En el punto 94 de su encíclica el Sumo Pontífice menciona: El rico y el pobre tienen igual dignidad, porque “a los dos los hizo el Señor” (Pr 22,2); “Él mismo hizo a pequeños y a grandes” (Sb 6,7) y “hace salir su sol sobre malos y buenos” (Mt 5,45). Esto tiene consecuencias prácticas, como las que enunciaron los Obispos de Paraguay: “Todo campesino tiene derecho natural a poseer un lote racional de tierra donde pueda establecer su hogar, trabajar para la subsistencia de su familia y tener seguridad existencial. Este derecho debe estar garantizado para que su ejercicio no sea ilusorio sino real. Lo cual significa que, además del título de propiedad, el campesino debe contar con medios de educación técnica, créditos, seguros y comercialización”.
El documento hace referencia a la carta pastoral “El campesino paraguayo y la tierra”, de la Conferencia Episcopal Paraguaya, emitida el 12 de junio de 1983.
En otro punto manifestó que la tierra es esencialmente una herencia común, cuyos frutos deben beneficiar a todos y por ello se debe incorporar una perspectiva social que tenga en cuenta los derechos fundamentales de los más postergados.
“El principio de la subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes y, por tanto, el derecho universal a su uso es una regla de oro del comportamiento social y el primer principio de todo el ordenamiento ético-social”, recordó que así lo dijo Juan Pablo II.
En su primera encíclica el Santo Padre hizo énfasis en el impacto que sufre el clima a causa de la contaminación. Advierte que el ambiente humano y el natural se degradan juntos y que los más graves efectos de todas las agresiones los sufre la gente más pobre.
Para subsanar este problema propone que se desarrollen urgentemente políticas para que en los próximos años se reduzcan drásticamente la emisión de anhídrido carbónico y otros gases altamente contaminantes.