadie se preocupó por el hecho porque entonces formábamos parte –todas las provincias– del reino de España. Pero cuando ya independientes, los paraguayos adquirimos la mentalidad de los de “tierra adentro” de acuerdo con la calificación otorgada por José Ortega y Gasset.

Es decir: Una sociedad fatalista, contemplativa, ensimismada, confiada en los designios de la naturaleza, incapaz de anticiparse a sus problemas como para reducir sus impactos. Como para planificar al mismo tiempo, un futuro más promisorio.

Este conjunto de detalles, fueron la matriz de los inconvenientes que enfrentamos hasta ahora. Que si nos hubiéramos percatado de sus consecuencias, pudimos haber evitado la improvisación y los frecuentes arranques “progresistas” de nuestras autoridades. De las de más antes y las de ahora.

El Dr. Francia inició la epopeya urbanística asuncena, “enderezando” las calles en enero de 1821. Otros la continuaron al punto que de un extremo a otro de la República, las vías urbanas siguen hasta la fecha, el rumbo indicado por el teodolito del Supremo, 204 años atrás.

Desde ese tiempo, los paraguayos nos convencimos de que los cauces de agua desaparecen debajo de los pavimentos; que los árboles no son necesarios y deben ser talados sin piedad, tanto como deben ser desmantelados los detalles del paisaje que se interpongan a la voluntad estética de cuanto infatuado se acomode en las alturas del poder.

Allí, donde algunos se sienten a solas con Dios y se pretenden infalibles, indiscutibles e incapaces de algún error. En cualquier tema.

Podría ser la razón por la que tenemos lo que tenemos. En nuestras ciudades …y de paso, también en nuestro país.

En cuanto a Asunción, sus problemas de circulación son graves porque los ciudadanos vivimos pendientes del movimiento de los vehículos. Nos preocupan más los baches que las aceras. La conducción en Asunción ni siquiera necesita señalización … solo “lomos de burro”.

Y en relación a lo anterior, se estima que todos los días ingresan a través de sus fronteras, más del millón de personas. Un gran porcentaje se desplaza en un automóvil o camioneta con dos pasajeros como máximo, además del conductor. El resto, apela al transporte colectivo mientras no se exceda el horario laboral; mediante un sistema cada vez más insuficiente, enrevesado, costoso y confuso.

Por lo que sin perfilarse hasta el presente alguna mejoría, la gente ha apostado y apuesta al vehículo privado. Ya sabemos como; una flota de diversas características a las que se suman taxis y otras modalidades de alquiler.

Sin las reformas necesarias y con los proyectos oficiales eternamente postergados, retrasados o interferidos por diversas razones, el panorama apunta a “seguir mejorando lo peor” … Por lo que seguiremos teniendo lo que tenemos.

Lo peor de todo es que no se trata solo del desplazamiento de la gente. Sino que el asunto deriva abruptamente hacia un grave problema social, a partir del hecho que cualquier persona que trabaja en Asunción y reside lejos de “los centros” o fuera de sus límites; debe superar una distancia que le demanda entre dos y seis horas de viaje, de ida y vuelta, hasta su lugar de trabajo o destino.

Tiempo sustraído a su familia, a sus estudios; a su capacidad física; o, de sus ganas de hacer algo más: tomar clases, practicar un deporte, o simplemente, divertirse.

Este drama repercute en el estado de ánimo de la gente, incentiva su malestar, genera males de salud y la conduce generalmente, a un estado de insatisfacción y de infelicidad.

Especialmente cuando ve que con mucho menos esfuerzo, a algunos “les va mucho mejor”. ¿No se trata de un problema grave para que alguna dependencia del gobierno lo considere con la debida seriedad?

Porque finalmente, debe afirmarse categóricamente que todos los problemas de las aglomeraciones urbanas tienen soluciones. Algunas simples y económicas. Y que además, existen alternativas para todos ellos. Tanto para los gobiernos de los municipios como para el de la Capital.

La primera de todas es poner fin a “las conversaciones con Dios” (o del que hace de Dios); o, la de seguir jugando a los acertijos.

Deben implementarse urgentemente medidas legales, operativas, de control urbano, de educación vial. Junto a las necesarias reformas, junto al intento de emular las experiencias exitosas de otras partes, de evitar nuevas improvisaciones y realizar proyectos que integren en sus propuestas, una real solución a los problemas de movilidad con el aporte de todos los componentes para las apetencias de belleza y confort de los ciudadanos.

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