Mario Puzo era un escritor italoamericano con deudas. Sus primeras novelas pasaron sin ton ni son para no abultar ni su ego ni su billetera. Estaba en una encrucijada y como la necesidad tiene cara de hereje, se tragó el orgullo y escribió un libro con el solo fin de que sea un bestseller. Lo consiguió con El Padrino. Libro que la película estrenada hace 50 años convirtió en una obra mítica que impuso modismos mafiosos que ni los mafiosos usaban.
El Vito Corleone de Marlon Brando es uno de los personajes más icónicos de la cinematografía universal y se convirtió en el arquetipo del delincuente elegante, del criminal con códigos, del asesino frío aunque magnánimo, del Don, el traje que todo facineroso con relativo éxito aspira lucir para ganarse el respeto de los malos, pero fundamentalmente de los buenos.
En el país hay varios candidatos que aspiran a ser el capo di tutti capi. Desde su trepidante y onerosa incursión en la política merced al alquiler del Partido Colorado y de sus sedientos gerifaltes, Horacio Cartes es acusado de ser el máximo aspirante a este nefasto galardón.
En puridad no es un capo mafioso, aunque a veces la pega en el palo. Sus negocios bordean la ilegalidad y algunas veces la cruzan descaradamente. Tiene una cohorte de obsecuentes políticos de todos los colores, una perversa estructura comunicacional (periodística y de otra calaña) que lo endiosa y miles de millones de dólares que necesitan ser movilizados dentro del sistema.
La influencia de Cartes rebasa lo local y tiene su propio vuelo regional que, incluso, despierta la preocupación de los Estados Unidos, país que supo a lo largo de su historia contar con aliados importantes aunque indeseables a los que posteriormente transformó en ilustres residentes de sus cárceles de máxima seguridad.
Sin duda, Cartes, con sus métodos sospechosos y su ingente fortuna, es un gigante empresarial y político que debe llamar a cuidado y tiene que ser una inquietud latente de políticos y empresarios que deben hacer algo para evitar ser desplazados o engullidos por sus ávidas fauces. Mucho más porque ya mostró que si la Constitución y las leyes se oponen a sus caprichos, no tiene ningún empacho en forzarlas con descaro de violador serial e impune.
Aunque el traje de Don le queda grande y luce peor que sus consabidos chupines, Cartes sigue estando dentro de las reglas del juego. Si bien es una amenaza para la democracia, es una amenaza que aún puede ser resuelta por los métodos democráticos.
Sin embargo, hay pequeñas figuras de mayor cuidado que potencialmente pueden ser una amenaza real y mortal para el Estado y las personas de bien. El narcotráfico cuenta con un sinnúmero de capitos (algunos con delirios políticos), valga el apelativo, que están muy lejos de actuar bajo códigos milenarios y son simplemente criminales sanguinarios que buscan satisfacer su animalesca hambre.
Hoy se conmemora la Paz del Chaco, contienda que marcó la cima de nuestra heroicidad. Ahora estamos en guerra contra un enemigo aún peor: la mafia asesina y despiadada que busca destruir la sociedad en nombre del vil y sucio metal. Más que nunca, necesitamos héroes que eliminen esta amenaza.