Me llamo Juan Carlos Gómez Santacruz. Nací en Piribebuy, pero vivo en San Lorenzo. Tengo 62 años y cuatro hijos. Uno de ellos falleció a los cuatro años. También tengo siete nietos.
En la Librería San Cayetano estoy hace 33 años. Desde chico empecé a trabajar en la revistería.
Trabajé primero en una que estaba en la calle Perú casi Teniente Fariña, en el mercado hasta ser adolescente. Ahí trabajé mucho tiempo, aprendí sobre los libros y eso.
Después me casé y trabajé otra vez en la revistería. En el año 1991 fue que me independicé. Empecé primero con una casilla que estaba al otro lado de la calle donde estoy ahora en Herrera y EEUU.
En ese entonces lo que más se leían eran las revistas. Pero siempre tenía libros también. Ahora con el tema de la tecnología ya no hay revistas.
Estaban El Gráfico, El Tony, D’Artagnan, todos los cómics. También había el famoso Gordito y Corín Tellado que les gustaba a las señoras. Eso lo que se leía mucho.
Por ejemplo para Semana Santa nosotros no teníamos tiempo ni para almorzar, porque la gente venía para hacer cambios de revistas. Viernes, sábado, domingo, lunes, martes, se llenaba de gente.
Luego opté por los libros. Y me va bien. A mí me gusta leer y conozco el tema. Leo lo que le gusta a la gente y me dedico netamente al libro usado. Entonces así también es más accesible para la gente.
Acá en el centro entre dos nomás ya estamos que vendemos libros antiguos. Porque antes lleno estábamos.
Con mis colegas siempre hablamos. Sé que nos reunimos poco. Pero así por teléfono hablamos.
Estaba mi amigo Julio Rafael Aquino, que es de la oficina del libro. Por ejemplo, él tiene muchos libros antiguos. Siempre hablamos de los clientes, todas esas cosas que son parte de nuestro trabajo.
Uno que habla de su propia profesión: ¿Qué se vende? ¿Qué más se vende? ¿Qué más tengo? A veces, él no tiene y necesita. Entonces yo le proveo y viceversa. Y así nos ayudamos entre todos.
Antes de la pandemia yo trabajaba con dos personas acá. Pero ahora ya solo nomás me encargo.
También disminuyó mucho el movimiento en el centro de Asunción. Además, la mayoría de los que vienen son mis clientes.
Yo solía abrir a las 07:00, pero ahora abro desde las 09:00 hasta las 17:00. Los sábados también suelo abrir hasta las 17:00 o un poco más, depende del movimiento que hay.
Por día también varía mucho la cantidad que viene. Algunas veces no tengo tiempo ni para sentarme. Otras veces vienen dos personas en todo el día.
La gente de las nuevas generaciones conocen este lugar. La mayoría de mis clientes son gente joven, de literatura, filosofía y eso.
Hay cierto círculo de muchachos que le gusta bastante leer. Ellos tienen un club de literatura y me dieron un reconocimiento.
Acá es que viene gente muy profesional, estudiantes. Y jóvenes que les gusta la literatura.
Yo les guío a los que vienen. A veces la gente te pide que le recomiendes un libro.
O sea, viene y busca un libro y no lo encuentra. O no tengo lo que quiere. Entonces yo le ofrezco algo similar a ese libro que está buscando.
Yo sé que uno siempre aprende de los clientes. Por ejemplo, mi cliente era Rudi Torga, eminencia era. Él, por ejemplo, me enseñó mucho sobre libros de literatura paraguaya.
Acá, por ejemplo, está el doctor Scavone Yegros que es historiador y es mi cliente de hace más de treinta años.
O sea que uno conversa con ellos y me ayudan más para formarme, para tener más conocimiento sobre los libros. Porque es infinito; para conocer todo es difícil.
Eso les gusta a los clientes, que vos conozcas, que estés hablando con ellos del libro. Solemos compartir conversando sobre los temas.
Yo leo de todo. Historia paraguaya, filosofía, un poco de literatura para tener conocimiento de lo que tengo.
A mí el libro que más me gustó fue el de Hermann Hesse, El juego de abalorios. Otro que me gustó fue Martín Fierro, que leí dos veces. De Paraguay me gustó mucho El alma de la raza, de Manuel Domínguez.
No estoy de acuerdo con eso de que los paraguayos no quieren leer. No hay que confundir no querer con no poder. Históricamente aquí la educación siempre quedó muy atrás. Y no hay esa cultura como en otros países porque no se tiene esa posibilidad.
Y la gente tenía que trabajar para sobrevivir. Y no le daba más el tiempo para comprar y tampoco para leer a la noche.
Me acuerdo en las escuelas, nosotros intercambiábamos revistas para leer, porque todos querían leer.
He vivido de este trabajo. Y muchos colegas también. Si los paraguayos no querían, ¿de qué íbamos a vivir?
Con este trabajo yo mandé construir mi casa, les crié a mis hijos, les envié a la facultad. Dos de ellos tienen su propia librería en San Lorenzo.
Acá yo tengo como 40.000 libros, no tengo todo pero tengo de todo un poco. Hay libros desde G. 10.000 hasta precios más altos.
“No estoy de acuerdo con eso que se dice de que los paraguayos no quieren leer. No hay que confundir no querer con no poder. Porque históricamente aquí la educación quedó atrás”.
Tengo también de diferentes años. Ahora uno de 1850 y entre los paraguayos de 1911, 1912. Llegué a tener uno del año 1600, hace como 20 años. En ese entonces no le daban tanto valor al libro antiguo.
Entre los libros que más se buscan están los de historia paraguaya. Antes de la Guerra contra la Triple Alianza, ahora de la Guerra del Chaco.
La gente también busca mucho los libros de texto de antes. Semillita, Sigamos leyendo, Estrellita. Esos textos son los que buscan para que aprendan a leer sus hijos.
Yo llegué a escribir una dedicatoria para mi hijo que falleció. Tengo también unos cuentos que quiero escribir. Me gustan los cuentos.
Con mi familia llegamos a tener una biblioteca comunitaria en mi casa. Se llamaba Jorge Gabriel, le pusimos el nombre en homenaje a mi hijo que falleció.
Ocho años estuvo abierta y luego cerramos porque ya no podíamos atender. Los niños iban y usaban los libros para hacer sus investigaciones para su tarea. Cuando mi señora se internó, esos niños ya estaban crecidos y fueron a visitarle.
El hábito de la lectura nace desde la casa y hay que dar el ejemplo a los más chicos. Me encanta cuando vienen las familias acá y recorren el lugar con sus hijos. Les digo a ellos y todos que pueden mirar a su gusto, sin compromiso.