A metros de él se encuentra una parada de taxi y la frenética avenida Eusebio Ayala. Su palidez y delgadez son notorias.
Además de llamar la atención su estado de desamparo, es curioso que normalmente esté acostado.
En muy pocas ocasiones lo vi andar fuera de ese espacio, que es el acceso a una casa aparentemente desocupada, que tiene dos muritos confrontados, antes de la puerta. Uno de ellos, es el lecho de este joven a quien cada vez que veo perdido en sus pensamientos, y acostado en ese sitio, me asaltan las mismas preguntas: ¿Nadie le echa de menos? ¿Cuál es su historia?
¿Tiene algún problema de salud mental? ¿Qué institución se ha acercado para asistirlo? ¿Quién lo alimenta? ¿A quién podría interesar la historia del “Hombre Acostado”? (Así lo bauticé).
Pasaron la pandemia de Covid-19, varias navidades, semanas santas, numerosos domingos, feriados, Día de la Madre, Día del Padre, de la Independencia, el Censo 2022, hubo y hay dengue, chikungunya, influenza, días fríos y calurosos, lluvias y Viernes de Soltero.
Miles de vidas que palpitan, y él sigue allí, acostado sobre unas mantas viejas y sucias.
En ocasiones, lleva puesto un tapaboca. Y si sigue con vida, seguro es porque hay manos solidarias que le estarán alimentando.
Sin embargo, ¿habrá una oportunidad para el Hombre Acostado y para otros como él a quienes los días y el paso del tiempo no representan absolutamente nada, y un nuevo amanecer es un acontecimiento irrelevante?
Su situación e imagen es probable que interpelan a alguna gente que transita por allí, pensamos con cierta ingenuidad, y se nos pasa por la mente aquella axioma de la OMS que dice: “La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”.
Pero recordamos también que Paraguay invierte solo, 4,1 del PIB en Salud Pública, mientras el porcentaje mínimo que recomienda la OPS es 6%. Y también nos viene a la memoria esto que dijo el ministro de Economía y Finanzas: El 87 % del presupuesto del Ministerio de Salud Pública y Bienestar Social va destinado a gastos rígidos y solo 13 % para realizar inversiones.
Todo esto aleja cualquier resquicio de esperanza para que algo cambie con respecto el muchacho del que hablamos y tantos otros que se hallan en igual situación.
Menos aún podría esperarse de parte de la Municipalidad de Asunción en cuya jurisdicción se encuentran estas personas y otras decenas más, en condiciones de abandono.
Deambulan por las calles, incluidos niños indígenas que no estén escolarizados, menos aún alimentados. Están aquí, en la Capital del país, hasta donde llegan empujados por situaciones de injusticia social, de extrema pobreza y angustias.
Aquí el Estado no se ocupa de ellos, y menos aún llega a sus territorios ancestrales.
Asunción no los acoge con programas sociales, no se muestra amigable ni solidaria. Es indiferente.
Como el “Hombre Acostado”, indígenas y no indígenas en situación de calle están abandonados a su suerte. Los días para ellos se convierten en una dura lucha por conseguir algo de comer o evadirse de tan penosa realidad.
Para ellos ni la salud es un derecho, por lo que esperar que tengan acceso a los otros derechos humanos fundamentales, que son indisociables, parece algo irrealizable hoy en el Paraguay. Para ellos, no existe la esperanza de vida.