Acemoglu y Robinson se inspiran en Thomas Hobbes, quien describió al Estado como el Leviatán, una fuerza necesaria para garantizar el orden en la sociedad. Sin embargo, si el Leviatán es demasiado poderoso, se convierte en un tirano; si es débil, hay anarquía. La clave está en un Leviatán equilibrado, que sea fuerte pero limitado por la sociedad.
En este punto no se podría hablar de una idea nueva, la necesidad de límites al poder es tan antigua como las bases del pensamiento liberal, la sociedad como contrapeso, pero también la libertad individual, el ingenio y las capacidades de desarrollo pleno de derechos individuales no pueden verse condicionados por el poder, siempre amenazante, del Estado.
Los autores argumentan que una sociedad fuerte y participativa debe limitar al Leviatán para prevenir el abuso de poder. “Solo cuando el Estado y la sociedad se limitan mutuamente, se puede mantener el equilibrio que permite la libertad y el progreso”.
Los recientemente galardonados con el Nobel de Economía concluyen que el éxito de una nación no depende solo de la fortaleza del Estado o de la sociedad por separado, sino de su capacidad para interactuar y mantenerse en equilibrio. Las instituciones inclusivas, la participación social activa y la rendición de cuentas son claves para mantener una democracia saludable y próspera.
Estas ideas que toman hoy conocimiento universal llegan a nuestro país en un momento clave, donde la sordera de nuestra principal clase política gobernante –siempre arrogante y soberbia– impulsa leyes que atentan contra los principios más elementales de una sana convivencia democrática, reduciendo el espacio cívico, tomando como enemiga a la sociedad civil y dinamitando los principios y acuerdos republicanos construidos débilmente, en estos 35 años de una democracia todavía inconclusa.