“Hay legisladores que juegan un partido en otras ligas, como de la narcopolítica, el narcocontrabando, el narcolavado, pues lo que buscan es ocupar esos espacios”, señaló la diputada Kattya González (ÚH, 16-01-2022), dejando en claro que la práctica criminal ya está instalada entre los “representantes del pueblo”; un secreto a voces y del que pocos quieren hablar.
El sucio y engañoso dinero fácil tiene capacidad de permear todos los campos. Es fácil caer en la trampa de la “plata dulce”, más aún cuando la ambición o la necesidad están de por medio.
La Secretaría Nacional Antidrogas (Senad) estima que el microtráfico mueve alrededor de USD 1 millón mensuales solo en Asunción, y habría que agregar que los datos no están actualizados. Lo categórico es que las consecuencias de la vigencia del criminal circuito las comenzamos a sufrir todos como sociedad; desde aquella familia que no puede contener al hijo víctima de las adicciones, hasta los índices de inseguridad que se vuelven insostenibles.
El Gobierno y sus instituciones; los políticos y sus partidos, los jueces y policías, entre otros, y algunos más que otros, son responsables de la instalación de este negocio sucio y destructivo en nuestra sociedad. Uno que enluta a tantas familias y deja como “muertos” a gente de todas las edades; una generación que quizás ya no podrá recuperarse.
En tanto, no son pocos los políticos que ponen trabas a los mecanismos de transparencia respecto al financiamiento de los partidos y las campañas electorales. Y de igual manera siguen tan vigentes los privilegios en las penitenciarías para los recluidos por este delito, de lo contrario, ¿cómo se entiende que Miguel Ángel Servín, procesado por tráfico internacional de drogas y ahora vinculado con la balacera, fuera hallado en su celda de Emboscada con teléfonos celulares, tres expansores de red y disco duro externo?
Y uno se pregunta, ¿cómo hemos dejado que esta práctica nefasta se expanda a tal nivel en nuestro país?
Quizás todo haya comenzado con esa mirada de indiferencia hacia los niños y jóvenes dopados en las veredas y plazas o que mendigan en las esquinas por un poco de crac; cuando los vimos como algo normal. O, quizás, callando o hasta admirando al microtraficante del barrio que progresa de manera acelerada.
Y ante estos hechos, sumados a otros, es fácil caer en el pesimismo y la desilusión que ciegan e impiden ver la realidad con todas sus luces, matices y colores. Sin embargo, estas actitudes terminan siendo el caldo de cultivo para los oportunistas; aquellos que desprecian al país y su gente, interesados a acumular poder y dinero a como dé lugar. Estos prefieren gente rendida. Conservar y alimentar la virtud de la esperanza es vital; permite comenzar siempre de nuevo, enfrentar los obstáculos y construir a pesar de las dificultades.
¿Por qué tener esperanza en medio del dolor y la indignación? La respuesta es personal, pero esta virtud es posible cuando se reconoce un hecho presente positivo, capaz de inspirar una mirada hacia un horizonte de bien. Mientras haya una sola persona que desea el cambio y busca el bien común; mientras existan seres humanos dispuestos de dar la vida por un desamparado, por crear espacios de educación verdadera, por trabajar con honestidad, construir con seriedad, aunque sea solo una, la espera será posible y justificada.
La esperanza estará siempre ligada a un lugar real, un rostro amado, a la experiencia de un abrazo amigo o esa mirada de misericordia que fortalece y cambia el instante. Vale reconocerlos para dar pasos y no quedarse empantanados en la oscuridad.