Mario Bunge, físico argentino, de 94 años, defensor del realismo científico y uno de los filósofos más influyentes del mundo en los últimos cincuenta años, conversó con ÚH y Radio Monumental sobre cómo la ausencia del pensamiento crítico ha permitido desde la aparición de supuestos tratamientos médicos alternativos, como la homeopatía, carente de cualquier base científica, y el surgimiento de liderazgos mesiánicos en la política, hasta la aplicación irracional de fórmulas económicas promocionadas casi como recetas mágicas. Esta es la nota.
–¿El hecho de que en los países latinoamericanos todavía estemos tan embebidos del pensamiento mágico o místico –que tantos éxitos generó en la literatura, pero que no produce iguales resultados en las ciencias o en la política– explica en parte nuestro rezago en el desarrollo con relación a otras naciones?
–El pensamiento mágico se da en muchas partes con distinto grado de desarrollo. La mitad de los estados de EEUU ha votado recientemente por el Partido Republicano, y el credo republicano es eso: pensamiento mágico. Ellos creen que con dos recetas casi mágicas basta para salir adelante: la libertad de portar armas y la libertad total de comercio para las empresas; en realidad, es libertad mientras les vaya bien, y protección del Estado cuando les vaya mal.
–¿Hay una regresión cultural en EEUU?
–Estados Unidos eligió hace 200 años a un presidente ateo, Thomas Jefferson, pese a que su rival político usó su condición de agnóstico como parte de la campaña política en su contra. Esto fue así, porque hace 200 años los norteamericanos pensaban mejor que hoy, porque hace 200 años había más participación que ahora. Hoy en día la participación política del pueblo norteamericano, como ocurre en la mayor parte del mundo, es mínima. No hay asambleas, o las hay muy pocas. Y cuando las hay, como unas muy recientes, donde la gente pidió cuentas a los legisladores que pretendían la intervención de Siria, sencillamente no pasa nada. La intervención de Siria se evitó por una jugada diplomática de Rusia, no porque el pueblo norteamericano pudiera incidir en la opinión de sus representantes.
–El misticismo no es una peculiaridad nuestra.
–Hay pensamiento mágico y siempre lo ha habido en todos los rincones. Conozco profesores universitarios que creen en la homeopatía, que es la más estúpida de las medicinas alternativas, porque se sabe que las diluciones de los llamados remedios homeopáticos son del orden de una molécula por galaxia, o sea que la probabilidad de que tomando esa agua a uno le toque alguna molécula de alguna substancia activa es prácticamente cero; y, sin embargo, hay millones de creyentes en la homeopatía.
–¿Esa necesidad de creer en algo mágico, que en ocasiones da forma a la cultura, perjudica a las sociedades que comparten esa cultura? Me refiero a países pobres, como los nuestros, que están siempre buscando una salida mágica o religiosa a sus problemas.
–Y sí, es la salida fácil. Requiere de menos inversión. Se paga una coima al santo o al Dios preferido esperando que luego nos devuelva el favor. Eso cuesta mucho menos que aprender un oficio y romperse el lomo trabajando en soluciones. Pasa que existe lo que llamamos el efecto placebo, que es real. La gente que cree en la eficacia de ciertos ritos y realmente se siente mejor. Eso no es un milagro. Lo que ocurre es que la corteza cerebral, que es la parte del cerebro que se ocupa de pensar y decidir, está íntimamente relacionada con el sistema inmune que controla el efecto que nos generan los microbios o las drogas o lo que fuere. Entonces, el efecto es real, pero de poca duración. Le hace sentir mejor al canceroso, pero no le cura.
–¿Esa costumbre de no aplicar el pensamiento lógico para cualquier experiencia de la vida le sirve especialmente a la clase política; cuando, por ejemplo, hacen una promesa cuya posibilidad de éxito no tiene sustentación en la realidad?
–En efecto. Si uno cree en lo sobrenatural también creerá en las promesas de un líder carismático o mesiánico. En los dos casos se trata de pensamiento no crítico, de actitudes dogmáticas, de creencias que no son expuestas al rigor de la prueba. Eso es lo malo de creer en ovnis o en la telepatía. Ahora, esas creencias incluso son menos dañinas que la creencia en la actividad económica estándar, una economía de fórmulas únicas y aplicables para cualquier caso, por ejemplo, que han llevado a tanta gente a la miseria; o la creencia de que portar armas nos defenderá de los ataques de un gobierno o de quien sea. Hay seudociencias o creencias que son más dañinas que otras.
–Para usted, ¿la economía es una seudociencia?
–Tiene partes científicas. La macroeconomía es en gran parte científica. Las doctrinas macroeconómicas se ponen a prueba cada vez que un gobierno toma decisiones económicas. Ya desde la época de (Jean-Baptiste) Colberd (ministro de comercio del Luis XIV, rey de Francia) ha habido buenos macroeconomistas, en particular (Lawrence) Klein (economista estadounidense precursor de los modelos econométricos) y su escuela. Él ha propuesto teorías que han servido en la práctica en los tiempos de la gran depresión en Estados Unidos, por ejemplo. Los que construyeron mecanismos de regulación del mercado para evitar la repetición de esas grandes crisis fueron discípulos de Klein, entre ellos el canadiense John Kenneth Galbraith. Desgraciadamente, en los últimos años, los republicanos lograron rechazar todos esos controles y el mercado descontrolado ha repetido las crisis y ha arruinado muchas vidas. El mercado no puede funcionar sin controles.
–¿Cómo ve estos movimientos que surgen en América Latina más o menos parecidos, y etiquetados todos –por comodidad del lenguaje– como socialismo del siglo XXI?
–Es un movimiento muy complejo, pero el resultado inmediato es positivo. Y me explico; es la primera vez que esos países se enfrentan con la gran potencia económica, la primera vez que se animan y lo hacen unidos. (Simón) Bolívar soñaba con unir a todos los países hispanos en una federación cuyos miembros pudieran apoyarse entre sí. Esto es positivo. Por otra parte, a uno le desagrada todas las medidas del llamado socialismo bolivariano que no era tal cosa sino dádivas que venían de arriba. Chávez no logró constituir un partido que lo controlara, un partido que no constara solo de un hombre, Chávez, sino de todo un grupo de dirigentes que deliberara democráticamente. Chávez si logró despertar a una cantidad de mandatarios de Ecuador, de Brasil, de Argentina y decirles tenemos esperanza, podemos cooperar entre nosotros y no necesariamente agachar la cabeza cada vez que bosteza el Tío Sam.