04 ene. 2025

El país que deseamos

Arrancamos un nuevo año y de manera casi automática buscamos mirar hacia adelante y pensar el futuro. Y en este escenario cabe también hacer un bosquejo de la nación que buscamos en este 2025.

En el país que deseamos, por ejemplo, un hombre que realiza disparos al aire, poniendo en peligro la vida de seres humanos, no queda libre impunemente por ser cuñado de un diputado, como ocurrió recientemente. Tampoco se tiene a parlamentarios que de forma grosera y arrogante se autoasignan millones de guaraníes a sus salarios de un plumazo, además de jubilación vip y seguro médico de primera clase, mientras la mayoría de la población debe sobrevivir –en el mejor de los casos– con el salario mínimo.

En ese país deseado por muchos, el presidente de la República no se presta a sospechosos negocios personales ni ajenos y tiene las agallas y la autoridad para sentar postura frente a decisiones que se toman en círculos de poder ajenos al Poder Ejecutivo, así como para criticar a los legisladores que despilfarran el dinero público para beneficio propio o se jactan del nepotismo en el Congreso. Un lugar donde las licitaciones del Estado se compiten sin la exigencia de una coima para la rosca corrupta; entre otros ejemplos.

Tampoco hablamos de un lugar inmaculado. Nos referimos a uno en el que funcionen las instituciones y la impunidad no esté normalizada. Una nación donde la gente no espera todo del Estado, y este, en tanto, genera herramientas para que la sociedad civil se desarrolle y autogestione. Pero ese país se levanta con el compromiso diario y personal. Pero ese país no se construye con sueños, poniendo un me gusta en las redes sociales o llevando una remera del Che. Exige trabajo y sacrificios, y también partir de la realidad, no de imaginarios.

Y el primer punto es comprender que las estructuras no se modifican si no existe el cambio de la persona. Aunque parezca una frase remanida, esta es una clara realidad. Una sociedad no se transforma en abstracto, sino con prácticas concretas de quienes la conforman. Sea por coerción o motivación es el individuo el que llevará adelante la renovación.

Y aquí dos factores son claves: la familia y la educación. Es imposible aspirar a una nación sana sin familias saludables. Es poco realista pretender un sujeto de cambio sin un núcleo en el que este pueda encontrar aspiraciones y reconocerse amado. Por ello, las políticas de Estado que apuntan a fortalecer la base de la sociedad es fundamental, con aspectos ligados a la salud y la educación públicas, además de empleos dignos para los padres.

Pero también hay un punto importante que vale rescatar en el horizonte del país que deseamos: nuestra identidad y una mirada positiva hacia ella. Se trata de saber quiénes somos y qué queremos. Esto que parece abstracto, sin embargo, es fundamental. Porque un pueblo que no se valora, tampoco se respeta, y entonces se convierte en presa fácil de imágenes foráneas y autoridades corruptas, de esas que hacen creer a la gente que el prebendarismo y tráfico de influencias son las únicas y mejores formas de hacer política en Paraguay, condenando a la mayoría a vivir de las migajas de los inmorales. Apreciar las riquezas y valores que tenemos; retomar el respeto hacia nuestras raíces, lengua y tradiciones contribuyen a construir ese país diferente. Jóvenes que –gracias a un ambiente favorable– reconocen un futuro, saben de su identidad y del respeto que se merecen, serán capaces de metas más ambiciosas que lujos provenientes del robo al Estado o el sangriento narcotráfico.

El país que deseamos se construye con el compromiso personal. Cada uno respondiendo con seriedad, honestidad y calidad humana la tarea que le corresponde; proponiendo y reclamando, partiendo incluso de lo mínimo, desde el lugar donde depositamos la basura domiciliaria, pasando por la forma de actuar en el tránsito cotidiano, hasta llegar a la decisión de por quién depositamos nuestro voto en el cuarto oscuro.

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