Hoy recordamos un tristísimo episodio de nuestra historia. ¡Hace 20 años ya! Felicita Estigarribia, la humilde niña de 11 años, vendedora de mandarinas, fue hallada muerta con signos de abuso sexual, al pie del cerro de Yaguarón.
Coincide con el día especial contra el tabaquismo, de allí la alusión al humo en el título de este comentario. Como el humo del cigarrillo es a las enfermedades causadas por el mal hábito de fumar, ciertos acontecimientos son al mal moral: Un signo de su presencia dañina.
Y a propósito de los signos del mal, esto nos remonta también a aquella intrigante declaración que diera el papa Pablo VI en 1972 cuando dijo que veía el humo de Satanás infiltrarse por una rendija de la misma Iglesia. Nadie se libra de esta batalla esencial entre el mal y el bien.
El mal es indeseado, la mayoría de los que lo cometen presentan excusas o rehúyen su culpa, solo unos pocos locos pueden llegar a justificar el mal por el mal, crudamente. Pero, si no deseamos que ocurra, ¿por qué acontece? Los profesionales dan sus explicaciones y la sociedad trata de poner barreras externas, incluso no falta quien se aproveche para intentar tomarse una tajada monetaria o de poder.
Como sea, el hombre siempre buscará un significado a todo y nuestro corazón nunca se resignará a la maldad, la cual interpela siempre. Eso es bueno porque quiere decir que estamos hechos para cosas mejores, para aspirar a una vida feliz y en paz.
Entonces, ¿qué significa que una niña sea abusada sexualmente? En primer lugar, es el fracaso de nuestros falsos presupuestos, incluso de los biensonantes discursos y políticas, que solo apuntan a lo superficial del problema. El mal supera a nuestro sistema humanista sin Dios.
En honor de Felicita se establecieron días especiales, se invocan leyes, programas… Pero todo eso es como un ungüento superfluo para un cáncer moral que se alimenta de los desperdicios que abundan en los submundos existenciales de la pornografía, la drogadicción, las alienaciones de todo tipo, las experiencias traumáticas, el egoísmo, la soledad, el abandono, la avaricia, que está muy ligada a la lujuria... Es el submundo del mal que de tanto en tanto sale de su mentira y deja ver su rostro desfigurado y cruel.
Ojo, hay vendedores de ungüento, profesionales de la vileza, que viendo en estos temas sensibles una oportunidad de conseguir poder y dinero, se exaltan con grandilocuencia, pero con sus propuestas de solución patean en contra de los valores de nuestra sociedad para tratar de imponernos ideologías perversas y tremendamente abusivas, pero bien soslayadas en nombre de la “no violencia”. No se vale negociar con el mal. Porque un mal no remedia otro. No se vale negar la dimensión espiritual de la persona para luego dar cátedra de inmoralidad posmoderna. La soberbia no nos servirá de nada.
Para empezar a sanar, es necesario discernir no solo lo bueno de lo malo, sino lo bueno de lo aparentemente bueno, y esto requiere una revisión profunda, valiente, que no podremos hacer aislados o en plan justiciero, sino con disposición para el bien común, es decir, con virtud.
Lo primero es reconocer que el mal también habita en nosotros, es un acto de profunda humildad, lo cual requiere admitir que el ser humano es más que materia y tiene una dignidad espiritual particular en esencia que lo lleva a desear el bien y el amor, pero también es capaz de hacer el mal que aborrece. Se necesita retomar urgentemente y con seriedad las preguntas últimas sobre aquello que somos, que nos dignifica, nos une, nos edifica y que es anterior a la ley y a la política. Esta lucha contra el mal la tenemos que hacer en primera persona y apoyados en la comunidad, no la podemos delegar a los burócratas. O renace en nosotros la fuerza espiritual con ayuda de Dios y de la comunidad, o el recuerdo de Felicita será banal. Ojalá despierte nuestra conciencia, sería una forma de conectarnos a ella para bien.