Roa Bastos escribió, a su vez, veinte años antes y pensando en el colonialismo monárquico hispano que inspira hasta hoy el conservadurismo local: “Hicieron avanzar hacia atrás el país a patas de la contrarrevolución retrógrada”. Esta contrarrevolución es también cultural. Pero aspira a ser violenta no solo con palabras y solazada en la mitología del pasado, en su cielo demagógico. Es un peligro real que hace un siglo materializó el nazismo.
–Piden por el regreso de Stroessner en el grupo de padres y madres. Son los que están en contra de la Transformación Educativa. Dicen cualquier mentira. Es de terror.
La adolescente que me dijo esto, una de las miles y miles de víctimas pandémicas del sistema educativo de mierda que rige en Paraguay (heredero del stronismo, a pesar de reformas insulsas y mediocres), no leyó ni le proporcionaron las 270 páginas que tiene el Plan de Transformación Educativa (que en su dimensión apenas básica y estándar los conservadores y neofascistas se niegan rotunda y violentamente a consensuar), pero con lo que ve y lee por cuenta propia le alcanza para enterarse de que en Paraguay una connivencia de ultraderechismo stronista (y seudonacionalista), ignorancia rampante y patológica vocación por engañar es la que ataca dicho Plan, con el terror. El suyo no es el único caso de sensatez adolescente, por lejos y por suerte.
Da la “casualidad” que parte de esta connivencia suele ser también docente, es decir, a menudo gente reproductora de ideas autoritarias. Como Corina Falcón, sindicalista de formación e inspiración stronista. La ex presidenta de la Federación de Educadores del Paraguay, en 2010, elogió al dictador militar y colorado Alfredo Stroessner, quien “nos dio la oportunidad de vivir en paz”. En 2018 fue candidata a concejal departamental de Misiones por el movimiento de Nicanor Duarte Frutos. El lunes pasado fue una de las que vociferó mentiras en el Parlamento, donde tuvo lugar la Audiencia Pública sobre el Plan convocada, entre otros, por el senador cartista Enrique Riera, único representante paraguayo en la Conferencia Política de Acción Conservadora, la Internacional de la ultraderecha que se reunió hace pocos días en México. Es que es época de alta reproducción neofascista, y el responsable político de 400 muertes en el supermercado Ycuá Bolaños y del edicto de corte stronista contra la actividad nocturna de la juventud, cuando fue intendente de Asunción, hace dos décadas, no podía perderse ambos excitantes encuentros.
Como tampoco pudo aguantarse la excitación en plena Audiencia, el activista “provida” Richard Berendsen Wentzensen, quien luego de hablar en nombre de Dios, la vida, la patria y la familia (sic) prometió unas muy religiosas “balas” para “alguien de estas organizaciones” (sic), en medio de aplausos extáticos y bufidos de placer (sic). O la funcionaria pública que, no menos inflamada, reclamó su derecho a discriminar en el sentido más básico del racismo colonial: Odiar.
Sin embargo, mi discurso preferido en la delirante jornada del lunes no fue el de un adulto exaltado, por supuesto, sino el de un inesperado niño aburrido de tanta cháchara, niño en nombre de quien hablaban aquellos politizados fanáticos, en general, colorados católicos.
En la extensa lista de oradores en la tribuna, una madre quiso cerrar su emocionada alocución con palabras de su propio hijo, quien estaba a su lado vestido con uniforme de escuela, visiblemente inquieto ante la impuesta exposición.
–No quiero hablar– protestó frente al micrófono.
Entonces ella le comunicó al oído lo que debía decir. Y el niño –porque la infancia reconoce la manipulación y hace, entonces, con rebeldía y candor todo lo contrario– dictaminó, desobediente y divertido:
–Yo no soy solamente varón.