Dos personas fueron ejecutadas y halladas en tambores. El crimen es atribuido a Luis Raúl El Gusano Menocchio.
Ya eran pasadas las 1 de la madrugada y un grupo de mujeres con el torso desnudo formaban un pasillo de honor en la puerta principal de una casa ubicada en el Grupo Habitacional Aeropuerto.
Ellas respondían a una petición, ya que segundos antes había sonado el teléfono que avisaba la llegada del Gusano, como era conocido ese misterioso hombre que bajó de un auto deportivo con una lata de leche en polvo en una mano y una cuchara grande en la otra. La lata estaba llena de un polvo blanco que no era leche.
En medio de aclamaciones, entró el hombre alto, desgarbado, de pupilas dilatadas y unas ojeras que describían jornadas interminables de fiesta, descargando el contenido del envase en una mesa para que todos los comensales pudieran servirse a gusto. Era su forma de ganarse a sus amigos.
Así lo recuerda un asistente a una de las tantas fiestas organizadas por Luis Raúl Menocchio, empresario argentino que supo codearse con las más altas esferas del poder en nuestro país hasta convertirse, según los investigadores, en el autor de uno de los crímenes más atroces de comienzos de este siglo.
En el Puerto
Acostumbrado a la movida nocturna, el Gusano estaba disfrutando de un juego de billar en el local Puerto Madero, que estaba ubicado en las calles Palma y Colón.
Los que estuvieron allí esa noche recuerdan haberlo visto cruzar carcajadas con el empresario Eduardo Fidel Maciel, que estaba acompañado de Graciela Méndez. Y los vieron subir a una camioneta Ford Explorer con Menocchio, que también estaba con una dama.
Esa fue la última vez que se los vio con vida a Maciel y su pareja. Eran las primeras horas del 16 de agosto de 2004. Los días pasaron y estas personas no aparecían. El principal sospechoso dio la cara, aun cuando los investigadores ya pusieron los ojos en él. Participaba de los allanamientos que se hacían en su casa y otras propiedades, confiando seguramente en sus contactos.
En tambores
11 días después, a orillas de un estancamiento de agua en el lugar conocido como Laguna Grande, el hedor que despedían dos tambores que fueron dejados en el lugar llamó la atención de los vecinos. Uno, el más curioso de todos, decidió cortar el tambor y se encontró con el cuerpo mutilado de Maciel en el cilindro, que estaba sellado con mezcla de cemento. En otro tambor, con el mismo sello de cemento, hallaron a Graciela, cuya improvisada tumba estaba rellenada con tres baterías para auto y ladrillos.
El empresario fue ultimado con cinco disparos: en la cabeza y en la zona del tórax. La mujer recibió dos balazos en el pecho.
El crimen se habría cometido el mismo 16 de agosto, con un revólver calibre 22 carabinero, y los cuerpos fueron mantenidos ocultos en algún lugar, hasta que salió la idea de guardarlos en tan singulares ataúdes.
La idea era lanzarlos al río, pero el final del plan ya no se llevó a cabo.
La huida
Desde ese momento, ya nadie supo nada de Menocchio, que huyó del país –según versiones– con la ayuda de personajes influyentes de la época.
El entonces fiscal del caso, José Luis Silva, era señalado como el responsable de la fuga del Gusano, ya que, a pesar de allanar su casa, no dictó la orden de detención porque consideró que no correspondía; lo hizo luego de la aparición de los cuerpos.
Según los investigadores, el móvil del crimen tiene un trasfondo unido al narcotráfico, negocio en el cual también habría incursionado Menocchio, cuyo paso por el país no pasó desapercibido.