Una ética de la vida para una nueva sociedad transmoderna
Cristian Andino
Filósofo e investigador
El pensamiento crítico latinoamericano se encuentra de luto. Uno de sus más prolíficos exponentes ha partido en la noche del domingo 5 de noviembre, a un mes de cumplir 89 años. Maestro de varias generaciones es recordado por su generosidad y sencillez por centenares de colegas y discípulos que lamentamos su partida en todo el mundo, como fiel testimonio de la universalidad de su influencia teórica.
Desde mi primer contacto personal con Dussel, en mis tiempos de estudiante de filosofía en Córdoba, Argentina en el 2004, rescató siempre la profundidad y el compromiso social de su pensamiento. El rigor analítico en los temas tratados, la elocuencia argumentativa y la lucidez en sus análisis han sido características invariables en el maestro hasta sus últimos días. Basta con explorar alguno de sus tantos libros, disponibles en su totalidad, gratuitamente en su página de internet o reproducir alguno de sus tantísimos cursos, conferencias o entrevistas disponibles en YouTube, para ser testigos de estas cualidades.
Hijo de inmigrantes alemanes, nació en el pueblo de La Paz, Mendoza, Argentina, el 24 de diciembre de 1934. Dussel ha sido historiador, teólogo y filósofo formado inicialmente en el contexto de las Comunidades Eclesiales de Base, en el seno de la Iglesia Católica latinoamericana de los años 60.
Es curioso cómo su pensamiento ha ido evolucionado en términos teóricos, pues de pensar, por ejemplo, temas católicos como la eucaristía bajo la óptica de la economía política en la representatividad productiva y simbólica del pan y el vino o la carne y la sangre de Cristo, como instancias de denuncia de injusticias desde una nueva espiritualidad teológica liberacionista, tras más 10 años de sistemático estudio de las obras completas de Marx en alemán, pasó a convertirse, desde finales de los 80, en uno de los más connotados referentes teórico políticos del pensamiento marxista contemporáneo.
Tras licenciarse en filosofía en la Universidad Nacional de Cuyo, en su Mendoza natal en 1957, se trasladó a Europa donde prosiguió sus estudios: doctorado en filosofía en la Universidad Complutense de Madrid en 1959, licenciatura en teología en Paris y Münster, Alemania en 1965 y, finalmente, doctorado en historia en la Sorbona de Paris en 1967. Luego de realizar breves estancias en el Líbano, Siria, Jordania e Israel, que lo invitaron a pensar profundamente sobre las fuentes de la identidad de lo latinoamericano, expresadas en sus primeras obras en torno al humanismo semita y el humanismo helénico (1969), regresó a Argentina en 1966, para residir primero en Resistencia y luego en Mendoza desde 1968 a 1975.
En Alemania conoció a Johanna Peters, su compañera de vida, con quien tuvo dos hijos, Enrique Stephanus que, siguiendo los pasos de su padre hoy es un destacado economista en la UNAM y Susanne Christine, arquitecta.
Sus principales temas de estudio en su época en Mendoza se centraron en la historia de la Iglesia en América Latina y el papel que desempeñaron algunos de sus miembros más destacados en defensa de los pueblos originarios, tales como el Fraile dominico Bartolomé de las Casas, interés inicial expresado en su tesis doctoral en la Sorbona El episcopado hispanoamericano en defensa del indio (1504-1620) y trasladado luego al CEHILA (Comisión de Estudios de Historia de la Iglesia en América Latina y el Caribe), institución de la cual fue presidente y coordinó una gran obra sobre la Historia General de Iglesia en América latina publicada en 1983.
En el campo estrictamente filosófico, en los inicios de la década del 70, su obra se orientó hacia la ética, como filosofía primera y, desde la ética sistematizó un sistema filosófico en cinco volúmenes que abarcaron la política, la económica, la pedagógica, la erótica y una arqueológica como aporte y expresión de una Filosofía de la liberación que, junto con otros pensadores argentinos acababan de fundar en el difícil contexto latinoamericano de la época y, en consonancia con el auge de los movimientos sociales críticos, la teología de la liberación y la teoría de la dependencia.
Esta primera inquietud filosófica dusseliana implicó una búsqueda de comprensión de las estructuras históricas de dominación que constituían la realidad latinoamericana y, en esa búsqueda, expresamente desde 1973 en adelante, confluyeron una serie de pensadores críticos entre los que cabe mencionar a Osvaldo Ardiles, Horacio Cerutti, Dina Picotti, Franz Hinkelammert, Gustavo Gutiérrez, Juan Carlos Scannone, Paulo Freire, Hugo Assmann y toda una red de intelectuales latinoamericanos que iniciaron un trabajo colaborativo.
