Unos 600 refugiados —en su mayoría, originarios de Ucrania— y personas pobres se reunieron en la iglesia neogótica de Santa Isabel, construida a finales del siglo XIX en el corazón de la capital. Un millar de fieles también asistieron al evento en la plaza.
Después de escuchar diversos testimonios, el Papa agradeció a los húngaros, en particular a las asociaciones religiosas, la acogida dada a los ucranianos, sin mencionar a los refugiados de otros países.
Al gobierno del primer ministro Viktor Orbán le gusta presumir de la hospitalidad ofrecida a las personas provenientes de Ucrania en guerra, tema central de esta segunda visita papal en menos de dos años al país de Europa central.
Sin embargo, el Ejecutivo levantó vallas en las fronteras, detuvo a refugiados en “zonas de tránsito” —actualmente cerradas— y restringió la presentación de solicitudes de asilo a las embajadas en el extranjero.
En alusión a esta política, el jesuita argentino, de 86 años y con una salud delicada, marcó la pauta a su llegada el viernes, advirtiendo contra la “rigidez y las cerrazones” y la tendencia al “repliegue”.
Delante de las puertas cerradas de la iglesia, bajo un cielo gris, Elena, una bailarina ucraniana de 43 años, explicó que vino “para ver al Papa, que es un gran defensor de la paz”.
“Aquí no hemos tenido problemas, pero queremos volver pronto. No nos integramos realmente”, dijo a la AFP.
Desde el inicio del conflicto, en febrero del 2022, más de dos millones de ucranianos transitaron por suelo húngaro, aunque solo 35.000 solicitaron el estatus de “protección temporal” implementado por la Unión Europea (UE), según datos del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR).
La posición ambigua de Viktor Orbán con respecto al conflicto no les incita a permanecer en Hungría. Al negarse a enviar armas a Kiev y mantener estrechos vínculos con el Kremlin, el presidente húngaro va en contra de la política defendida por la UE y la OTAN.
Por la tarde, el Sumo Pontífice, que llegó en un coche de golf al recinto deportivo cubierto más grande de la ciudad, fue recibido por 11.000 jóvenes reunidos en un ambiente festivo.
En el escenario le regalaron un cubo de Rubik, el famoso rompecabezas de invención húngara.
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“Nos encerramos en nosotros mismos y no ayudamos a los que huyen de los conflictos ni a los más necesitados”, comentó María Varga, una estudiante de 22 años. “Me gustaría que más húngaros que se dicen cristianos siguieran las enseñanzas del Papa”, añadió.
Frente a cuestiones, como las de los migrantes o los llamados derechos de las personas LGTB+ (lesbianas, gays, trans, bisexuales y otros), la Iglesia Católica húngara aboga por una defensa de la “civilización cristiana” también esgrimida por Orbán.
Francisco es “un papa liberal, todo el mundo lo sabe, y Hungría es un país muy conservador, pero es el jefe de nuestra Iglesia y lo respetamos”, declaró a la AFP Tamas Banhidi, de 18 años.
A primera hora de la tarde del sábado, el Papa argentino se reunió durante unos veinte minutos con el metropolitano Hilarion, ex responsable de las relaciones exteriores de la Iglesia Ortodoxa rusa.
Reacio a la invasión de Ucrania, fue expulsado por el patriarca Kirill, hombre de confianza de Vladimir Putin. A causa del conflicto, las relaciones entre la Iglesia de Moscú y la Santa Sede se enfriaron.
A pesar de los dolores persistentes de rodilla, que lo obligan a moverse en silla de ruedas, el Papa, sonriente, parece estar en buena salud, en su 41º viaje internacional tras su elección en el 2013.
El domingo por la mañana, presidirá una misa al aire libre detrás del Parlamento, en el centro de la capital, donde se espera a miles de fieles.