26 oct. 2024

El legado filosófico y teológico de Gustavo Gutiérrez: Un pensamiento situado desde el lugar del pobre

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Gustavo Gutiérrez.

Por Cristian Andino
Filósofo e investigador

Hace exactamente 53 años nacía en América Latina una perspectiva teológica crítica que ha nutrido muchas prácticas profesionales de trabajadores sociales, de analistas económicos, políticos y filosóficos para contribuir a erradicar la pobreza y las inequidades, y orientarnos al desarrollo sostenible y a la construcción de relaciones humanas más justas y solidarias en un horizonte utópico que tiene como norte otro mundo posible.

Su fundador, el sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez Merino, ha partido a la inmortalidad esta semana a la edad de 96 años. Nacido en Lima, el 8 de junio de 1928, una temprana osteomielitis lo obligó a estudiar desde casa, lo que avivó su interés por el conocimiento y la lectura, llevándolo años después, a estudiar al mismo tiempo, Medicina y Letras, los que terminaría dejando en 1950 para seguir su vocación sacerdotal.

Ya como seminarista, se graduó de bachiller en Filosofía por la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica, en 1951 y en Psicología por la misma Universidad en 1955. En 1959 obtuvo la licenciatura en Teología por la Universidad Católica de Lyon, Francia, y el doctorado en Teología en 1985.

¿Teología del desarrollo o teología de la liberación?

En la introducción a su clásico libro Teología de la liberación. Perspectivas, de 1971, Gutiérrez escribe que su trabajo intenta una reflexión, a partir del Evangelio y de las experiencias de hombres y mujeres comprometidos con el proceso de liberación, en este subcontinente de opresión y despojo que es América Latina. Reflexión teológica que nace de esa experiencia compartida en el esfuerzo por la abolición de la actual situación de injusticia y por la construcción de una sociedad distinta, más libre y más humana.

Seguidamente, el autor argumenta que la ruta del compromiso liberador ha sido emprendida por muchos en América Latina, y entre ellos por un número creciente de cristianos a cuyas experiencias y reflexiones se debe su trabajo. En ese sentido, afirma que “no se trata de elaborar una ideología justificadora de posturas ya tomadas, ni de una afiebrada búsqueda de seguridad ante los radicales cuestionamientos que se plantean a la fe, ni de forjar una teología de la que se deduzca una acción política. Se trata de dejarnos juzgar por la Palabra del Señor, de pensar nuestra fe, de hacer más pleno nuestro amor, y de dar razón de nuestra esperanza desde el interior de un compromiso que se quiere hacer más radical, total y eficaz”.

En otras palabras, lo que buscaría la llamada teología de la liberación es retomar los grandes temas de la vida cristiana en el radical cambio de perspectiva y dentro de la nueva problemática planteada por ese compromiso y no de deducir un camino político único para los cristianos –tal como afirman muchos de sus detractores– sino que, en el terreno político se presentan opciones libres para cuyo discernimiento es necesario tener en cuenta factores de otro orden, tales como los análisis sociales, históricos y filosóficos concretos.

En ese sentido, Gutiérrez sostenía en forma especial la función crítica de la teología respecto de la presencia y actuar del hombre en la historia. El hecho mayor de dicha presencia en nuestro tiempo, sobre todo en los países subdesarrollados y oprimidos –afirmaba– es la lucha por construir una sociedad justa y fraterna, donde todos puedan vivir con dignidad y ser agentes de su propio destino.

Consideraba, en ese sentido, que “el término desarrollo no expresa bien esas aspiraciones profundas; liberación parece, en cambio, significarlas mejor. La noción de liberación resulta más exacta y englobante: ella hace notar que las personas se transforman conquistando su libertad a lo largo de su existencia y de la historia”.

Fe y acción política

En la década de los sesenta en América Latina se habían agudizado las contradicciones socioeconómicas: sucedió la Revolución cubana, los golpes de Estado y las dictaduras militares en la mayoría de los países del Cono Sur eran la constante en plena Guerra Fría. Nacieron entonces, por un lado, la teoría desarrollista o del progreso desde la fundación de la CEPAL en 1948, con sede en Santiago de Chile, y como reacción a ella las teorías de la dependencia.

La Iglesia Católica, por su parte, se renovaba en el Concilio Vaticano II con la confirmación del papel activo de la religión en la vida social, que en Latinoamérica se tradujo en la II Conferencia Episcopal, CELAM de Medellín (1968), trascendental para la formación de la Iglesia popular y la elaboración de lo que se daría a conocer como teología de la liberación.

