El pontífice comenzó su homilía asegurando que Jesús “no quiere que su Iglesia sea un modelo perfecto que se complace de su propia organización y que es capaz de defender su buen nombre”.
En este sentido, señaló que los problemas y obstáculos “no se afrontan con una receta preparada”, sino con tres “elementos esenciales” extraídos de los “Hechos de los Apóstoles": la humildad de la escucha, el carisma del conjunto y el coraje de la renuncia.
Sobre este último precepto, Francisco recordó que los apóstoles, en su primera gran reunión sin Jesús de Nazaret, tuvieron que debatir cuáles de las viejas enseñanzas previas a Cristo hay que conservar.
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“Por el bien de la misión, para anunciar a todos y en modo transparente y creíble que Dios es amor, también aquellas convicciones y tradiciones humanas que obstaculizan más que ayudan, pueden y deben ser abandonadas”, catequizó.
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Francisco, ante los asistentes, dijo que también el clero “tiene necesidad de redescubrir la belleza de la renuncia”, de aligerarse.
“Como Iglesia, no estamos llamados a tener compromisos de empresa, sino a llevar a cabo impulsos evangélicos. Y para purificarnos debemos evitar el ‘gatopardismo’, es decir, fingir que se cambia para que todo siga igual”, dijo en alusión a la obra de Giuseppe Tomasi di Lampedusa.
En su opinión, esto ocurre cuando, por ejemplo, “para tratar de estar en línea con los tiempos, se maquilla un poco la superficie de las cosas, pero es solo maquillaje para parecer jóvenes”.
“El Señor no quiere cambios cosméticos, sino la conversión del corazón, que pasa por la renuncia. Salir de nosotros es la reforma fundamental”, afirmó.
Por último, el Papa defendió el “carisma del conjunto”, pues en los debates de aquella Iglesia primigenia “la unidad prevaleció siempre por encima de las diferencias”, dijo ante el clero que le escuchaba en la basílica de San Pedro.