Jorge Daniel Codas Thompson
La política exterior estadounidense en Asia durante los últimos 50 años, producto de un sólido acuerdo bipartidista, ha sido en líneas generales un éxito. Desde el fin de la guerra entre la República Popular China y Vietnam en 1979, no ha habido guerras internacionales importantes en el Este Asiático. El gobierno estadounidense ha construido en el periodo señalado una sólida red de alianzas. La inversión del sector privado estadounidense en los países asiáticos con las mayores economías de la región eclipsa a la de cualquier otro país y Estados Unidos es el principal destino de la inversión extranjera directa de todas las principales economías de Asia, con la excepción de la República Popular China. Desde el punto de vista de los sistemas políticos, incluso mientras la democracia se deteriora en otros puntos del planeta, un número importante de naciones de la región siguen siendo sólidamente democráticas.
En consecuencia, con su reciente triunfo en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, Donald Trump heredará una exitosa política exterior para Asia que se ha desarrollado en sucesivas administraciones de los dos partidos políticos que dominan la el escenario político de Estados Unidos. De hecho, el presidente Biden construyó su sólido historial diplomático en la región en torno a este consenso. En particular, la asociación estratégica conocida como Diálogo Cuadrilateral (o Quad) entre Estados Unidos, Japón, India y Australia, India, es un instancia que Biden elevó de un encuentro de nivel ministerial a una cumbre de líderes nacionales. El Quad comenzó en 2004 bajo el gobierno de George W. Bush como un grupo de trabajo conjunto para apoyar a las víctimas del tsunami del océano Índico y fuera reactivada por la administración Trump como una reunión regular de los ministros de Relaciones Exteriores de los estados miembros. Las iniciativas de Biden sobre la postura de la fuerza militar estadounidense, los controles de la tecnología de semiconductores y las relaciones trilaterales con Japón y Corea del Sur tienen su origen en las administraciones de Bush, Obama o Trump. Asimismo, el acuerdo de asociación de tecnología submarina entre Estados Unidos, Reino Unido y Australia, conocido como AUKUS, tiene un sólido apoyo bipartidista en el Congreso de los Estados Unidos, y se perfila como un proyecto que trascenderá sucesivas administraciones. Por ende, Donald Trump recibirá un amplio número de iniciativas de política exterior hacia la región asiática (incluida Oceanía), que podrá utilizar para avanzar los intereses nacionales de los Estados Unidos. Sin embargo, el reelecto presidente de los Estados Unidos y sus colaboradores deberían estudiar con detalle la historia de la política exterior de su país respecto a Asia en el período entre ambas guerras mundiales. En dicho período, los líderes estadounidenses condujeron la política exterior bajo la premisa de que el comercio internacional y la diplomacia multilateral podrían mantener la paz, a pesar de la conducta crecientemente hostil del Imperio del Japón y su intenso proceso armamentístico. La iniciativa estadounidense terminó en un rotundo fracaso, materializado en el ataque japonés a Pearl Harbor y la subsiguiente entrada de Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial. Si bien los lineamientos de la política exterior de Trump se basaría en premisas diferentes, su política potencialmente aislacionista y la política comercial basada en el proteccionismo tendrían probablemente el mismo efecto. Ante un vacío de poder militar norteamericano en la región, China impondría su voluntad en el Mar del Sur de China, aplicando presión sobre otros países, en particular Filipinas, que tiene un pacto de defensa con Estados Unidos, lo cual podría significar un conflicto militar entre ambas superpotencias. Asimismo, el dominio de dicho mar por parte de Beijing implicaría el control sobre gran parte de las comercio exterior de los aliados de Estados Unidos en la región. Del mismo modo, China estaría en posición de forzar a Taiwán a aceptar su anexión o potencialmente ser objeto de una invasión militar. Por tales motivos, el gobierno de Trump debería apuntalar el sistema de alianzas que tienen los Estados Unidos en la región, sobre todo con Japón y Corea del Sur, pero así también con otras naciones, tales como Filipinas, y desplegar una estrategia comunicacional que deje en claro que el gigante norteamericano no se replegará ni permitirá afectaciones a sus aliados estratégicos. Sin embargo, el escenario estratégico que enfrentará Trump incluye un componente económico de gran importancia, y que será fundamental para salir triunfante en la competencia con China. Si bien Washington sigue siendo un actor de gran peso en materia de comercio e inversiones, su poderío se ha visto complicado por ciertas decisiones tomadas en los últimos gobiernos. En primer lugar, en su primer gobierno, Trump retiró a Estados Unidos del Acuerdo Transpacífico (TPP), un acuerdo comercial que tenía por objetivo integrar a las economías más abiertas de Asia, entre ellas Japón, Singapur, Australia y Malasia, buscando servir de contrapeso a la política comercial china. Asimismo, la iniciativa creada por Joe Biden en 2022 para reemplazar al TPP, conocida como Marco Económico Indopacífico para la Prosperidad (IPEF), ha tenido un avance prácticamente nulo. En consecuencia, el correspondiente vacío de poder ha permitido a China dictar las reglas del comercio y las inversiones en la región. Por tal motivo, el gobierno de Trump precisará volver a tener presencia activa en materia económica, sea en foros regionales sobre comercio, inversiones u otras iniciativas relacionadas, como la protección de la propiedad intelectual e iniciativas contra la corrupción, buscando restarle espacios de maniobra a China en sus esfuerzos por presionar a los estados de la región y sus pretensiones de negarle a Washington influencia económica y comercial.
