Los que piensan y actúan así pervierten el verdadero concepto de política. “Política es ciencia, arte y práctica del gobierno y la administración del bien común de todos los ciudadanos”. La palabra política viene de la palabra griega “polis”, que significa ciudad, y sus habitantes, ciudadanos.
El poder no es atributo de los políticos, el poder es atributo de los ciudadanos o, como dice sabiamente nuestra Constitución Nacional (art.39): “La soberanía nacional reside esencial y originalmente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste. El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable poder de alterar o modificar la forma de su gobierno”.
Y al principio de la Constitución (art.3), se explicita claramente cómo “el pueblo ejerce su poder por medio del sufragio”, eligiendo a quienes han de servirle y a quienes el pueblo les paga, para que se dediquen plenamente al servicio del pueblo, al servicio de todos los ciudadanos.
Desde Juan Jacobo Rousseau, en su obra “El contrato social”, en la que aparece por primera vez el concepto de soberanía del pueblo, se ha profundizado y consolidado la relación entre soberanía y poder del pueblo.
El poder no es de los políticos, es propiedad del pueblo soberano. Los políticos, legítimamente elegidos, reciben temporalmente el poder del pueblo, para el servicio al pueblo, quienes además de haber sido honrados por el pueblo con su elección, son pagados por el pueblo, para que trabajen honestamente para beneficio de todos los ciudadanos y no para su propio beneficio.
Y ¿qué es trabajar para beneficio de todos los ciudadanos?
Es gobernar y administrar fielmente el bien común. Es decir, “el conjunto de aquellas condiciones de la vida social, que permiten ya sea a la colectividad así como también a sus miembros, alcanzar la propia perfección, más plena y rápidamente”.
Esta definición profesional del bien común, recogida de la Doctrina Social de la Iglesia Católica, está inspirada en el número 22 de la brillante Constitución Pastoral “Gaudium et Spes” (Gozo y Esperanza) del Concilio Vaticano II, y técnicamente es irreprochable.
Ésta es la razón de ser y el objetivo de la política y ésta es la misión de los políticos: servir a los ciudadanos y no dominarlos.
La pasión de poder para dominar a los demás y beneficiarse de ellos es tan antigua como la existencia de los seres humanos. Jesús de Nazaret se lo dijo a sus discípulos: “Los gobernantes de los pueblos los dominan y los poderosos los someten, pero entre vosotros no será así; el que quiera ser poderoso que sirva a los demás y el que quiera ser el primero, que sea su siervo” (Mt 20,24-28).
El mayor error político es confundir la verdadera política con la ambición y las estrategias de poder; y es el mayor, porque es la base nutriente del error conceptual, del error jurídico, al ignorar los valores, derechos y obligaciones que la Constitución dispone; es error ético porque pervierte la política y la democracia y error moral, rechazando el mandato de Cristo, para seguir a Maquiavelo.