El papa Francisco será recordado como el pontífice cercano a los pobres, los necesitados y los más humildes. En un tiempo de conflictos mundiales, alzó la voz en contra de las desigualdades, defendió a los migrantes y se comprometió con la paz. Es fundamental recordar su último mensaje de Pascua cuando instó a renovar la esperanza y la confianza en los demás, “incluso en quienes son diferentes a nosotros o vienen de tierras lejanas, trayendo costumbres, formas de vida e ideas desconocidas. Porque todos somos hijos de Dios”.
Como afirmara Antonio Guterres, secretario general de las Naciones Unidas: “El papa Francisco fue una voz trascendente para la paz, la dignidad humana y la justicia social. Nuestro mundo dividido y discordante será un lugar mucho mejor si seguimos su ejemplo de unidad y comprensión mutua”.
Aún convaleciente, dejó un poderoso mensaje en Domingo de Pascua, cuando instó a renovar la esperanza y la confianza en los demás, y, como afirmó, incluso “en quienes son diferentes a nosotros o vienen de tierras lejanas, trayendo costumbres, formas de vida e ideas desconocidas. Porque todos somos hijos de Dios”.
Desde joven, Jorge Bergoglio había tenido una cercana relación con el Paraguay; trabajando en Argentina en un laboratorio químico, fue su jefa la paraguaya Esther Ballestrino, en esos años exiliada en el vecino país, quien fue una de las fundadoras de la Asociación de Madres de Plaza de Mayo. Ballestrino fue secuestrada y desaparecida durante la dictadura de Videla en la Argentina. El Papa recordaba siempre a esta mujer paraguaya, quien lo inició en el conocimiento de la política.
En el año 2010, en la misa en honor a la Virgen de Caacupé, en la Catedral Metropolitana de Buenos Aires, dijo por vez primera que “en toda América, la mujer paraguaya es la más gloriosa”, una frase con la que se ganó el corazón de los paraguayos y luego la repitió durante su visita a nuestro país en el 2015.
Su visita no solamente dejó imborrables frases, como el mensaje para los jóvenes: “Hagan lío, pero organícenlo bien”, y aquel “¡Qué mentiroso que sos!”, en el encuentro con la sociedad civil y en presencia del entonces presidente de la República, Horacio Cartes. Francisco visitó a los pobladores del Bañado Norte y a la dirigencia política instó a respetar a los pobres y a no usarlos como objeto para lavar las culpas. Asimismo recordó que el desarrollo económico debe tener rostro humano, como reiteró: “Los pobres tienen mucho que enseñarnos en humanidad, bondad y sacrificio. En ellos vemos el rostro y la carne de Cristo”.
El papa Francisco deja encíclicas que representan parte de su legado. En Laudato Si , acuña conceptos como la ecología integral, el paradigma tecnocrático o el pecado ecológico e invita a una conversión ecológica, llamando a los creyentes a una transformación global del mundo. Luego, en Fratelli Tutti habla de la necesaria fraternidad y amistad social, en un mundo globalizado, recordando, como San Francisco de Asís, no amar solo la naturaleza, sino antes y más a nuestros congéneres. En esta encíclica afirmaba: “Todo ser humano tiene derecho a vivir con dignidad y a desarrollarse integralmente, y ese derecho básico no puede ser negado por ningún país. Lo tiene aunque sea poco eficiente, aunque haya nacido o crecido con limitaciones. Porque eso no menoscaba su inmensa dignidad como persona humana, que no se fundamenta en las circunstancias sino en el valor de su ser. Cuando este principio elemental no queda a salvo, no hay futuro ni para la fraternidad ni para la sobrevivencia de la humanidad”.
Este será pues el gran legado de Francisco, un Papa que predicó sobre la fraternidad, la paz, la solidaridad y el amor al prójimo.