Tal, el territorio del Paraguay existente, conocido y habitado desde siempre.
En la franja mencionada se encontraban Asunción y cercanías, además de las aldeas de su zona de influencia. Más lejos, Villa del Pilar, Villarrica, Villa Real de la Concepción, San Isidro del Curuguaty, entre otras. Estaban también Itapúa y las otras ex Misiones Jesuíticas, las estancias, las postas, los enclaves madereros y los grandes yerbales mimetizados en la tupida floresta. Entre ellos, algunos grupos nativos remanentes de la población original.
La falta de aportes migratorios y el “desenfrenado mestizaje” de los comienzos hicieron que la sangre cario/guaraní mezclada con los de las otras naciones indígenas bailoteen mayoritariamente en el torrente sanguíneo de los paraguayos. Situación que ni siquiera el escuálido contingente incorporado en 1541, tras la despoblación de la primera Buenos Aires, pudo alterar demasiado. Especialmente, desde que los europeos tuvieran solamente a las nativas como “compañeras de cama” durante el tiempo de asentamiento.
Y cuando en 1547 “cayó la noche” sobre las ilusiones de llegar a las riquezas del Perú desde el sur, la tímida e ignota Asunción quedaría por mucho tiempo sumida en el olvido. Sin utilidad funcional como enlace entre el Atlántico y el dorado Perú de los sueños conquistadores; sin recursos ni metales preciosos; sin asistencia. En la circunstancia, poco pudo haber atraído el interés de los ávidos europeos. Olvidados de Dios, del rey y del resto del mundo, con una naturaleza exuberante, hostil e impredecible; con permanentes conflictos entre sus ineptos gobernantes y la escasa población española, los asuncenos/paraguayos solo atinaron la sobrevivencia, lejos del mar, cultivando precariamente la tierra y construyendo sus pobres casas a salvo de los torrentosos raudales.
Además de la hueste hispana y acompañantes de la conquista original, de algunos sacerdotes y ocasionales mercaderes, pocos –muy pocos– europeos se aproximaron a estas soledades hasta los tiempos de la independencia nacional. Y superado el ostracismo impuesto por la dictadura francista (1814/1840), en Asunción eran contados los que no fueran del linaje hispano/guaraní.
Durante el gobierno de Carlos Antonio López (1844/1862), se aproximaron otros. Algunos, en calidad de asilados políticos, como el Gral. José Gervasio Artigas y su séquito de partidarios; el Gral. José María Paz y su asistente; el coronel austro-húngaro Francisco Wisner de Morgenstern; algunos profesionales contratados por el Gobierno, como los expertos en minas Silvestre Weilmann y Guillermo Feige; además de quienes ya residían en la joven República, desde aún antes: el italiano Sebastián Bullo y el polaco Luis Leopoldo Myscowski.
Entre el 21 de enero de 1855, fecha del retorno del General Francisco Solano López y comitiva de Europa y hasta antes del inicio de la Guerra contra la Triple Alianza, llegaron al país 231 profesionales, europeos en su casi totalidad: expertos en Arsenal y Astilleros, Ferrocarriles, en Minería y Fundiciones, Telegrafía, Marina y Sanidad; entre otros diversos rubros. Coincidentemente, fueron contratados 23 extranjeros para el ejercicio del magisterio, además de los 233 marinos registrados por las autoridades nacionales que iban y venían con pasajeros y mercaderías desde los puertos europeos, como del Plata. Entre todos conformarían una población de 487 forasteros. Algunos, con sus respectivas familias. Aunque deberían agregarse a ellos, la población afroamericana y los franceses de la colonia de Burdeos instalados en el bajo Chaco, en 1852.
Aunque el muy reducido contingente mencionado, comparativamente al resto de Sudamérica, ellos indujeron un notable cambio en los hábitos sociales, como en la vida comercial y cultural de la joven República. Cuando ya finalizada la contienda del 70 y durante el siglo XX, se agregarían otros localizados en San Bernardino como en la Colonia Nacional (después ciudad de Yegros), junto a alemanes, menonitas y japoneses instalados en distintos puntos de la Región Oriental. Ya hacia finales del siglo XX, se sumarían otros orientales: chinos y coreanos.
Tan escaso número de gente de otras latitudes incorporado al paisaje humano original no pudo evitar que la sociedad paraguaya se constituyera como un colectivo auténticamente indoamericano. Desde el punto de visto étnico, estadístico y social, y como tal vez la única en toda la América del Sur. ¿Constituirían este detalle una rémora, un impedimento o un inconveniente serio para el progreso nacional? En todo caso y para superar cualquier posible dificultad, antes que nada, deberíamos elevar nuestra autoestima y orgullo de pertenencia, resaltando estos hechos:
* El Paraguay es el país que desde su status de provincia española, carece de costas de mar. Desde 1617, hace 497 años.
* Es –junto a Chile– el único país que, ya República, conservara el nombre del solar preexistente a la llegada de los europeos.
* Fue la primera provincia en emanciparse definitivamente del dominio español, aun antes que las demás iniciaran el sangriento camino hacia sus propias independencias.
* La primera en constituirse en República sudamericana, proclamada en un Congreso de ciudadanos el 12 de octubre de 1813.
* La única provincia española de ultramar en la que sus habitantes se llamaron “paraguayos” cuando las demás colonias ni siquiera se habían constituido. Y ni siquiera sabían cómo se llamarían.
* La única en que sus pobladores ya se sabían “paraguayos” al asomarse al mundo, y manifestaban un “amor de patria a la tierra que los vio nacer”, como escribieran algunos de nuestros ancestros, aún antes del ‘1600.
* El único pueblo que un alto porcentaje conserva y se comunica en la lengua original hablada desde tiempos anteriores a la llegada de ningún europeo a estas tierras. Idioma que con el español es la lengua oficial del Paraguay.
* La única nación que integró a sus castas en una sociedad igualitaria en la que desapareció el menoscabo como las características raciales que en otros países de America sirvieron para descalificar y discriminar a los seres humanos.
Virtudes todas estas que en el pasado nos confirieron a los paraguayos un gran sentido de pertenencia y responsabilidad colectiva, además de un alto sentido de dignidad que lamentablemente muchos gobernantes han olvidado.
Con estos detalles inspiradores no muy bien difundidos ni debidamente asumidos por los paraguayos del presente, no es casual que nuestro país diera al mundo solo por accidente o, por el ocasional valor de sus soldados, las muestras de heroísmo y pasión en la defensa del solar natal.