La excelente biografía que Gerald Clarke escribió sobre Truman Capote se inicia recordando una idea de Freud: “Cuando un hombre ha sido el indiscutido amor de su madre, conserva durante toda su vida una moral de vencedor, una confianza en el éxito que muy a menudo acompaña al éxito”. Según Clarke, ya que Capote jamás fue querido por su madre, sino rechazado por ella, esto lo marcaría siempre y explicaría su infelicidad a pesar de su triunfo como escritor. Cuando Juan José Campanella y Fernando Castets escribieron el guion para la película El hijo de la novia, desarrollaron tácita y, quizá, inconscientemente dicha idea de Freud. Ahora, en el teatro Arlequín de Asunción tenemos la brillante oportunidad de ver la versión teatral de aquella maravillosa película de Campanella.
Claro que el condimento freudiano es esencial en la trama, pero la obra es mucho más que eso. El hijo, Rafael, ha tenido un relativo éxito al frente del restaurante heredado de sus padres y, sin embargo, está vacío interiormente, estresado por el manejo caótico del negocio y sin buenas perspectivas en su vida amorosa.
El giro de la historia se dará con el padre, Nino, quien, ya jubilado, decide cumplir un viejo deseo de su esposa: casarse por la Iglesia. Esta decisión desata una serie de líos, donde la comedia se funde con el drama. En el caso de Rafael, significará volver a verse con su madre, algo que él ha rehuido desde hace un buen tiempo. La madre, Norma, vive en un asilo y la única visita que recibe es la de su eterno enamorado Nino. El alzhéimer ha avanzado mucho en ella y solo lo reconoce a él. Rafael ya no es parte de su vida ni de su memoria.
Con estos condimentos afectivos, la obra se despliega ágilmente, con un manejo sobrio del espacio y, lo más importante, un talento actoral proveniente de un elenco con figuras consagradas como Myriam Sienra, José Luis Ardissone, Hernán Melgarejo, entre otros actores, donde hay que destacar a Borja García-Enríquez como el amigo de infancia de Rafael. A esto hay que sumar la vuelta a la dirección teatral de Tana Schémbori, de quien vimos en los últimos años dirigiendo obras de los estudiantes del Taller Integral de Actuación (TIA).
El hijo de la novia es un fuerte alegato sobre la edad del amor, el cual no encuentra obstáculos ni siquiera en la cruel enfermedad de Norma. El alzhéimer ha sido tratado en varias películas y otros géneros, y siempre su efecto destructivo sobre la memoria no solo afecta al que lo padece, sino a todos los que le rodean. El reconocimiento entre las personas es esencial para la convivencia y si la memoria se deteriora, lo otro también queda herido irremediablemente. Nino lucha contra eso porque confía que su lazo con Norma es mucho más poderoso que un deterioro neuronal. Los sentimientos acumulados durante toda una vida de matrimonio afloran a pesar de todo.
Sin embargo, el lazo constituido por Norma como esposa de Nino no es igual al que realizó con Rafael como su madre. La tensión entre madre e hijo es algo irresuelto y se agrava con la enfermedad de ella. Rafael debe tomar decisiones trascendentes si quiere seguir adelante con la gestión del restaurante y, más que nada, de su propia vida. No le será fácil. Sus pasos en ese sentido demuestran que seguimos aprendiendo a pesar de que hemos estado en este mundo más de la mitad de lo que se nos es concedido; para el caso de Nino y Norma, que ya juegan con descuento, la lección es aún mayor.
Una bella obra, muy humana y cercana a todos. Es un oasis que el teatro nos brinda en medio de los dramas nacionales y personales. Dense el gusto. No se arrepentirán.