La Navidad es el origen del humanismo cristiano. El Verbo se hace carne y habita entre nosotros. Pocos, hoy, lo recuerdan o lo saben. Acostumbrados al formateo del progresismo o de la charlatanería individualista posmoderna, no se comprende que ese humanismo exista.
En el pasado, políticos latinoamericanos –por no mencionar europeos como Konrad Adenauer (1876-1967) o Alcide De Gasperi (1981-1954)– lo invocaban para una democracia integral, más allá de la esquizofrenia de las ideologías extremas. En 1941, el chileno Eduardo Frei Montalva publica su libro La política y el espíritu; en 1964, el brasileño Alceu Amoroso Lima, su ¿Revolución, reacción o reforma?, y en 1984, nuestro Secundino Núñez anuncia su Situación y crítica ciudadana, donde muestra una vía medio superadora de las antinomias artificiales entre religión y progreso, o tradición y república.
Que una auténtica identidad política comprendería tanto la tradición cristiana humanista como la democracia constitucional. La sociedad necesitaría renovar su vida espiritual, social y política, pero en libertad. ¿A qué nos referimos?
PRIMACÍA DE LA PERSONA
El concepto humanismo cristiano es un pleonasmo. Una redundancia. Si el Hijo de Dios se transforma en hombre y habita entre nosotros, significa que nuestra existencia es inmensa. Nuestra humanidad ha sido, de alguna manera, divinizada. Es un hecho radical. San Pablo dijo que esto fue un escándalo para los judíos y una locura para los gentiles. Con la Encarnación, Cristo revela la dignidad de lo humano. Es el humanismo cristiano. La magnificencia de ese ser singular, la persona, que es un bien, como señaló el papa Wojtyla, y hacia la cual la única actitud adecuada es el amor.
De esta manera, contra los ilustrados, no será lo social, ni la masa, ni, menos, el Estado el sujeto de la historia. Ni siquiera la política será la médula, sino la persona. Se trata de la primacía de lo personal, como se lo remarcaba el papa Ratzinger al gran filósofo Habermas hace veinte años.
El Estado o la sociedad no son sino agregados de personas. El humanismo cristiano afirma la singularidad de los individuos y sus familias, cuyas acciones combinadas realizan lo social, desde la economía hasta la política.
ADIÓS A LA RAZÓN
Pero en la cultura actual, conformada por emociones, se sugiere que el humanismo cristiano es una entidad sin esperanza. A la fe cristiana se la caracteriza como pobre, ineficiente, apenas un sentimiento más. Y, por ende, se considera que reflexionar sobre su magnitud no es sino una opresión sutil de grupos fundamentalistas.
La verdad no es más que lo que podemos decir según lo que sentimos. Nuestro entorno se ha deconstruido, y las secuelas de esta operación han socavado hasta las iglesias. Una deconstrucción que, como señala irónicamente el escritor estadounidense Stanley Fish, nos ha liberado de la obligación de tener razón... ya solo se requiere que uno sea interesante.
¿Qué significa que Dios se encarne en la Navidad? Apenas una cuestión cultural. La festividad de la Navidad se convierte en una construcción ideológica que oculta el dilema de la existencia. Dado que se han deconstruido la persona, la verdad y la realidad, se comparte, de forma lúgubre, la sentencia de Foucault: la razón es el lenguaje fundamental de la locura.
LAS ESPERAS A GODOT
Las predicciones acerca de la desaparición de la memoria del Cristo encarnado han sido reiteradas.
Borrar la Navidad. Se ha esperado a Godot, aunque esa espera ha sido, repetidamente, infructuosa.
Se ha deseado al Estado salvador, o la resurrección de las clases desposeídas, o la puesta en marcha del paraíso de los trabajadores, o bien la construcción de una sociedad desestructurada.
El cambio revolucionario inminente, que se encontraba a punto de suceder. En la actualidad, ese Godot es la democracia, que se ha transformado en un auténtico dogma religioso. La democracia se argumenta, no se demuestra como un teorema, sino que se debe creer en ella, como un acto de fe. Es la salvación.
La desazón sigue. El paradigma democrático no satisface. Se ha olvidado que el verdadero fundamento procede de Cristo. Lo cristiano de lo humano no es un complemento de nuestra naturaleza. Entre lo natural y lo sobrenatural no existe un abismo insalvable. Nuestra libertad se juega en la historia humana, y en esa historia entra el Verbo de Dios, haciéndose hombre. El Hijo del Hombre es el Hijo de Dios Padre y está junto con el Espíritu Santo.
Vive, muere y resucita después de establecer su reino entre nosotros y asegurar a los pocos que lo siguen que estará con ellos hasta el final de los siglos. El entorno profano, en el que construimos nuestra existencia, es, por eso, bueno. Creado por Dios. El humanismo cristiano es ese. La posibilidad de edificar la ciudad terrena con la Gracia que viene de lo alto. Ese es el humanismo auténtico.