El patrón común de estas iniciativas era la liberalización del comercio. En algunos casos se combinaba con esfuerzos por coordinar políticas, pero lo predominante era la apertura de los mercados. Por eso se los asocia con el neoliberalismo. En contraposición al regionalismo “posliberal”, que surgió en el periodo de la “ola rosada” (2003 - 2013), y donde pesaba más la autonomía política de la región. Una propuesta de integración dispuesta a contener el predominio del hegemón hemisférico (Estados Unidos) y desarrollar una capacidad propia en el campo de la seguridad. Fue la época de Unasur y el ALBA. El primero inspirado por Brasil y el otro por Venezuela. Una época caracterizada por el discurso antiimperialista y el nacionalismo regional.
Hoy por hoy, podemos decir, que el intento de forjar un regionalismo posliberal ha fracasado. En el ciclo electoral suramericano que se inició en el 2013, la ola rosada dio paso a un giro a la derecha, con un discurso anti-Unasur, ni qué decir anti-ALBA. A estos se los acusaba de estar ideologizados. Los nuevos gobiernos de la derecha preferían retornar al regionalismo abierto y flexible, teniendo a la Alianza del Pacífico como ejemplo a seguir. Principalmente porque ahí se da la liberalización del comercio entre los miembros y también se permiten TLC con otros, en un arreglo abierto y flexible.
El Mercosur se encuentra en un punto delicado respecto al retorno del regionalismo abierto. Ello ha quedado bastante claro en la última Cumbre de Montevideo, así como en otras ocasiones. Por un lado, está la norma del Arancel Externo Común y el compromiso de negociar TLC en bloque, pero también existe la presión por permitir la formulación de TLC individuales con terceros, fuera del Mercosur. En Montevideo, Uruguay, la presión por la flexibilidad la defendió Javier Milei, de Argentina, dándole a su intervención un tono ideologizado, pero en el sentido contrario a lo que ocurría con el regionalismo posliberal. Le dio a su discurso la impronta libertaria.
La firma del acuerdo con la Unión Europea, donde se avanza un paso más en la concreción de un área de libre comercio e inversión entre bloques puede, en cierto sentido, aplacar la presión por la flexibilidad inmediata, pues implicaría un masivo ajuste de las dinámicas de integración y pondría al Mercosur a la prueba. Si fracasa; sin embargo, los efectos en el mercado común del sur pueden ser severos, en un sentido más político.
Esta es una época en la que la lógica de bloques está siendo reevaluada, dado el contexto geopolítico. Con la elección de Donald Trump hemos entrado en una coyuntura en la que el proteccionismo y la utilización de las tarifas como arma política están a la orden del día. La aceleración del acuerdo con la UE, obviamente, tiene que ver con eso, pues, los argumentos de países europeos que apoyan el acuerdo derivaban justamente en declaraciones sobre la necesidad de encontrar nuevos espacios de comercio e inversión, a la luz de las amenazas provenientes de Washington. Brasil también ve la oportunidad de forjar un regionalismo que pueda servir de contrapeso y no solamente con relación a Estados Unidos, sino para una mayor capacidad de negociación con todos los superpoderes, incluyendo a China. Va de suyo que este es el momento en que los pequeños países, como Bolivia, Paraguay y Uruguay deben también sopesar los pros y contras de enfrentarse a este nuevo contexto geopolítico de manera individual o como parte de un bloque.