Con testimonios de víctimas y de autoridades de la zona, va mostrando al espectador la fotografía de la raíz de lo que hoy es un árbol que está dando los frutos más amargos, enlutando a miles de familias.
En la película, que debería mostrarse en las escuelas, revelan que la unión entre la política y el narcotráfico comenzó en los años 50 desatando una ola masiva de corrupción a lo largo del país.
Autoridades y narcotraficantes comenzaban a forjar un negocio delictivo, todo ante la complicidad de las autoridades y en el clima de bienestar que todos creían vivir en ese momento. Los neorricos surgidos de la incipiente industria dormían, como el resto de la población, con la ventana abierta.
Esta era del terror en que hoy vivimos, muchos todavía estamos en shock con lo que pasó en el festival de música donde murieron dos personas y otras quedaron heridas. No es producto del azar, fue un proceso que se fue gestando desde hace tiempo y es una de las herencias de épocas pasadas que muchos, lastimosamente, aún se empeñan en reivindicar.
El gobierno de Alfredo Stroessner, ya sea por omisión o por otras cuestiones, es responsable histórico del caos que estamos padeciendo como sociedad.
Mano dura para el pueblo, pero complaciente con los narcos, que amasaron fortunas a costa del dolor de miles de personas que ya fueron víctimas colaterales de su industria sangrienta.
Muchos se preguntan cuándo fue que nos convertimos en un narco-Estado, dominados por los carteles. Y la respuesta está en el pasado.
Nadie controló la expansión de este incendio que está haciendo añicos de nuestra sociedad; es más, creo que es atizada por muchos sectores, que ven con buenos ojos este negocio e idolatran a los que se dedican a este negocio ilícito, considerándolos, incluso, como empresario exitoso.
Hoy en día, la sensación es que la situación ya se salió de control: que ya hay una infección generalizada y no hay mucho que hacer. Disculpen el pesimismo, pero no veo atisbos de solución; no se ve una luz que nos muestre la salida.
El crecimiento de la industria hizo que aparezcan los grupos antagónicos y se desate una guerra en donde la violencia no tiene límite.
El 26 de abril de 1991, personas ligadas al narcotráfico mataron a sangre fría al periodista Santiago Leguizamón. Fue un caso de sicariato que conmocionó a las personas de bien, no así a las que manejan la justicia, porque el crimen hasta hoy día sigue impune.
Se sabe que Paraguay es uno de los mayores productores de marihuana de la región. Además, por su condición geográfica, es un punto clave para la distribución de otro tipo de sustancias. El trasiego de aviones, barcos y camiones es constante y la ganancia es mucha.
Nuestro país es un paraíso, tierra fértil para la ilegalidad y como los empresarios de este rubro tienen visión, pusieron los ojos en estas tierras. Así fue como dejaron entrar a narcotraficantes extranjeros con suficiente dinero para sobornar y con poder bélico para matar.
30 personas (26 hombres y cuatro mujeres) ya fueron víctimas fatales de esta guerra narco en el mes de enero, según el abogado Jorge Rolón Luna.
Estos grupos mafiosos enferman a la sociedad con sus hechos delictivos. Con el dinero ganado, se compran soldados, los llamados sicarios que defienden sus intereses a balazos. Enferman sobornando a actores de justicia para comprar impunidad; enferman financiando campañas políticas para volverse intocables.
Esta enfermedad tal vez ya sea incurable; extirpar este mal sea inviable pero debemos comenzar a tratarla.
El comienzo del tratamiento podría ser una mirada exhaustiva hacia el pasado.