Lo que se anunció en 2018 como un gran proyecto terminó como una suerte de carga en el imaginario colectivo de un país que arrastra cinco años de profunda crisis económica, agravada por la pandemia, el endurecimiento de las sanciones estadounidenses y errores en la gestión económica de la isla.
Es difícil encontrar un punto en el norte de La Habana desde el que no se divise a la distancia al nuevo buque insignia del sector turístico cubano, un gigante de cristal, hormigón y acero, con casi 600 habitaciones, que resalta entre los viejos, chatos y carcomidos edificios de escasas plantas y muchas décadas de vida que lo rodean.
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El establecimiento, propiedad como todos los hoteles del país del conglomerado empresarial Gaesa -en manos del ejército- y gestionado por la cadena hotelera española Iberostar, fue señalado por sus críticos por ser una obra faraónica en un momento de escasez, apagones e inflación desbocada.
Agregan que el hotel, conocido como Torre K, es el paradigma del redoble en la apuesta gubernamental por la construcción de hoteles y la ampliación del número de habitaciones para captar divisas del turismo, pese a que las cifras de visitantes no acompañan desde hace años.
De acuerdo con la Oficina Nacional de Estadística e Información (ONEI), en 2024 visitaron la isla 2,2 millones de extranjeros, cerca de un 10 % menos que el ejercicio previo y la peor cifra en 17 años (sin contar los dos con restricciones por la pandemia).
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La ocupación hotelera se encontraba en torno al 35 %, de acuerdo a las últimas cifras oficiales disponibles.
Según la ONEI, Cuba invirtió entre enero y septiembre del año pasado 4,6 veces más en Servicios empresariales, actividades inmobiliarias y de alquiler -que incluye la edificación de hoteles- que en la suma de agricultura, educación y sanidad.
De igual forma, de acuerdo a este organismo, el país dobló en el primer semestre de 2024 la inversión en hoteles y restaurantes, al tiempo en el que disminuyó en más de 20 % en educación, construcción y administración Pública.
Vecinos
Desde Centro Habana, un distrito popular adyacente al del nuevo hotel, la Torre K resalta como el contraste entre dos países. Muchos allí ven el proyecto con sus luces y sombras.
Vania, de 24 años, pone el dedo en la llaga: “Yo lo veo bien (...) pero hay muchas personas que no les puede agradar la idea porque en estos momentos la economía del país no es la mejor”, cuenta a EFE.
Ella, pese a la polémica, tiene “ilusión” de visitar alguna de las cafeterías de la Torre K, o el “sky bar” de la planta 41, un establecimiento con una vista panorámica de gran parte de la capital cubana.
En esa misma calle, Roberto, de 63, coincide con la joven. Considera “positivo” para el país contar con un hotel “de primer nivel”, pero también entiende las críticas.
“Hay muchas personas que carecen de vivienda entonces dicen mira el gasto con una estructura así y nosotros no tenemos ni un techo donde vivir”, concluye.
Fuente: EFE.