Luego de sufrir un atentado con bomba en su casa en 1973 y tras una dura represión de la dictadura militar que lo obligó a abandonar la Universidad Nacional de Cuyo en 1975, Dussel y su familia escapan al exilio en México, iniciando así su segunda etapa intelectual.
En México, entre otros cargos, fue profesor de ética y filosofía política en la UNAM y profesor-investigador del Departamento de Filosofía de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) Iztapalapa. Además, ocupó el cargo de rector interino de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM).
La síntesis teórica de su primera etapa en Mendoza puede leerse en Filosofía de la Liberación (1977). En la misma puede verse de manera explícita el viraje metodológico propiciado en él en su paso de Heidegger a Levinás. Al respecto, dirá que la lectura de Totalidad e infinito (1961) de Emmanuel Levinás lo despertó de su sueño ontológico hegeliano y heideggeriano.
Durante la década de 1980, Dussel ve bastante criticada sus primeras propuestas ético-políticas, por lo que emprende la tarea de incorporar una perspectiva material a sus análisis teóricos de las relaciones políticas y económicas. Se dedica, entonces, por más de 10 años a la revisión de la obra completa de Marx en alemán. Fruto de ese estudio son: Filosofía de la Producción (1983), La Producción Teórica de Marx: Un Comentario a los Grundrisse (1985), Hacia un Marx Desconocido: Un comentario de los Manuscritos del 61-63 (1988), El Último Marx (1863-1882) y la Liberación Latinoamericana (1990), y Las Metáforas Teológicas de Marx (1993).
Ante el nuevo escenario político mundial de auge del neoliberalismo a inicios de los años 90, el autor sostendrá un diálogo crítico con varios destacados filósofos europeos en los denominados diálogos Norte-Sur, propiciados por Raúl Fornet-Betancourt en Alemania, tales como Lévinas, Vattimo, Habermas, Cortina, etc., aunque su principal interlocutor fue Karl-Otto Apel y su propuesta de una ética del discurso. Este debate con, prácticamente todas las posiciones filosóficas contemporáneas, le permitirán desarrollar su gran obra Ética de la Liberación en la Edad de la Globalización y de la Exclusión de 1998.
Dussel propone en ese libro tres principios fundamentales como punto de partida de la ética, a saber: un principio material de afirmación de la vida; un principio formal o de consenso y un principio de factibilidad que dé cuerpo al imperativo moral fundamental: la obligación de producir, reproducir y garantizar la vida humana en comunidad.
Desde inicios del año 2000, formará parte del grupo modernidad/colonialidad, junto con destacados pensadores tales como Aníbal Quijano, Walter Mignolo, Ramón Grosfoguel, Santiago Castro Gómez, Catherine Walsh entre otros y cuyo aporte fundamental será los estudios decoloniales que, en la línea de los trabajos de Frantz Fanon, postulará la vigencia de unas estructuras de dominación colonial como “caras ocultas de la modernidad” y desde una imposición eurocéntrica.
La ‘colonialidad’ vendría a representar la condición de instauración del poder global que hunde sus raíces en la modernidad y sus principales instituciones: el capitalismo, el estado y la ciencia. Comprender las consecuencias de esta instauración exigiría, en primer lugar, una deconstrucción epistemológica, política, pedagógica, etc.
Toda su obra posterior se enmarca en la formulación de una Política de la liberación, que, partiendo de los principios éticos formulados anteriormente y desde una perspectiva decolonial, pueda repensar la filosofía política en general. La pretensión de fondo de Dussel es situarse más allá del socialismo real y de las democracias liberales.
Con independencia de otras obras producidas en este período, sin lugar a dudas las dos fundamentales son sus tomos de Política de la liberación. I Historia mundial y crítica (2007) y II Arquitectónica (2009). El primer tomo sitúa la problemática política en el contexto mundial y se plantea el reto de reformular el relato histórico-político desde otro lugar paradigmático, más allá del helenocentrismo, el occidentalismo, el eurocentrismo, la periodización preconcebida o el colonialismo teórico de las filosofías políticas de los países periféricos.
El segundo emprende la tarea de deconstrucción de las categorías de la filosofía política liberal desde una re-significación semántica de las categorías clásicas y se constituye en un modo alternativo de pensar el poder político como voluntad comunitaria de vivientes, en una clara subsunción en la política de los tres principios éticos de la liberación. El poder se presenta, entonces, como potentia o poder de la comunidad y potestas, ejercicio delegado del poder obediencial por parte de los gobernantes.
