El 27 de abril de 2016, día en que el presidente Horacio Cartes promulgó la Ley de Protección Integral para Mujeres contra Toda Forma de Violencia, como si fuera una ironía del destino, dejó la cárcel Hugo Tomás Ramírez Sosa.
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El color de la ceniza había ganado espacio en su cabello, vestía una remera de color azul y se expresaba con la misma seguridad con la que confesó, 14 años atrás, uno de los crímenes más atroces que se recuerdan en nuestra historia. “Voy a honrar esta libertad, que es lo más preciado en la vida, voy a descansar por ahora, disfrutar de la familia”, prometió ante los medios de prensa el profesor, que difícilmente pueda olvidar lo que pasó el 26 de abril de 2002, cuando destrozó la vida de Marta Raquel Orué Hirakawa.
Marta era una muchacha que estaba disfrutando de la primavera de su vida, tenía 24 años y había venido de San Ignacio, Misiones, hasta la capital con el sueño de convertirse en abogada.
Hacía más de seis años que mantenía una relación sentimental con el respetado profesor, aunque de eso muy poca gente sabía.
Ramírez, más de 20 años mayor, había ayudado a la joven a convertirse en una universitaria, pero nunca le dio un lugar como su pareja estable.
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AMANTES. El hombre, separado de su primera esposa, estaba de novio con Norma, con quien se mostraba en público sin evitar los encuentros furtivos con Marta, quien por ese entonces ya quería cortar la relación clandestina.
Claudia, una de las amigas de la mujer y una de las pocas que conocían la historia de pasión oculta entre profesor y alumna, declaró ante los investigadores que su amiga le confesó que se encontraba en un laberinto de violencia física y sicológica del que no podía salir.
Por entonces ya estaba de novia con Ronald y aguantaba las amenazas de su profesor, quien le recordaba que si no estaba con él no sería de nadie más. Marta calló por no querer ser considerada una cualquiera y no denunció a su agresor, sin saber que ese silencio la llevaría a la tumba.
Y ese día llegó; era un sábado. Su novio había ido por la noche a San Bernardino con unos amigos. Marta escuchó que golpeaban la puerta del inquilinato donde vivía y luego de aguantar una ristra de insistencias y ruegos aceptó ir a la casa de su profesor, ubicada sobre las calles Villarrica y Bernardino Caballero, en el barrio Kennedy de Lambaré. Ramírez se mostraba amable y le decía que irían solo en plan de amigos, para corregir los exámenes.
El Crimen
Llegaron a la casa cuando comenzaba a hacerse de noche aquel 26 de abril. Habrían mantenido relaciones íntimas y cuando Marta se estaba dando un baño, sucedió lo peor.
Según registros de la investigación de la Policía, Ramírez la atacó mientras ella se relajaba en una bañera con hidromasaje y, sin que pudiera reaccionar, la apuñaló ocho veces, en distintas partes del cuerpo. La joven no tuvo tiempo de gritar siquiera.
Los vecinos no escucharon nada, pero algunos que lo vieron se extrañaron de que saliera una y otra vez al balcón, como si estuviera vigilando algo.
Una vez que acabó con la vida de Marta, se le ocurrió al asesino cercenar el cuerpo, repartiendo las partes en bolsas negras de plástico. Luego limpió la escena del crimen. Casi al mismo tiempo, llamó por teléfono a su novia Norma, le dijo que la extrañaba y que pasaría a buscarla.
Pidió prestado a su sobrino un Volkswagen Gol, en el que subió las bolsas y salió a recorrer.
El macabro itinerario comenzó sobre la avenida Félix Bogado y 24 de Mayo, donde dejó una de las bolsas con las piernas de su víctima. Luego fue hasta Colón y Parapití, donde dejó otra de las bolsas. Haciendo lo mismo en Montevideo y Manduvirá.
Como si no hubiera pasado nada, al concluir con la macabra tarea, pasó por la casa de su novia y juntos fueron a la suya, en el barrio Kennedy. Eran las 4.00 de la mañana del domingo. Durmieron juntos y al despertar fueron a un almuerzo, como si nada hubiera pasado.
Narcisista
“Se evidencian dos rasgos fundamentales: su narcisismo (profunda admiración de sí mismo o de sus logros) y el sentimiento de omnipotencia”, había concluido en su momento el doctor Roque Vallejos, siquiatra forense que por entonces trabajaba para el Ministerio Público. El profesor estuvo recluido en el pabellón Libertad de Tacumbú, cumpliendo la condena de 21 años que le dieron. Fue beneficiado con la libertad condicional en el 2016. Actualmente, según fuentes penitenciarias, vive en Horqueta, Concepción. Sobrevivió a un infarto y tuvo un hijo con su actual pareja.