25 nov. 2024

El jardinero infiel

Blas Brítez

Sus allegados lo llaman Lee. Tiene 46 años. Nació en la californiana y pequeña Vallejo, en los Estados Unidos. Es afrodescendiente y tiene dos hijos. En el 2012, una escuela del todavía más minúsculo pueblo de Benicia —al noreste de la bahía de San Francisco—, lo contrató como jardinero. Durante tres años, Dewayne Johnson diluyó Roundup y Ranger Pro, agrotóxicos fabricados por Monsanto, para cumplir con sus labores. En el 2014, luego de que le aparecieran lesiones en todo el cuerpo, le fue diagnosticado un linfoma no Hodgkin; es decir, un tipo de cáncer del sistema linfático que no tiene cura. Cuando apenado se lo contó a su jefe en la Benicia Unified School District, este le dijo algo que lo dejó helado: “Por lo general, se tardan dos años en pillar un cáncer con estos productos”. Él nunca había escuchado hablar antes de tales riesgos.

De hecho, tampoco Monsanto (que en junio pasado fue absorbida por la Bayer) ha reconocido jamás el potencial enfermizo del glifosato, aun cuando en el 2015 la Organización Mundial de la Salud lo declaró como “probable carcinógeno” y pruebas científicas independientes (esto es, no financiadas por Monsanto, que a menudo las boicotea) han expresado su falta de inocuidad. Quien no se quedó de brazos cruzados fue el jardinero —aun cuando está sentenciado a una muerte cuyo plazo no es mayor a un año—, y demandó a la multinacional por 400 millones de dólares.

En un fallo histórico, en julio de este año la justicia estadounidense condenó a la corporación agroquímica a pagar una compensación de USD 289 millones. El lunes pasado la jueza Suzanne Bolanos ratificó la sentencia, pero redujo el monto a USD 78 millones.

Johnson ya se había convertido antes en la primera persona en llegar a un juicio contra Monsanto. Pero puede no ser el único: existen en los tribunales norteamericanos más de 4.000 demandas contra el gigante que nació en Missouri a principios del siglo XX, la mayoría de ellas relacionadas con el cáncer y el linfoma no Hodgkin. De hecho, se prevé para fines de este mes un segundo caso llevado a juicio. La mayoría de los litigios judiciales son patrocinados por The Miller Firm, un bufete de abogados especializado en defender a personas heridas de gravedad por las industrias, sobre todo, la farmacéutica.

La alemana Bayer adquirió la empresa norteamericana luego del primer fallo, por lo que solicitó un nuevo juicio, pero la jueza de la Corte Superior de California consideró válido el veredicto anterior. No parece ser un buen año para Bayer, pues en solo tres meses vio sus acciones desinflarse hasta casi un 10%.

El veredicto habla de un fraude científico a gran escala, lo que libros como el de la periodista francesa Marie-Monique Robin, El mundo según Monsanto (2008), han puesto en evidencia desde hace tiempo. El juicio (que fue desarrollado con celeridad, a raíz de la enfermedad terminal de Johnson, tal y como dispone la justicia en California) expuso documentos internos y secretos del emporio agroquímico, en el que se comprueba la práctica de escritura de artículos por parte de sus empleados, luego firmados por científicos cada vez que falta hiciera contrarrestar campañas sobre la toxicidad del glifosato. De hecho, Monsanto ha secuestrado la ciencia y ha pagado caro por el silencio de ese secuestro.

¿Y Paraguay? La oenegé Base-IS afirma que “en esta nueva zafra sojera, utilizando estimaciones de años anteriores, en promedio cada paraguayo consumirá 6,5 litros de agrotóxicos”. Gentileza de los jardineros fieles de la soja.

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