Agustín Pichot fue un eximio jugador de rugby en Argentina. Por muchos años fue el capitán de Los Pumas, la selección de ese país, que tiene un gran prestigio internacional.
Es la figura más destacada en su país en esta disciplina y, por el respeto que se ganó, merece atención su autocrítica acerca de los valores que se transmiten en esa comunidad deportiva que está en el ojo de la tormenta.
“El gran problema que hemos tenido como deporte es no diferenciar lo bueno de lo malo. Como haber naturalizado la violencia”, reflexionó en una entrevista.
Esbozó esta idea en medio del vendaval de indignación que se da en el país vecino por el juicio que enfrentan 8 rugbiers (así se conoce a los jugadores de este juego) por el crimen atroz de Fernando Báez Sosa, hijo de paraguayos, que fue muerto a fuerza de patadas frente a un boliche, en Villa Gesell, Argentina.
Mañana se cumplirán tres años de aquel suceso triste y vergonzoso para cualquier sociedad.
Agustín escribió un mensaje de texto a Silvino Báez, padre de Fernando, pidiendo perdón en nombre de la comunidad de la que él se siente parte, y –según su visión– transmitió enseñanzas que propiciaron esta tragedia.
“El rugby naturalizó muchas cosas que estaban mal: Naturalizamos que en un bautismo te caguen a trompadas, que te muerdan hasta que no te puedas sentar. A mí me mordieron la cola, una persona que tiene 130 kilos y una mandíbula diferente; no me pude sentar por cuatro días”, dijo refiriéndose a la costumbre instalada de realizar actos de iniciación a un deportista que debuta en un equipo.
Son algunas de las tradiciones con que crecen estos chicos, la mayoría de ellos de clase media alta, que luego van forjando su personalidad, haciendo que esto repercuta en otros ámbitos de la vida cotidiana.
Este deporte no es para muchachos enjutos ni de poco carácter.
Es un juego de evasión y contacto, donde la rudeza es requisito fundamental.
Al igual que el fútbol, nació en Inglaterra. Sus inicios se remontan al año 1823 y lleva el nombre de la ciudad donde se inició. Un antiguo dicho que atribuyen al ex jugador Sean Fagan dice que mientras “el fútbol es un juego de caballeros jugado por villanos, el rugby es un juego de villanos jugado por caballeros”.
La disciplina, el control y el respeto mutuo para forjar una fraternidad y sentido de juego limpio vendrían a ser el “Dios, patria y familia” de los rugbiers, pero que no todas las veces se refleja, sobre todo fuera de las canchas.
Es común verlos en manada en los ambientes que frecuentan. Dan la imagen de un grupo cerrado, casi como una cofradía.
Pichot entendió que la tragedia de Villa Gesell fue una consecuencia extrema y dolorosa de asentir actos que esconden violencia, en la etapa de formación de vida deportiva que abrazan muchos jóvenes.
No es posible tomarlo como un hecho aislado ni mucho menos como un accidente.
La muerte trágica de Fernando José Báez Sosa, único hijo de Graciela y Silvino, debe llamarnos a la reflexión como sociedad sobre conductas violentas que son toleradas o aceptadas.
Se trata de luchar contra esa corriente que enseña la falsa creencia de que la agresión es símbolo de masculinidad.
En Paraguay rozamos la tragedia con un hecho del que fue víctima Benjamín Zapag, que fue agredido de manera ruin en una disco, por un grupo de chicos que practican este deporte.
No hay nada contra el rugby como tal, sino que se deben revisar ciertas conductas que están llevando a los jóvenes por un camino sinuoso, bordeando y, muchas veces, transitando la delincuencia. Porque los que pegan a traición aprovechándose de la vulnerabilidad de una persona son delincuentes y cobardes, por más caballeros que crean ser.