El filósofo y teólogo latinoamericano fallecido en noviembre del año pasado, Enrique Dussel, comenta en su Hipótesis para una historia de la teología en América Latina (1977), que su surgimiento se dio en 1968, cuando la teología asume la experiencia y el anhelo de las “bases” y las hipótesis de las ciencias humanas. Gustavo Gutiérrez, asesor de movimientos estudiantiles en Perú, lanza la pregunta: ¿Teología del desarrollo o teología de la liberación? Comienza, entonces, el apoyo histórico y filosófico a la naciente teología latinoamericana de la liberación y será el encuentro de El Escorial, en España en julio de 1972, la primera reunión donde pueden dialogar juntos los que participan de ese movimiento

El también teólogo y filósofo jesuita Juan Carlos Scannone (1931-2019) distingue cuatro posibles enfoques al interior de la teología de la liberación, a saber:

a. Teología desde la praxis pastoral de la Iglesia; b. Teología desde la praxis de grupos revolucionarios: representado, fundamentalmente por la obra Teología desde la praxis de liberación (1973) del teólogo brasileño Hugo Asmann (1933-2008), en la que el autor aboga por una teología política desde un compromiso revolucionario concreto de inserción en un proceso de liberación; c. Teología desde la praxis histórica: inaugurada por Gustavo Gutiérrez en su Teología de la liberación. Perspectivas, 1971, radical en sus planteamientos de transformación estructural de la sociedad latinoamericana, pero que conscientemente desea ser fiel a la Iglesia y a la tradición teológica; d. Teología desde la praxis de los pueblos latinoamericanos: más conocida como teología del pueblo, de la cultura, de la pastoral popular y es esta corriente la más extendida y la que llega incluso a entreverse en muchos de los discursos del actual papa Francisco, quien ha reconocido la influencia y relevancia de los aportes teológicos de Gutiérrez por medio de una carta por motivo de sus 90 años en el 2018 en la que le expresa su agradecimiento “por cuanto has contribuido a la Iglesia y a la humanidad, a través de tu servicio teológico y de tu amor preferencial por los pobres y los descartados de la sociedad”.

De este modo, en sus diferentes vertientes, esta teología empezó a teorizar los problemas fundamentales de la sociedad latinoamericana, aprovechando los avances del pensamiento social, del boom de la literatura, de la teoría económica, de la filosofía política y de la teoría de la dependencia, que trataban de explicar las causas del subdesarrollo en las sociedades latinoamericanas.

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Gustavo Gutiérrez y el Papa Francisco.

Pero en la medida en que las dictaduras militares fueron cayendo en los años ochenta, el peso de esta teología también fue cediendo, proscripta de marxista por los sectores más conservadores de la Iglesia Católica y hasta condenada desde Roma por parte de la Congregación de la Doctrina de la Fe bajo la dirección del, por entonces cardenal Joseph Ratzinger, luego Benedicto XVI, mediante su Instrucción “Libertatis nuntius. Sobre algunos aspectos de la Teología de la Liberación”, publicada el 6 de agosto de 1984 y que aún puede leerse íntegramente en la página oficial del Vaticano y otra instrucción más moderada en 1986, ante la reacción de los teólogos de la liberación.

En ese mismo contexto fueron ganando terreno las iglesias evangélicas de corte norteamericano y su teología de la prosperidad, muy contraria a las opciones liberacionistas.

Una teología claramente funcional y justificadora de un modelo político neoliberal, fundamentalista, espiritualista e individualista que transforma a Dios en un poder a nuestro servicio y convierte a la religión en un fenómeno utilitarista, sensacionalista y pragmático a partir de una exégesis literal de algunos textos bíblicos interpretados de manera reduccionista.

Subjetividades políticas emergentes

Si algo se sabe actualmente desde las ciencias sociales es que las intervenciones políticas no sólo suponen cambiar estructuras que permitan crecimiento de la economía, sino de atender a los sujetos y la manera en que los mismos interpretan la realidad.

¿Cómo se direcciona mayormente la mentalidad de los sujetos en la actualidad? ¿Será acaso desde un sistema económico y político fundamentalista que amenaza y destruye continuamente los lazos de las relaciones humanas, inficionando de fatalismo la realidad social y de individualismo extremo la subjetividad?

Al respecto, el teólogo brasileño Frei Betto afirma que el fundamentalismo nace ligado siempre al poder político, pues se trata de hacer que la gente considere que existe una intervención directa de Dios en la elección de tal o cual candidato y que solamente ellos son capaces de garantizar que los valores religiosos sean preservados.

Contra este evangelismo ideológico de discurso fundamentalista y neoliberal, se levanta desde los años 70 una teoría de la liberación latinoamericana que privilegia, en primer lugar, el compromiso en favor de los pobres, como lo reivindica el fundador del cristianismo cuando afirma que son “bienaventurados los pobres”.

Ante el inminente colapso ecológico, económico, político y social de nuestra insostenible civilización, es imprescindible la apuesta por una solidaridad global desde fuertes valores democráticos.

Si desde la teología de la liberación, inaugurada por Gustavo Gutiérrez, se asume la conciencia de la solidaridad humana en “una teología que no se limita a pensar el mundo, sino que busca situarse como un momento del proceso a través del cual el mundo es transformado: abriéndose –en la protesta ante la dignidad humana pisoteada, en la lucha contra el despojo de la inmensa mayoría de los hombres, en el amor que libera, en la construcción de una nueva sociedad, justa y fraternal– al don del reino de Dios”, la pregunta obligada es: ¿A quiénes les conviene realmente la no instauración de este tipo de paradigmas? ¿A quiénes beneficia una sociedad cada vez menos solidaria, más individualista, más egoísta, más volcada en la mera satisfacción de los propios intereses y deseos, una sociedad intolerante ante lo diferente e insensible ante el sufrimiento del otro?

Responder honestamente estas preguntas nos ayudan a establecer criterios y líneas de acción y a evitar horas de debates estériles.

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