En Filosofía de la liberación III. Crítica Creadora (2022) se desarrolla ampliamente las estrategias del pueblo como actor político colectivo ante el problema político ecológico y económico, en la última etapa del antropoceno y en la utopía de una larga transición al nuevo orden político ‘transmoderno’ que quiere representar una nueva época de la humanidad que el autor ha venido desarrollando con esmero hasta sus últimos días.
Fiel a su compromiso socio-histórico con la transformación del mundo a corto, mediano y largo plazo, en el 2020 asumió como secretario del Instituto Nacional de Formación Política, la escuela de cuadros de Morena, partido político que ayudó a formar y que llevó al poder al actual presidente de México Andrés Manuel López Obrador. Desde allí impartió seminarios de filosofía política en consonancia con su reiterada afirmación de que el partido debe ser una escuela de política, no una maquinaria electoral.
La vida y la obra de Dussel trascienden fronteras y rompen con la acusación de provincialismo que ha recaído contra buena parte de la producción filosófica latinoamericana. Su aporte teórico-crítico y su militancia política son un bálsamo de utopía hacia la consecución de otra sociedad, ecológicamente sostenible desde principios universales.
Ese tal pensamiento latinoamericano
Darío Sarah
Filósofo
Hay una conversación frecuente en –las que presumo– mis clases. Cada vez menos, pero frecuente. Una versión de ella me es de memoria grata. Años atrás, desde el alumnado se me preguntó: “¿Por qué en América Latina jamás se dio un pensador como Max Weber? Por supuesto, no era del todo una pregunta, y si lo era, empuñaba ya una respuesta. Pero era oportuna, precisamente porque nos ocupaba esa comarca anegadiza y de límites difusos, a la que llamamos pensamiento latinoamericano.
Omito el transcurso de aquella clase que guardo, casi presuntuoso, en algún medallero de la memoria. Mi incisiva alumna no me hablaba de Weber, ni de Hegel, también oportunamente aludido. Más bien me arrojaba una pregunta de múltiples entonaciones: ¿Es que existe un tal pensamiento (alias) latinoamericano, quizás más digno de prontuario que de estudio? ¿No es tal pensar un entrañable, pero mero suburbio? ¿Es que hay algún pensar geográfico? ¿O simplemente hay un pensar, que es más frecuente en las comarcas de Weber y Hegel, y menos en las de Mauricio Schvartzman o Enrique Dussel?
Aun así, desde hace medio siglo se ha publicado una infinidad de atlas que mapean esa comarca: Un tal pensamiento latinoamericano. Todos asignan no poca tinta a Enrique Dussel y al movimiento continental del que fue emblema, desde las tumultuosas últimas tres décadas de un siglo que aún porfía es sus formas. Entre quienes aceptamos que existe una –disfuncional– familia dedicada al pensamiento que se rehusa a las meras repeticiones desde estas geografías, hay consenso: Dussel es, y seguirá siendo un peso pesado.
En 1993, hace algunas eras geológicas, Enrique Dussel se reunió con un grupo de estudiantes, aquí en Asunción. No llegábamos a quince. Llegó por sus medios y sin mediar invitación, creo. Simplemente, en un ordinario “otro día más” de clases, estábamos en un círculo que se iniciaba en la silla de Enrique Dussel.
Testimonió. Narró tiempos duros. Rió con el grupo con bromas sobre Latinoamérica y sus aguafuertes, y sobre las universidades alemanas. Nos habló de una charla que había mantenido “en esos días” con John Searle. Preguntó mucho, y todo el tiempo. Tenía, curiosamente, un aire cosmopolita; no era tan argentino, ni tan mexicano. Tampoco tan parecido a un busto de Séneca, como lo veía en fotos hasta ese día.
Dussel dijo algo que palabras más, palabras menos –ruego confianza– sonó así: “¿Saben cuándo fue que mis colegas en Latinoamérica comenzaron a tomarme en serio? Es muy simple: Cuando se enteraron de que en Europa me tomaban en serio… Ese día me volví un filósofo latinoamericano importante… Es un disparate –sic– pero esa es nuestra condición…” Ya fuera de las comillas digo por mi cuenta y coincidiendo con Dussel: Nada más parecido a un parentesco colonial.
Con esta anécdota, años después, proseguí la conversación con mi alumna, la de Weber. Por supuesto, mi respuesta estuvo muy lejos de ser la última palabra en aquella estimulante discusión.
No sé si estrictamente hablando puedo considerarme hoy un cabal seguidor de Dussel. Pero haberlo leído, cuando me inicié en esto, me dio hasta hoy los reflejos que considero fundamentales para sospechar de la autoridad de los decretos que habilitan geografías de pensamiento. Ese no es poco legado.