En la misa, celebrada en la basílica de San Pedro con ocasión de la II Jornada Mundial de los Pobres que instituyó el papa Francisco, asistieron 6.000 sintecho, indigentes, inmigrantes, junto a voluntarios y exponentes de las asociaciones caritativas que les asisten diariamente.
En su homilía, el Papa insistió en que “el cristiano no puede estar con los brazos cruzados, indiferente, fatalista” ante el sufrimiento del prójimo.
“Pidamos la gracia de escuchar el grito de los que viven en aguas turbulentas. El grito de los pobres: es el grito ahogado de los niños que no pueden venir a la luz, de los pequeños que sufren hambre, de chicos acostumbrados al estruendo de las bombas en lugar del alegre alboroto de los juegos”, instó.
El pontífice pidió escuchar “el grito de los ancianos descartados y abandonados” y el de “quienes deben huir, dejando la casa y la tierra sin la certeza de un lugar de llegada” o “de poblaciones enteras, privadas también de los enormes recursos naturales de que disponen”.
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Clamó ante “los pocos epulones que banquetean con lo que en justicia corresponde a todos” porque, destacó el pontífice, “la injusticia es la raíz perversa de la pobreza”.
“El grito de los pobres es cada día más fuerte, pero también menos escuchado, sofocado por el estruendo de unos pocos ricos, que son cada vez menos pero más ricos”, constató.
A los fieles les dijo que es Dios quien pide que “lo reconozcamos en el que tiene hambre y sed, en el extranjero y despojado de su dignidad, en el enfermo y el encarcelado”.
“Miremos lo que sucede en cada una de nuestras jornadas: entre tantas cosas, ¿hacemos algo gratuito, alguna cosa para los que no tienen cómo corresponder?”, interrogó Francisco durante su homilía.
El pontífice argentino concluyó pidiendo al Señor que enseñe a “dejar lo que pasa, a alentar al que tenemos a nuestro lado, a dar gratuitamente a quien está necesitado”.