El encargado de Negocios de este país en Asunción, Joseph Salazar, nos recuerda cada tanto con palabras grandilocuentes, la última vez con su visita al Palacio de López acompañado de un miembro de la CIA, cuán involucrados están y estuvieron siempre los Estados Unidos en la política paraguaya, al menos desde los años 40 del siglo pasado. A nadie engañan, aunque a menudo se lo propongan, cuando sus representantes se reúnen por más de dos horas, fuera de agenda y sin informar del motivo, con el presidente de la República; en un contexto, como hace setenta años, de aguda división del mismo partido que tutela los intereses imperialistas norteamericanos desde aquel tiempo.
“Se cree en este momento que se trata de conflictos del Partido Colorado”, resumió un funcionario de la Embajada en un telegrama clasificado, enviado al Norte en la mañana del 5 de mayo de 1954, horas después de que Stroessner derrocara a Federico Chaves y empezara a forjar las redes de su poder omnímodo.
La serie de despachos enviados a Washington los días siguientes, a veces más de uno por día, pintan el ambiente que se vivía en la capital y en sus alrededores tras el golpe de Stroessner. “Estalló intenso fuego de rifles en algunos barrios de Asunción poco antes de medianoche”, se describe. “La artillería ha salido de Paraguarí y se encuentra en las afueras de Asunción”, se reporta esa misma tarde. Durante la noche, informa: “Disparos intermitentes” y ningún acuerdo en la Junta de Gobierno para decidir quién sería presidente provisional y quién el candidato en la elecciones “libres” para nombrar reemplazante del defenestrado Chaves. Al otro día: “Continuos disparos de fusilería en los alrededores de Asunción durante la mañana”. En fin, un agradable ambiente de golpistas de Estado.
Pero antes de esta última comunicación hubo un oportuno despacho desde Washington cuyo asunto rezaba: “Información sobre personas mencionadas que podrían asumir el Gobierno del Paraguay”. Aquí quedaba claro quién era el indicado para ser un mandatario en la línea de los Estados Unidos de la época de la Doctrina Truman y de la Guerra Fría. Washington retrataba a Stroessner: “Comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, es conocido como amigo de los Estados Unidos”. Méndez Fleitas, por su parte, era un “demagogo”. De Tomás Romero Pereira decía que era “amigo” de este, lo que lo descartaba; y de Ramón Méndez Paiva, que “no se lo considera un hombre fuerte”: Ese era Stroessner, el hombre que necesitaban.
Finalmente, Romero Pereira culminó los meses de mandato que le faltaban a Chaves, hasta que Stroessner ganara las elecciones siguientes sin oposición: Como había sido en los años previos y seguiría siendo en las décadas posteriores a la noche del 4 de mayo de 1954 en que el Partido Colorado instauró una dictadura militar por la que nunca pidió disculpas públicas, sino todo lo contrario. Estados Unidos, por su parte, luego de cerciorarse de la fidelidad perruna de Stroessner, retomó relaciones con el gobierno provisional, primeramente, y con el del general después, sin hacer caso de los conceptos democráticos y la condena de la corrupción de los que tanto hablaron Salazar y el hijo del secretario privado del dictador hace unos días.
Como concluye Carlos Pérez Cáceres en Años de luchas y resistencias 1940-1954, los asuntos de los colorados fueron los únicos asuntos de Estado ayer y aun lo son hoy. Siempre y cuando convengan a la Embajada.