Posiblemente el aspecto más desafiante para el nuevo gobierno de Estados Unidos será armonizar estas iniciativas con las propuestas económicas delineadas por Trump en la campaña presidencial. A más de haber retirado a Estados Unidos del TPP, Trump se ha mostrado sumamente crítico del IPEF. En su óptica, los acuerdos de libre comercio firmados por Estados Unidos han causado gran daño al sector manufacturero de Estados Unidos, con la pérdida de numerosas fábricas y de millones de puestos de trabajo industriales bien remunerados. Para remediar esta situación, ha planteado un arancel aduanero de entre 10 y 20% para las importaciones de todo tipo de productos, y de 60% para las manufacturas chinas. Numerosos economistas han advertido sobre los efectos inflacionarios de esta política proteccionista que además podrían provocar un acercamiento entre China y otros países asiáticos socios de Estados Unidos, debilitando así la posición internacional de Washington en Asia, e impidiendo así a Estados Unidos tener una posición que le permita volver a controlar las reglas del comercio y las inversiones.
Adicionalmente, el gobierno de Trump deberá potenciar a las fuerzas armadas norteamericanas, y asegurar su presencia en todo Asia. A más de fortalecer las alianzas militares con sus socios, será fundamental para Washington mejorar su capacidad de producción militar, la cual ha ido quedando rezagada en relación a China, que hoy puede producir buques de guerra a un ritmo tres veces superior al de Estados Unidos, y ya posee la armada más grande del mundo, medida en número de navíos. Dado el consenso bipartidista en el Congreso respecto a lo que perciben como la amenaza de China, la asignación de recursos para aumentar significativamente el presupuesto militar no debería constituirse en un problema. Sin embargo, la producción de armamentos tropezará en forma creciente con un importante desafío: la disponibilidad de los llamados minerales críticos, esenciales para la producción de armas avanzadas, los cuales se hallan mayormente disponibles en los dos principales países adversarios de Estados Unidos, Rusia y China. Recientemente, este último país anunció ciertas restricciones para la exportación de algunos de estos minerales. Este es un punto delicado, que el gobierno de Estados Unidos deberá manejar con proactividad y decisión, posiblemente incentivando la minería de estos componentes en países aliados.
El gobierno de Trump se enfrentará además con un desafío tan delicado como inmediato: Enfrentar la desinformación antioccidental diseminada por Rusia y China, especialmente con relación a la guerra de Israel en Gaza, que ha provocado fuertes sentimientos de rechazo hacia el estado israelí y hacia Estados Unidos en Asia, peculiarmente en el Sudeste Asiático. Si bien Estados Unidos tiene gran experiencia en combatir la desinformación de sus adversarios, deberá coordinar su respuesta con países aliados, y asegurarse de no sufrir un daño reputacional en sociedades que son vitales para sus esfuerzos de coordinación de respuestas a las acciones chinas.
China representa ciertamente un desafío excepcional para la política exterior de Estados Unidos en Asia, pero el notable consenso entre los partidos republicano y demócrata por casi medio siglo le confieren al gobierno de Trump las herramientas necesarias para enfrentar al gigante asiático con éxito, el cual puede extenderse en el tiempo si las acciones a implementarse están acordes con las medidas exitosas adoptadas en gobiernos anteriores.