Paraguay cuenta actualmente con dos millones de pobres y casi 500.000 pobres extremos. En el primero de los casos significa que sus ingresos son tan escasos que su nivel de vida está al borde de la indignidad o ya están pisando ese charco. En el segundo grupo se hallan aquellos compatriotas que no tienen cubiertas varias de sus necesidades elementales, viven de modo miserable, violándose su dignidad y muchos mueren de hambre, como últimamente señalan las noticias.
Esta situación –si bien es una suerte de herencia de sucesivos gobiernos pasados– es una realidad acuciante, urgente y hasta desesperada que exige atención real del Estado y del actual Gobierno. No obstante, el presidente Mario Abdo Benítez, heredero de la fortuna malhabida de su padre (homónimo), secretario privado del dictador Stroessner (1954-1989), hace oídos sordos y ojos ciegos al asunto. No escucha ni ve. Vive fuera de la realidad, en un mundo en donde no empatiza ni tiene interés hacia lo que sucede.
Como mandatario ni le inmuta lo que está pasando con los indígenas y campesinos masacrados por civiles armados y expulsados de sus tierras y territorios por amenazas o ahogados por el agronegocio extractivista; ni la salud de la población que literalmente se muere de diarrea o problemas bronquiales prevenibles, por falta de atención, cama, medicamento o infraestructura. Con la educación pasa lo mismo, pretendiendo que la población se haga cargo de los pupitres e infraestructura; ya no ahondamos en la inseguridad existente, la elevada tasa de desempleo; la destrucción del medioambiente y la corrupción galopante, mayoritariamente perpetrada por su propia gente.
Mario Abdo, quien asumió en agosto pasado, no gobierna, no preside, no trabaja. Pasa viajando por el exterior en misiones irrelevantes y sin resultados efectivos.
Mientras dentro del país los problemas de la gente común, cotidiana, se disparan y la gente está cada vez peor.
En paralelo a la crisis socioeconómica que llega para la mayoría a niveles exasperantes en Paraguay, visibles en la suba de los precios de los productos de primera necesidad, los útiles escolares, la vivienda escasa, etc.; el presidente se relaja y viaja por el mundo. Hoy después del mediodía volará a Colombia, a la zona de Cúcuta, para llevar ayuda humanitaria para los venezolanos. Una actividad que involucrará a los presidentes Donald Trump (quien lógicamente ni aparecerá, porque solo ordena a sus súbditos hacerlo); el presidente de Chile, Sebastián Piñera, y el de Colombia, Iván Duque Márquez. Una actividad que en realidad tiene un alto tufo de injerencia en asuntos internos de un país soberano y se enmarca dentro del plan de invasión desde Washington.
Mario Abdo debería disponer la ayuda humanitaria para la realidad del país a cuyo frente está. Si bien oficialmente alegaron que el dinero no sale de los fondos del Estado, sino de ayuda solidaria (esto en realidad es dudoso, hasta que demuestren con documentos lo contrario), es aquí donde debe hacerse esa inversión.
Este viaje se suma al único rompimiento diplomático con Venezuela producido en el mundo, el de Paraguay. Mario Abdo trata de complacer a Trump. ¿Le habrá reclamado el traslado de la Embajada de Jerusalén a Tel Aviv de nuevo? ¿O el acercamiento a los países árabes, a Turquía? ¿...?
El gesto del presidente paraguayo viene siendo el de un lacayo. Un pobre lametrastes de la política colonialista de EEUU.