En el cancionero popular tradicional paraguayo el humor no abunda. Cuando los autores hablan de amores perdidos o encontrados; expresan su melancolía desde tierras lejanas añorando a su madre, su valle y su patria; exaltan el heroísmo de los guerreros; describen los paisajes de su entorno o relatan una muerte con sangre en un compuesto, lo hacen de un modo muy formal, muy serio.
Si bien cierta caracterización del paraguayo hizo circular de boca en boca que él, con tantos dolores y decepciones encima, incluyendo la pobreza material, se ríe de sus desgracias, ese rasgo no aparece con frecuencia en la producción de poetas y compositores.
En tren de buscar algún escritor que haya cultivado esa casi no transitada senda de la literatura de pueblo, sobresale con nitidez José Asunción Acuña (1911-1979), poeta irónico y a ratos mordaz, nacido en la tierra en la que también vino al mundo el también poeta Carlos Federico Abente: Isla Valle, Areguá.
Hurgando más en la vertiente humorística, es posible hallar una obra musicalizada rescatada de la oralidad por Mauricio Cardozo Ocampo en su libro (Asunción, edición del autor, 1980. Pág. 287) en la que el autor se sitúa como protagonista. Se llama (leer como en el guaraní la h, aspirada).
Si bien el autor habla en primera persona en su poesía, es evidente que retrata el estereotipo social del que no solo no trabaja sino que detesta trabajar. Y hace de ello una bandera de celebración de la libertad personal.
Ensuciarse las manos, sudar, cumplir horario, fatigarse, son para él una maldición, no una bendición que le permite llevar el pan a la mesa de su familia. Es un ser que transcurre en la vida lejos de toda actividad laboral.
De ello habla Germán Acosta, apodado Acosta Hû según Cardozo Ocampo, quien afirma haberlo conocido y escuchado cantar composiciones de su autoría en “la esquina de Brasil y 14 de Julio (hoy Mariscal Estigarribia)”.
En esa dirección de Asunción estaba la peluquería de Marcelino Almirón. Anexo, funcionaba un expendio de bebidas a cargo de su esposa, doña Concepción. Es allí donde se congregaban músicos, poetas y compositores. Alguno que otro requería el servicio de corte de pelo de vez en cuando, pero todos eran parte de la clientela diaria que vaciaba minuciosamente los contenidos de las botellas.
Esto tuvo que haber sido en la década de 1920, antes de que Cardozo Ocampo y Eladio Martínez, conformando el dúo de voces Martínez-Cardozo, emigraran al Río de la Plata en 1931 recalando primero en Montevideo y luego en Buenos Aires.
Acosta Hû formaba parte del catálogo de habitués del local. “Llegaba al negocio y luego de haber saboreado unos sorbos de la famosa ‘guavirami’ (caña paraguaya aromada con la cáscara de dicha fruta), ña Conché le alcanzaba la guitarra y con su voz de barítono bien timbrada, entonaba su repertorio. De él aprendimos la canción ‘El haragán’ que escuchábamos con deleite y de la cual decía ser el autor”, cuenta don Mauricio Cardozo Ocampo.
El haragán
Aunque soy un haragán
todos los días amboarete
amombytu’u che rete
ha ndarekói otro afán.
Tanto Pedro como Juan
mokôivévante che avogádo
añemoî chupekuéra arrogávo
ani haguâ amba’apo
por no oñemboai che po
soy haragán sin conchavo.
Nada me gusta de oficio
ni tampoco cualquier trabajo
para fatigar mi brazo
para mí es un sacrificio.
No me quejo de mi vicio
porque tengo dominado
algún día menos pensado
che mba’erâme aguahê
pláta yvyguy mba’e anohê
soy haragán sin conchavo.
Soy dueño de mí absoluto
dueño de mi voluntad
arekónte la libertad
ajeve avivi de gusto
pero tamombe’u lo justo
trabajo nunca he probado
aikónteva esperanzado
de algún bienes de difunto
arresivipávo húnto
soy haragán sin conchavo.
Amigos, nobles oyentes,
pehendúma la che opinión
ndarekói otra intención
en el momento presente
y más prefiero la muerte
tovénte péicha taiko
antes que amba’apo
che avogádo topermiti
de presidente mba’e ajupi
soy haragán sin conchavo.
Letra y música: Germán Acosta