Entre los ilimitados y más fuertes poderes del amor hay que reconocer el poder de atracción.
Cuando amamos a una persona, en la medida que la amamos, en esa medida estamos atraídos por ella.
El amor es esencialmente centrípeto, invade progresivamente el centro de la conciencia, el centro de la mente y el centro del corazón, y, paradójicamente, el amor es también centrífugo, porque nos atrae irresistiblemente al centro de la conciencia, la mente y el corazón de la persona amada.
Conociendo el poder del magnetismo del amor podemos entender profundamente por qué el establo donde nació Jesús en las afueras de Belén se convirtió en polo de atracción que movilizó a los ángeles y a los pastores para adorar al Niño Dios (Hijo Unigénito de Dios, que es Amor) hecho hombre: Jesús es Dios Amor encarnado.
Ya desde niño, el magnetismo de su amor pudo atraer a los Magos de Oriente y hasta movilizar una estrella, que les orientaba e iluminaban el camino a Belén. Desde el nacimiento, la excepcional “energía poderosa” del amor de Jesús y su magnetismo se manifestó constantemente durante toda su vida y definitivamente en su muerte y su resurrección.
Era y es tal el magnetismo de su amor y personalidad que, sin poder político, sin dinero, sin tener “donde reclinar la cabeza”, habiendo tenido por cuna un pesebre viniendo de un pueblo marginado y despreciado, habiendo sido emigrante, teniendo una familia muy modesta..., solo con el magnetismo de su amor y personalidad, atraía a las multitudes.
La energía de su amor era tan poderosa que, con solo su pensamiento y su palabra curaba toda clase de enfermedades y hasta resucitó tres muertos: una niña, un joven y a su amigo Lázaro. El mismo Jesús anunció y predijo cuál sería la cumbre del magnetismo de su amor. Refiriéndose a su dramática y cruenta muerte en la cruz, dijo: “Y seré levantado en alto y atraeré a todos hacia mí”. (Jn.13,32s).
El poder del amor de Jesús es más fuerte que la muerte, como dice “El Cantar de los Cantares. Ni los torrentes de agua podrán apagar el amor...” (8,7). Efectivamente, ni la traición de Judas, ni la cobardía de sus apóstoles (excepto Juan), ni el abandono del pueblo, ni la humillación, ni la injusticia, ni las torturas, ni la crucifixión... pudieron apagar la energía de su amor, que a los tres días resucitó, para seguir atrayendo con su amor y magnetismo a todos.
El poder del amor de Jesús y su magnetismo han trascendido la historia y Jesús resucitado sigue atrayendo con su magnetismo a mujeres y varones de todas las naciones, razas y culturas.
Jesús nació en Belén, vino enviado por Dios Padre con una misión concreta: Traernos la buena noticia de que Dios es amor e instalar el Reino de Dios, el Reino de la justicia, el amor y la paz.
Él como Maestro, con su ejemplo y sus palabras elocuentes, nos enseñó a amar.
Coherente y fiel a la misión que le confió su Padre Dios, Jesús, en la despedida de la Última Cena, repite dos veces que su único mandamiento es que amemos como él nos ama.
Con el ejemplo de Jesús y nuestra propia experiencia, no solo hemos aprendido que el magnetismo del amor nos atrae y nos une con los que amamos, sino que nos damos cuenta que su magnetismo atrae también la paz, la armonía personal y social, la seguridad, la alegría y la felicidad.
Ninguno de estos valores vitales (porque dan sentido y plenitud a la vida) es posible, ni siquiera imaginable, donde no existe el amor.